Hay muchas personas que hoy también creen que la salvación y el amor de Jesús son “demasiado buenos para ser ciertos”. Cuando les cuentas acerca del cielo, ¡no lo pueden creer! ¿Cómo es que Dios nos creó por amor, nos perdonó y redimió a través de Jesús, nos ama incondicionalmente y nos vendrá a buscar por segunda vez? ¿Cómo es que nos acepta como somos, nos cambia y nos regala la vida eterna? ¿Cómo es que nos prepara mansiones donde viviremos para siempre? ¡No puede ser cierto!
Jesús hoy te ofrece todo. Tanto, y tan maravilloso, que parece “demasiado bueno para ser cierto”. Pero no dudes. Acepta por fe el regalo de la salvación que el Señor te ofrece por amor. Maravíllate hoy al aceptar todo lo que tu Dios te da. Cinthya
19 de enero
Volar a ciegas
“Me guías con tu consejo, y más tarde me acogerás en gloria” (Salmo 73:24, NVI).
¿Has viajado en avión alguna vez? ¡Qué lindo es volar! El ser humano siempre ha estado fascinado con volar. Tal vez sea por eso que muchas personas sueñan con ser pilotos de avión. Para ser piloto, por supuesto, hay que cumplir muchos requisitos. Los pilotos de avión profesionales tienen un entrenamiento muy exigente. Deben pasar pruebas físicas, exámenes escritos de cómo se vuela un avión, muchas horas en simuladores de vuelo y, por supuesto, muchas más horas en vuelos reales, primero con instructores y luego como pilotos.
Pero los aviones de hoy son muy distintos a los aviones que construyeron, allá por el año 1900, los hermanos Wright. En ese tiempo era mucho más difícil volar. De hecho, al principio, ¡los hermanos Wright tenían que hacer equilibrio en el avión para que no se fuera a pique! Hoy los aviones están llenos de palanquitas, botones, reguladores, sensores, y ¡quién sabe cuántas cosas más! Son sofisticadas computadoras que casi, casi, pueden volar solas.
Parte del entrenamiento de un piloto es enseñarle a confiar en sus instrumentos de vuelo. Los pilotos que han volado en condiciones climáticas que hacen difícil poder ver por dónde van saben que, en caso de duda, no deben confiar en lo que creen que ven, o en lo poco que ven, sino en sus instrumentos. Ha habido casos en los que, luego de horas de vuelo, el cielo y el océano se confunden, y algunos pilotos se convencen de que sus instrumentos deben estar errados, cuando los errados son ellos. Puedes imaginarte cómo terminan los aviones...
Nuestra vida espiritual se parece un poco a esto de volar a ciegas. En este mundo no vemos con claridad, y podemos confundirnos muchas veces. Pero, si con los ojos de la fe miramos nuestros “instrumentos de vuelo”, podemos estar seguros de que volaremos a salvo por el cielo de nuestra vida.
Si buscas en la Palabra de Dios su voluntad para tu vida, si oras pidiendo al Señor que guíe tus decisiones, grandes y pequeñas, no te confundirás aun cuando no veas bien tu cielo al volar, o sea, cuando no sepas qué hay en tu futuro. Que los consejos de Dios, quien te creó y te cuida cada día, te guíen en el vuelo de tu vida, hoy y siempre, al seguro aeropuerto del cielo. Cinthya
20 de enero
Duke
“Si tuviereis fe como un grano de mostaza, [...] nada os será imposible” (Mateo 17:20).
Cada mañana me levanto rápido pues quiero ver la fiesta que hace Duke cuando me ve. Si le pongo agua y comida, ¡hasta me lame las manos!
Hacía tiempo, mucho tiempo, que quería un cocker. Es una raza que me encanta, con sus orejas largas y sus dulces ojos. Pero me había prometido a mí misma que no lo compraría. Esperaría a adoptar uno que realmente necesitase de mí, tanto como yo de él.
