Bronckart (2004) sintetiza “el programa de la Ética” de este modo:
En esta obra, Spinoza plantea insistentemente la dificultad que tienen los humanos para comprender la organización general del universo, para apreciar los múltiples determinismos de las acciones en las que participan, para identificar el lugar que ocupan y el papel que desempeñan en él en tanto que individuos. Sostiene por ello que, para enfrentarse a esta “discordancia”, el hombre tiende a presentar su propia naturaleza, abstracción hecha de toda causa externa como una entidad independiente, autónoma y todopoderosa. (…) El programa de la ética de Spinoza consiste por tanto en separarse de ese antropocentrismo para llegar a una forma superior de conocimiento, que sería “racional”, en cuanto que no haría sino reencontrar la posición efectiva del hombre en el universo. (…) Es a este conocimiento al que debe llegar el hombre; debe dejar de considerarse como autónomo y “abstracto” respecto de las causas que actúan sobre él y, muy al contrario, debe situarse como efecto y ponerse en relación con sus causas; en otras palabras, debe convertir en objeto central de su reflexión las relaciones de causalidad del orden universal al que pertenece. (p. 43)
En lo personal, lo que me resultó más atractivo cuando leí la Ética es que inmediatamente comprendí su potencialidad a la hora integrar a nuestro trabajo de enseñantes nuestra dimensión de seres emocionales, tan poco reconocida en la educación.
Tiempo después tomé conocimiento de que es un filósofo que ha sido muy leído y estudiado en Argentina. Desde el estudio pionero que León Dujovne publicó entre 1941 y 1946, cuatro tomos dedicados a “su vida, su época, su obra y su influencia”, editados por la Universidad de Buenos Aires, hasta los más de quince Coloquios Spinoza realizados a partir del 2001 en la Universidad Nacional de Córdoba, mucho es lo que su lectura ha inspirado y continúa haciéndolo. Hay incluso un hecho en general ignorado que es oportuno mencionar en este contexto. En 1949 quien en ese momento era el presidente de la Argentina, Juan Domingo Perón, cierra el Primer Congreso Nacional de Filosofía en la ciudad de Mendoza con una conferencia que luego se publicará como La comunidad organizada. Este discurso concluye con una mención a Spinoza:
Esta comunidad (haciendo referencia a la Argentina) que persigue fines espirituales y materiales, que tiende a superarse, que anhela mejorar y ser más justa, más buena y más feliz, en la que el individuo puede realizarse y realizarla simultáneamente, dará al hombre futuro la bienvenida desde su alta torre con la noble convicción de Spinoza: “Sentimos, experimentamos, que somos eternos”.
Esta presencia reiterada de Spinoza en nuestro país lleva a Diego Tatián (2005), uno de los expertos más importantes de la actualidad, a preguntarse si existe un spinozismo argentino. Sin embargo, para que esta circulación en nuestro país fuera posible son muchas las circunstancias difíciles que debió atravesar su obra.
Spinoza escribió varios libros que no pudo editar en vida ya que su pensamiento era considerado peligroso tanto para la religión como para la moral y el orden político, y siguió así hasta muchos años después de su muerte. Sus discípulos fueron perseguidos, encarcelados, torturados. A pesar de eso sus escritos siguieron circulando de modo clandestino; sobre el final del siglo XVIII se constituye en el centro de una polémica filosófica y religiosa en Alemania (en la que Kant no estuvo ausente) y su pensamiento es reinvindicado en el contexto del romanticismo alemán (Solé 2011).
La Ética es la obra central de Spinoza. Allí presenta una doctrina “útil para la vida social, en cuanto enseña a no odiar ni despreciar a nadie, a no burlarse de nadie ni encolerizarse contra nadie, a no envidiar a nadie (…). Por último, esta doctrina es también de no poca utilidad para la sociedad civil, en cuanto enseña de qué modo han de ser gobernados y dirigidos los ciudadanos, a saber: no para que sean siervos, sino para que hagan libremente lo mejor” (E2 49, Escolio).2
Estuvo trabajando en ese libro desde 1661 hasta 1675, pero interrumpió su redacción entre 1665 y 1670 para escribir el Tratado Teológico-político (TTP), obra con la que pretendía realizar una fuerte intervención en la política de su tiempo apoyando al gobierno de Witt3. Escribe en defensa de las libertades de opinión y culto y contra los calvinistas, a quienes acusará de promover la falsa religión y la superstición, y contra los orangistas, asociados a la “falsa política”, la monarquía.
