Un importante mérito de la obra de Allport consiste en no culpabilizar al sujeto del prejuicio. El proceso psicológico que da lugar a su surgimiento tiene sus raíces en las necesidades de separación y distinción de las personas en grupos sociales, por razones identitarias. El siguiente ejemplo es sumamente revelador:
El trabajador mexicano en Texas se aparta categóricamente del empleador anglo. Vive apartado, habla otro idioma, tiene una tradición totalmente distinta y asiste a una iglesia diferente. Sus hijos no asisten, con mucha probabilidad, a la misma escuela que los hijos del empleador, ni juegan juntos. Todo lo que el empleador sabe es que Juan viene a trabajar, toma su dinero y se va. Él nota que Juan es irregular en su trabajo, parece indolente y poco comunicativo. Nada es más fácil para el empleador que suponer que este comportamiento es característico de todo el grupo de Juan. Desarrolla un estereotipo sobre la pereza, la imprevisión y la falta de confiabilidad de los mexicanos. Entonces, si el empleador se encuentra económicamente incómodo por la irregularidad de Juan tiene motivos de hostilidad, especialmente si cree que sus altos impuestos o problemas financieros se deben a la población mexicana.
El patrón de Juan ahora piensa que “todos los mexicanos son flojos”. Cuando conozca a un nuevo mexicano tendrá esta convicción en mente. El prejuicio es erróneo porque: 1) no todos los mexicanos son iguales; 2) Juan no era realmente flojo, pero tenía muchos valores privados que lo llevaron a comportarse de la manera en que lo hizo. Le gusta estar con sus hijos, observó los días de fiesta religiosa o tenía reparaciones para hacer en su propia casa. El empleador ignora todos estos hechos. En lugar de decir, como lógicamente debería, “no sé las razones del comportamiento de Juan porque tampoco lo conozco a él como una persona de su cultura”, el empresario resolvió un problema complejo de una manera simplificada, atribuyéndoles a Juan y su nación un atributo de “flojera”.
Sin embargo, el estereotipo del empleador creció a partir de un grano de verdad. Era un hecho que Juan era mexicano y era irregular en su trabajo. También pudo haber sido un hecho que el empleador hubiera tenido una experiencia similar con otros trabajadores mexicanos.
La distinción entre una generalización bien fundada y una errónea es muy difícil de dibujar, en particular para el individuo que la alberga (Allport, 1979: 19-20).
Allport atribuye la tendencia humana al prejuicio a la manera en la que pensamos a través de categorías y conceptos, así como también a nuestra convivencia como seres sociales, a nuestra propia pertenencia a ciertos grupos y comunidades (in-groups). De esta forma el individuo, como parte de un grupo interno o externo de referencia, “desarrolla una forma de vida con códigos y creencias características, estándares y enemigos para satisfacer sus propias necesidades de adaptación. Las preferencias de su grupo deben ser también las suyas; los enemigos de su grupo, sus propios enemigos” (Allport, 1979: 39-40).
Para las minorías étnicas, que muchas veces surgen de migrantes o diásporas, los grupos de referencia son las mayorías. Dado que muchas personas definen sus lealtades en términos de la comparación con los demás, se preocupan sobre los grupos externos y sienten su presión en cuanto al deseo de ser iguales.
Allport demuestra que el prejuicio es aprendido, generalmente en familia, desde la niñez. Si el padre cree que los negros o los latinos están hechos para el trabajo manual y los empleos no calificados, los niños también lo creerán. De igual forma, se construyen imágenes potentes a nivel nacional, que determinan el comportamiento y las creencias de los individuos. En este sentido, sostiene:
Los estadounidenses creen oficialmente en los valores fundamentales establecidos en la tradición religiosa judeocristiana y en el derecho inglés; en una evolución no lineal dirigida por los ideales comunes de la sociedad; en la eficacia de la razón (para que la verdad finalmente salga ganando); en la conveniencia de que muchos puntos de vista interactúen y se expresen libremente al votar bajo un sistema de dos (o más) partidos; ese gobierno es un árbitro entre intereses divergentes que debe salvaguardar la espontaneidad ética del individuo (Allport, 1979: 93-94).
En forma clara, aunque para hoy en día un tanto esquemática, el autor distingue entre las características “raciales” (físicas) y étnicas (culturalmente aprendidas) de las personas. Confundirlas significa exagerar el peso de las físicas sobre las culturales. Si lo étnico o aprendido puede cambiar en una generación, lo heredado es inamovible. Este postulado de Allport tendría aplicación directa en que si, por ejemplo, pensamos que los latinos son flojos por motivos “raciales”, ni ellos ni sus hijos cambiarán. Si, por el contrario, sostenemos que ese supuesto rasgo es resultado de su cultura, entonces aceptamos que podrían darse transformaciones con los cambios generacionales.
Todo esto tiene repercusiones cuando analizamos el carácter nacional. Los grupos nacionales de ninguna manera son correlativos a los grupos étnicos, aunque en ciertos casos (Finlandia, Grecia, Francia cuando Allport escribía) la correspondencia puede ser bastante cercana. Por lo general, un idioma determinado (que crea un tipo de grupo étnico) se habla en varias naciones; a la inversa, muchas naciones emplean más de un idioma (Rusia, Suiza).
Allport demuestra que aunque las naciones y los grupos étnicos a menudo no se corresponden, aún es posible identificar a la humanidad por naciones, así como por grupos étnicos, y preguntar qué diferencias existen entre ellos. El concepto de “carácter nacional” implica que los miembros de una nación, a pesar de las diferencias étnicas, raciales, religiosas o individuales entre ellos, se parecen entre sí en ciertos patrones fundamentales de creencias y conductas, más de lo que se asemejan a los miembros de otras naciones (Allport, 1979: 116).
En la segunda parte de este libro repasaremos las posibles reacciones al rechazo de las minorías para verificar su existencia en la comunidad mexicana de profesionistas. De entre las varias explicaciones sobre la formación del prejuicio retomaremos la teoría de la interacción, que pone el énfasis en la reputación ganada para explicar las actitudes hostiles hacia los mexicanos, y los migrantes en general, en Estados Unidos.
Según Allport (1979: 221, 240), ciertos factores socioculturales contribuyen a que las personalidades prejuiciosas sean más numerosas en el tiempo y en los lugares donde prevalecen las siguientes condiciones:
1. La estructura social está marcada por la heterogeneidad.
2. Se permite la movilidad social (facilidad de movilidad vertical).
3. Progresa el cambio social rápido.
4. Existen la ignorancia y las barreras a la comunicación.
5. El tamaño de un grupo minoritario es grande o está en aumento (densidad relativa de la población de grupos minoritarios).
6. Existen la competencia directa, las amenazas realistas y las rivalidades.
7. La explotación sostiene intereses importantes en la comunidad.
8. Las costumbres que regulan la agresión son favorables a la intolerancia (sanciones aplicadas a chivos expiatorios).
9. Las justificaciones tradicionales para el etnocentrismo están disponibles (leyenda y tradición que sostienen la hostilidad).
10. No se favorecen ni la asimilación ni el pluralismo cultural.
Este pensador explica la presencia de las tensiones étnicas y raciales en Estados Unidos, entre otras causas, a través de la existencia de una amplia población de migrantes de segunda generación,