Un día apareció una foto de un perrito blanco y marroncito claro en adopción. ¿Podría ser? Estaba medio borrosa. Concreté el encuentro y cuando lo vi, ¡fue amor a primera vista! Era cariñoso y tímido. Le pregunté a sus dueños cómo se llamaba y me respondieron: “Duke”; y Duke, pues, quedó. Ya ha viajado con nosotros por todos lados. Duerme mucho y le encanta andar en auto. Todos los que lo conocen lo aman, especialmente mis cuatro nietitos.
Un día teníamos que hacerle un estudio en el que debían sacarle sangre, para poder llevarlo a otro país. Al regresar a casa necesitaba cariño, pues estaba dolorido por la pinchadura de aguja; pero lamentablemente teníamos que salir rápido pues teníamos un compromiso. ¿Qué pasó? Duke se escapó. Al regresar a casa y no verlo... ya imaginarán nuestra tristeza.
Esa noche lo buscamos hasta las tres de la mañana. Dormimos un par de horas y a las seis volvimos a salir. Preguntando y preguntando por todos lados si lo habían visto, un veterinario de la zona me dijo que ponga el anuncio de “perdido” en las redes sociales. Luego, él mismo me ayudó a hacerlo.
Mi esposo ya había preparado cartelitos con la foto de Duke, y mis ojos estaban muy hinchados de tanto llorar. Simplemente me reprochaba haberlo dejado. Él había ido detrás de nosotros y no supo cómo regresar. Orábamos pero no aparecía. Pasaron casi doce horas y nos enviaron un mensaje diciendo que en una dirección alguien había visto un perrito parecido al de la foto publicada. Fuimos volando a esa dirección. Miré, pero no vi nada. Llamé, y nada. En eso apareció, entre las plantas del jardín, ¡allí estaba nuestro Duke! ¡Cómo lo abracé! ¡Qué encuentro fue ese!
¡Amo a Dios tanto! Me permitió recuperar a Duke, aunque mi fe era tan pequeña como un grano de mostaza. Recuerdo que oraba: “Señor, aumenta mi fe”. Haz tuya esa oración hoy también. Mirta
21 de enero
Aprendiendo a confiar
“Y se fue Ana por su camino, y comió, y no estuvo más triste” (1 Samuel 1:18).
Cuando vivíamos en Corrientes, Argentina, conocí a un niñito llamado Daniel, el cual asistía sin falta con su mamá y su hermana todos los miércoles al culto de oración. Y todas las veces pedía lo mismo: que su papá entregara su vida a Jesús. Aún recuerdo la mirada resignada de su mamá cada vez que él hacía su pedido, como diciendo: “No hay caso, parece que él nunca lo hará”.
Pero Danielito era diferente. Sabía que el Señor contestaría su oración. Se notaba en él la confianza que tenía en Dios. Y para sorpresa de la mamá, Dios respondió el pedido del niño, y premió su fe; unos años después el padre se interesó en aprender más de la Biblia, y finalmente, entregó su vida a Jesús.
¿Qué actitud tienes cuando pides algo en oración? ¿Te levantas tranquilo luego de hacer tu pedido a Dios? ¿Confías en él como si pudieras escucharlo decir: “Hijito(a), escuché tu oración y voy a contestarla”?
Me encanta repasar la historia de Ana, una mujer angustiada por no poder tener un bebé. En la época en la que Ana vivía, tener hijos era el orgullo de una mujer, su corona de gloria. Y mientras más hijos tenía, más honrada era en la sociedad. Y Ana no solo no tenía esa honra, sino además se sumaba que la otra esposa de Elcana se burlaba de ella y la menospreciaba por eso. Se convirtió para ella en una carga demasiado pesada de llevar. Fue así, con esa carga en el corazón, que Ana se dirigió al templo a orar a Dios.
¡Y acá viene mi parte favorita! Luego de una larga oración, donde le contó todo lo que sentía y pidió que le diera un bebé, la Biblia nos cuenta cuál fue la actitud de ella cuando terminó de orar. Es el versículo de hoy. Vuelve a leerlo. Aunque Ana seguía teniendo motivos para estar triste, y aunque no había escuchado de parte de Dios una respuesta inmediata, ella decidió confiar, “y no estuvo más triste”.