Por distantes que estén en el tiempo y por distintas que sean las circunstancias, creo que las preocupaciones que tenía Spinoza son en varios sentidos similares a las preocupaciones que tenemos hoy los docentes en las escuelas secundarias que queremos enseñar a nuestros alumnos a construir y respetar acuerdos de convivencia que permitan gestionar las escuelas de modo democrático; los docentes necesitamos una buena convivencia en el aula como punto de partida para hacer nuestro trabajo pero lejos estamos de contar con ella. En realidad, hoy, el trabajo de los profesores de la educación secundaria consiste sobre todo en generar las condiciones que permiten las situaciones de enseñanza-aprendizaje (Dubet 2006, p. 176; Bronckart 2007, p. 184). Los docentes solo contamos con nuestro discurso persuasivo para construir esa convivencia armónica en el aula; lo mismo buscaba Spinoza para toda la sociedad.
En el Tratado Teológico-político (TTP), Spinoza dice que “nadie puede dudar que sea en extremo útil a los hombres vivir según las leyes y prescripciones de la razón” (p. 238) y que (los hombres) “debieron convenir en seguir los consejos de la razón (…) en no hacer a nadie lo que no querían que se les hiciera y en defender los derechos de los demás como los suyos” (p. 239). No es muy diferente el tipo de desafío que tienen los profesores de las escuelas secundarias cuando tratan de enseñar la “buena convivencia”. Leyendo a Dubet en términos de Spinoza, podemos decir que ahora que el “programa institucional” está en decadencia, y que es en la escuela secundaria donde con más fuerza se manifiesta, las aulas de las escuelas secundarias han vuelto al “estado de naturaleza”. Los profesores ya no cuentan con un rol institucional que los protege, solo cuentan con su potencia, su esfuerzo, su conatus4. En esta situación, “la dificultad para dar clases puede virar hacia una verdadera hostilidad para con los alumnos” (Dubet 2006, p. 185). El desafío entonces es trasformar esa convivencia hostil, de lucha por el reconocimiento, en un aula concebida como una comunidad de aprendizaje, donde la convivencia armónica que permite hacer el trabajo de enseñanza se consigue por el reconocimiento mutuo (Ricœur 2006, p. 277).
Acompañemos a Spinoza en el desarrollo argumentativo del capítulo XVI del TTP, “Del fundamento del Estado. Del derecho natural y civil del individuo y del derecho del Soberano”.
Parte Spinoza por mostrar que por las leyes de la naturaleza cada individuo está
...determinado naturalmente a existir y a obrar de un modo dado. Así por ejemplo, los peces están hechos naturalmente para nadar, de entre ellos, los mayores están dispuestos para comerse a los más pequeños y, consiguientemente, en virtud del derecho natural, todos los peces gozan del agua, y los grandes devoran a los menores. (p. 236)
Se ve perfectamente con este ejemplo lo que quiere decir Spinoza cuando afirma que en el estado de naturaleza, el derecho se extiende hasta donde se extiende el poder. Es una ley general de toda la naturaleza “que cada cosa se esfuerce por mantenerse en su estado, sin tener en cuenta más que a sí misma, y no teniendo en cuenta sino su propia conservación”, y en este punto “no reconocemos diferencia alguna entre los hombres y los demás individuos de la naturaleza, ni entre los hombre dotados de razón y los que de ella están privados, ni entre los extravagantes y locos y los hombres sensatos”. Los seres humanos parten de esa situación: el derecho natural no está dado por la razón, sino por el poder, la fuerza de los apetitos y las necesidades. Esto rige para todos por igual: “Así como el varón prudente y sabio tiene el derecho absoluto de hacer todo lo que la razón le dicta (…) así el ignorante o el insensato tiene derecho a hacer todo lo que le exige su apetito”.
La diferencia que hay entre el que guía su conducta por su razón (y entonces no hace “a nadie lo que no quiere que se le hiciera”