• En la tercera generación —constituida por hijos que nacieron en Estados Unidos de padres que también nacieron en Estados Unidos—, esta identificación baja a un 77 por ciento. Para la cuarta generación sólo la mitad se considera hispana.
• De los que no se consideran hispanos, la mayoría nunca se ha percibido así por varias razones, entre las cuales está la lejanía de sus ancestros.
• Si bien la inmigración tuvo un papel importante en el aumento de la población hispana en el siglo XX, a partir del 2000 este crecimiento dependía más de los nacimientos. Esto, aunado a la recesión económica, influye en que, a la fecha, la población hispana se incremente a una tasa menor que anteriormente.
• En general, los hispanos en Estados Unidos tienden a casarse con otros hispanos (el 75 por ciento), lo cual permite la reproducción cultural y el crecimiento de su grupo étnico más que en los casos de los nativos blancos o de la población negra. Sin embargo, esta tasa también disminuye con el paso de las generaciones.
• La menor inmigración y los matrimonios interraciales podrían contribuir a la formación de una población importante con raíces hispanas, pero cuyos miembros no se identifican a sí mismos como hispanos o latinos.
• Para 2065 se estima que la hispana constituirá casi una cuarta parte de la población en Estados Unidos (el 24 por ciento), un aumento significativo si se la compara con el 18 por ciento en 2015. Éste sería el escenario si las tendencias actuales de inmigración y de nacimientos se mantienen.
• En la actualidad, la mitad de los hispanos se considera “americanos típicos”, pero un 44 por ciento afirma que son diferentes. Con el paso de las generaciones, cada vez más los hispanos se autoincluyen en la primera categoría.
• Sólo el 71 por ciento de la población de ascendencia latina pensaba que hablar español es un elemento importante de la identidad latina; y nada más el 16 por ciento sostiene que es importante tener un apellido latino para ser considerado hispano.
• De los 42.7 millones de estadounidenses con ascendencia latina, la gran mayoría (el 89 por ciento) se identifican como hispanos.
• En cuanto a las ventajas/desventajas de ser latinos, poco más de la mitad (el 52 por ciento) de la segunda generación considera que esto ha tenido un impacto importante en sus vidas. Con el paso de las generaciones, el porcentaje disminuye.
• En lo concerniente a la discriminación, el 39 por ciento de los autoidentificados como hispanos acusan discriminación por sus orígenes. Esta situación aumenta entre los migrantes recién llegados y disminuye en las generaciones más antiguas. Entre los que no se reconocen como hispanos, sólo el 7 por ciento afirma haber sido discriminado.
En conclusión, el Pew Research Center muestra un claro vínculo causal entre la percepción de la identidad hispana y las probabilidades de experimentar discriminación.
LOS MEXICOAMERICANOS
Entre los migrantes latinos y en general la diáspora latina en Estados Unidos, los mexicoamericanos ocupan un lugar esencial, de alto interés para esta reflexión tanto por ser en sí mismos objeto de discriminación como por considerarse ellos mismos diferentes de la población hispana recién llegada a Estados Unidos. Para los propósitos de este libro, nos interesan dos características de la población mexicoamericana: por una parte, la percepción global de los latinos como mexicanos; y por otra, las tensiones entre la diáspora mexicana en Estados Unidos (los mexicoamericanos) y los migrantes mexicanos, sobre todo los de bajas calificaciones e ingresos.
Portes y Truelove (1987) encuentran similitudes entre las historias políticas de los mexicoamericanos y los afroamericanos, en cuanto a su subordinación y a las dificultades para ejercer el voto, primero a través de la prohibición, luego por medio de las pruebas de alfabetización y, finalmente, como consecuencia del gerrymandering1 y de la cooptación de los líderes étnicos; sin embargo, lo que los diferencia, afirman los autores, es la alta identificación con el país de origen, lo que ocasiona, u ocasionaba hasta hace poco, que su participación política fuera reducida: “Esta reticencia a cambiar las lealtades nacionales parece haber representado uno de los principales obstáculos en el camino de una organización eficaz por parte de los líderes mexicoamericanos”, argumentan Portes y Truelove (1987: 379).
Un primer punto señalado por los propios migrantes es que para algunos estadounidenses ser latino significa ser mexicano. Por lo tanto, todos los estereotipos que se tengan sobre los latinos son transferidos a los mexicanos, y al revés, las personas nacidas en otros países de América Latina podrían ser clasificadas como mexicanas por desconocimiento. Otra consecuencia es la división al interior de la misma población mexicana en Estados Unidos, partes de la cual pueden llegar a tener opiniones negativas sobre los “otros mexicanos”: los mexicoamericanos pueden, por ejemplo, criticar a las generaciones de nacidos en México, al asumir los estereotipos que los mismos estadounidenses se forman; o los recién llegados reprocharle a los mexicoamericanos su falta de solidaridad.
En algún momento de sus vidas, las generaciones de mexicoamericanos fueron también migrantes y estuvieron sujetas a los retos que supone la integración a un nuevo país. Un estudio de Gutiérrez (1991) también destaca la ambivalencia de las actitudes de los mexicoamericanos hacia la inmigración mexicana. El autor señala tensiones aún vigentes hoy en día:
Históricamente, gran parte de esta preocupación se ha basado en la creencia de los mexicanos estadounidenses de que los inmigrantes mexicanos socavan su posición socioeconómica, ya de por sí tensa en Estados Unidos, ya que deprimen los salarios; compiten por empleos, vivienda y servicios sociales, y refuerzan los estereotipos negativos sobre los “mexicanos” entre los Anglo Americans. Además, la estratificación social, las lealtades regionales y las diferencias sutiles en el uso de las costumbres y la lengua también sirven para dividir a los mexicoamericanos nacidos en Estados Unidos (Gutiérrez, 1991: 7-8).
Con estas consideraciones pasaremos al estudio de algunos prejuicios históricos sobre el mexicano como extranjero en Estados Unidos.
Los prejuicios a través de la historia oral
y el testimonio
EL MEXICANO, “UN ANIMAL DÓCIL”: LA BELLA ÉPOCA
A principios de siglo XX, las diferencias culturales y raciales se explicaban a través del determinismo biológico, que justificaba el discurso racializante al afirmar que “los angloamericanos se elevaban por encima de los mexicanos y otras personas de color” (Santa Anna, 2002: loc. 5949). En particular, los migrantes mexicanos eran juzgados con base en estereotipos como la docilidad, la flojera, su bajo nivel de inteligencia y su volubilidad, que los hacía poco confiables para los trabajos.
El primero de éstos, la docilidad, no es necesariamente un estereotipo con consecuencias negativas en la obtención de trabajo, ya que lo “servicial” y manejable de los mexicanos también significaba que fueran un grupo “menos deportable” que “los negros”, puertorriqueños o filipinos (Reisler, 1976); sin embargo, la imagen de los mexicanos como trabajadores subordinados también influía negativamente en su ascenso laboral y en el reconocimiento de sus habilidades profesionales y emocionales. El recuerdo de la percepción sobre los mexicanos en aquella época, si bien doloroso, ya no corresponde necesariamente a los problemas de los migrantes el día de hoy:
Desde la aparición más temprana de mexicanos en los ferrocarriles y granjas del suroeste, los anglosajones contemplaron los beneficios de tener una oferta de mano de obra fácilmente manipulable. El mexicano, informaba el economista Victor S. Clark en 1908, “es dócil, paciente, generalmente ordenado en el campamento, bastante inteligente bajo supervisión competente, obediente y barato. Si fuera activo y ambicioso sería menos manejable y costaría más. Su punto más fuerte es su disposición a trabajar