9 de enero
Fe al comenzar la semana
“Y ahora, gloria sea a Dios, que puede hacer muchísimo más de lo que nosotros pedimos o pensamos” (Efesios 3:20, DHH).
Mis hijas, Emily y Melissa, aman los animales. Sueñan con tener algún día un refugio para perritos, gatitos y otros animales. En nuestra familia hemos cuidado gatos, pájaros, gusanos y caracoles; y hemos rescatado arañitas de ser aplastadas, sacándolas afuera por la ventana.
Hace un tiempo, mis hijas encontraron una cachorrita abandonada. La llevamos a casa para darle de comer, pero luego de verla tan indefensa, me dio mucha pena dejarla afuera solita, así que les dije que la podíamos tener hasta que encontráramos un hogar para ella. Decidieron llamarla Mía.
Le sacamos fotos y las publicamos en nuestras redes sociales, la ofrecimos a varias familias amigas, pero no pasaba nada. Una señora me contactó para llevarse a Mía. Felices, acordamos un momento de encuentro, pero nunca llegó. Por más que yo intenté varias veces contactarla para llevarle la perrita a su casa, no me contestó más. ¡Qué desilusión!
Habían pasado dos semanas. Nosotros ya teníamos una perrita, y las dos juntas hacían mucho lío. Nos estábamos empezando a preocupar. Al hacer nuestro culto familiar un martes, les dije a mis hijas:
–Chicas, oremos con fe para que Mía sea adoptada antes de que termine esta semana.
Y así lo hicimos. Oramos cada día, en cada oración, para que nuestra perrita invitada pudiera tener un nuevo hogar. Mis hijas estaban llenas de fe. Pero Mía aún seguía con nosotros... El viernes de tarde me contactó una jovencita. Quería a Mía. Le contesté enseguida, ofreciéndole llevar a la cachorrita a su casa. Y no me dijo nada más...
El sábado de tarde, como a las 14:00, me escribió la misma señorita, diciéndome que vendría a ver a Mía a la tarde. ¿Querría adoptarla? ¡Qué nervios! Cuando la vio, se encariñó y se la llevó para darle un hogar permanente.
Emily, Melissa y yo nos quedamos un momento para orar, agradeciendo a Dios por honrar nuestra débil fe, cumpliendo en darle un hogar a Mía, ¡Quince minutos antes de que acabase la semana!
¿Crees que Dios es grande y poderoso? ¿Crees que puede hacer más de lo que pedimos o esperamos? Si lo crees, si lo pides con fe y lo esperas, Dios honrará tu fe, así como honró la nuestra años atrás. Cinthya
10 de enero
El piano
“A los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28 p.p.).
Nunca imaginamos que Dios respondería tan rápido a nuestro pedido. Hacía como un año que, viviendo en Argentina, habíamos comprado un piano en Uruguay porque una familia sería trasladada, y en su mudanza podría traerlo. Comprar un piano había sido un deseo muy acariciado. La música era parte de nuestra familia y ansiábamos poder tener ese precioso instrumento en casa.
Por alguna razón la familia no incluyó a nuestro amado piano en su lista de mudanza. Tal vez fue un simple olvido. Y quedó en la casa de unos hermanos, sin que nadie lo ejecutara. Como si eso fuera poco, el piano molestaba, pues en su pequeña sala no podían prender la estufa a leña.
¡Me parecía tan difícil orar por ese motivo! Llegué a creer que tendríamos que venderlo, pues conseguir traerlo parecía imposible. Los meses pasaban y veía que mis niñas ya debían empezar a estudiar música.
Un día de agosto, cuando todavía hacía frío, leíamos acerca de oraciones respondidas. Cuando ya estaban en sus camas, después de leer la lección bíblica y antes de orar, les abrí mi corazón y expresé mi deseo en voz alta. Ellas escucharon y con la fe gigante de los niños oraron felices, pues dieron por sentado que la respuesta llegaría pronto. Con el dulce cansancio de los juegos del día y las sencillas tareas realizadas, las vi dormirse ¡tan confiadas!
Habían pasado solo un par de días cuando una amiga vino a visitar a sus parientes y ese sábado nos acompañó en nuestra iglesia con su familia. En un momento de la conversación, me preguntó:
–¿Ustedes no saben nada todavía?
La miré, confundida... Y cuál fue mi sorpresa cuando me comentó que habíamos sido llamados a trabajar nuevamente en Uruguay. De allí en adelante quedó la frase: “El piano no vino a nosotros, nosotros fuimos al piano”. Me emociona pensar cómo Dios esperó hasta responder a las oraciones de dos niñitas de fe.
¡Cuántas veces cantamos en la sala de nuestra casa en Montevideo al son de los sonidos del bello piano! ¡Cuántas piezas practicaron mis niñas! ¡Cuántas partes especiales preparamos! Qué bello fue sentir que nada es imposible para nuestro Dios. Él tiene el control de nuestras vidas y nos guía. Mirta
11 de enero
Pez alcancía
“Bendito el hombre que confía en el Señor y pone su confianza en él” (Jeremías 17:7, NVI).
Esta es la historia bíblica del pez más famoso de la historia. Cómo llegó la moneda hasta la boca del pez y cómo permaneció allí hasta que Pedro la sacó es algo que quiero preguntarle a Jesús en el cielo. Doy gracias a Dios porque Mateo registró en la Biblia este milagro tan extraordinario, pues nos muestra una faceta material de la vida cotidiana de Jesucristo, del día a día que vivía como cualquier ciudadano.
Cada año, en el mes de Adar, los judíos mayores de veinte años debía pagar dos dracmas para el mantenimiento del templo. Como Hijo de Dios, Jesús no tenía que pagar ese impuesto para el templo de su Padre. Pero él, con el corazón tan lleno de amor, se preocupó más por no herir o confundir a los que lo seguían y veían su actuar y proceder, que por defender su derechos.
Me encanta imaginar a Pedro haciendo lo que Jesús le pedía. Ya lo había hecho otras veces y había presenciado milagros; esta vez no iba a ser la excepción. En pocos segundos un vivaz pececito se movía en sus manos. Luego de que el apóstol tomara la moneda, pienso que devolvió el pez al agua. Tenía el equivalente al pago de cuatro días de trabajo, lo necesario para pagar su impuesto y el de Jesús.
El que no debía nada había pagado. El Creador del cielo, la tierra y las riquezas, había provisto. Hoy también podemos confiar, porque él sigue proveyendo. ¿Qué necesitas?
De pequeña nunca me faltó nada. Mi papá era constructor, mi mamá estaba en casa toda para mí. Quizás había niños que tenían más cosas, pero yo era feliz con mis juguetes y mis mascotas: Cacique, mi perrito, y Caty y Mocho, mis gatitos. No se me hubiera ocurrido pedir nada más. Hasta que un día pedí a Jesús algo con todo mi corazón.
Íbamos con mis papis y mi abuelita a pasear en nuestra camioneta. Yo tenía siete años. Y, como pensaba que mi abuela era muy viejita y por lo tanto no tendría fuerzas para cerrar la puerta, me ofrecí a ayudar. La mala suerte fue que, mientras cerraba con una mano, la otra estaba puesta en la bisagra de cierre. ¡Qué dolor! ¿Pueden imaginarlo? Hasta se me cayó la uña días después. ¿Qué necesitaba? Que no me doliera tanto. Y sí, Jesús proveyó calma y consuelo cuando se lo pedí. Confía hoy en ese amoroso Amigo. Mirta
12 de enero