Al aplicar el planteamiento de Allport, podemos distinguir cuatro fases en el proceso de asimilación de la población mexicana migrante en Texas. La primera sería el contacto, lo que lleva a la competencia (segunda fase), que a su vez da paso a la acomodación y, finalmente, a la asimilación.
La segregación es parte del proceso de competencia —recordemos, por ejemplo, que en Houston muchos mexicanos viven en el área de Woodlands, lejana al centro de la ciudad— y éste es el caso propicio para la creación de diversos estereotipos falsamente atribuidos a la raza. Como observa el autor objeto de esta reflexión, “la segregación mejora notablemente la visibilidad de un grupo; lo hace parecer más grande y más amenazante de lo que es” (Allport, 1979: 269).
En la etapa de contacto ocupacional, las minorías suelen estar en la parte inferior de la escala, observa Allport, y lo argumenta con la población negra. La situación de los mexicanos muestra un proceso parecido en el que las mayorías se dedican al trabajo manual, y una minoría de ellos (los profesionistas), que no lo hace, enfrenta dificultades para obtener puestos de mando o se enfrentan a prejuicios sobre sus capacidades reales para desempeñarse en trabajos calificados. La buena noticia, en teoría por lo menos, es que en la medida en que pasa el tiempo, los prejuicios tienden a desaparecer, dando lugar a la aceptación. Sin embargo, Allport no toma en cuenta los determinantes políticos de los procesos de integración y asimilación de migrantes, ya que un discurso de odio y rechazo hacia ellos, como el iniciado por el presidente Donald Trump, transforma también la reacción de la población nativa hacia los migrantes.
Muchas veces la discriminación no es visible, ya que existe una gran diferencia entre el pensamiento prejuicioso y su práctica discriminatoria. Allport (1979: 332-333) identifica un proceso de verificación interna que hace que uno pueda sentirse completamente libre de condenar a un grupo minoritario dentro de su familia, club o reunión de vecinos, pero inhibirá la tendencia cuando un miembro de ese grupo esté presente. O puede criticar al grupo, sin participar en ninguna otra acción discriminatoria. Otra medida que señala el autor es impedir que los miembros de grupos minoritarios enseñen en las escuelas de la comunidad o ingresen a su propio campo profesional, tratando de esta forma de aplicar frenos múltiples a su integración.
Allport identifica varias maneras en que las personas manejan sus impulsos contrarios hacia las minorías, que van desde la represión o negación (“Aquí no tenemos ningún problema con ellos, pero…”; “No tengo prejuicios, pero...”; “Los judíos tienen tanto derecho como cualquiera, pero…”) a la defensa (racionalización) de sus propios prejuicios. A mediano o largo plazos, incluso los grupos más intolerantes tienden a llegar al compromiso (solución parcial), como podría ser el caso de un político, quien está virtualmente obligado a rendir homenaje a la igualdad de derechos en todos sus discursos de campaña, así como a favorecer intereses especiales cuando ya está en el cargo (Allport, 1979: 337). Finalmente, la solución verdadera siempre es la integración.
Más adelante, este autor vincula la existencia de prejuicios con la frustración, de manera que las personas más frustradas, agresivas y envidiosas serían más susceptibles de desarrollar prejuicios que las tolerantes (Allport, 1979: 349). Se trata de un ansia de poder y de superar al otro que se proyecta a través de tendencias a atribuir falsamente a otras personas motivos o rasgos propios, o que de alguna manera explican o justifican los nuestros: “Uno puede sentir resentimiento contra personas totalmente inocentes que disfrutan de más privilegios que nosotros, y al mismo tiempo se puede dar paso a una tendencia ilógica a culparlos por la propia privación” (Allport, 1979: 382). Identifica, asimismo, ciertos rasgos de la personalidad prejuiciosa, dentro de los cuales destaca al institucionalismo por las implicaciones que podría tener en materia de los estudios migratorios. Dice el autor:
el antisemita no tiene simplemente un conjunto de actitudes negativas. Más bien está tratando de hacer algo: a saber, encontrar una isla de seguridad institucional. La nación es la isla que él refleja. Se trata de un anclaje positivo: es su país correcto o incorrecto; es más alto que la humanidad; más deseable que un Estado mundial. Tiene la definición que necesita. La investigación establece el hecho de que cuanto mayor es el grado de nacionalismo, más grande es el antisemitismo.
La nación es ante todo una proyección (la proyección principal) de él como individuo. Es su grupo interno. No ve ninguna contradicción en excluir de su órbita benéfica a aquellos a quienes considera intrusos y enemigos (es decir, a las minorías estadounidenses). Es más, la nación representa el statu quo. Es un agente conservador, dentro del cual se encuentran todos los dispositivos para una vida segura que él aprueba. Su nacionalismo es una forma de conservadurismo. Según su definición, la nación es la que se resiste al cambio. Por lo tanto, desconfía de los liberales, los reformadores, los partidarios de la Carta de Derechos y otros “amigos”: [ellos] están dispuestos a cambiar su concepción segura de lo que significa la nación (Allport, 1979: 406).
Nuestro teórico va más lejos y afirma que las personas prejuiciosas encuentran difícil la sociedad democrática, por los que muchas de ellas declaran que “Estados Unidos no debería ser una democracia, sino simplemente una república. [...] La individualidad contribuye a la indefinición, el desorden y el cambio. Es más fácil vivir en una jerarquía definida donde las personas son prototipos, y donde los grupos no cambian ni se disuelven constantemente”.
En consecuencia, concluye Allport, a las personas prejuiciosas les gusta la autoridad, piensan que Estados Unidos necesita “más disciplina”, son nacionalistas y propensas a seguir a demagogos que les “proporcionen canales para protestar y odiar, y estos placeres de indignación son divertidos y temporalmente satisfactorios” (Allport, 1979: 416).
Allport finaliza su estudio con la afirmación de que que la discriminación y el prejuicio pertenecen tanto a la estructura social como a la de la personalidad: “Para mayor precisión podemos decir que lo que llamamos discriminación generalmente tiene que ver con prácticas culturales comunes estrechamente vinculadas con el sistema social imperante, mientras que el término prejuicio se refiere especialmente a la estructura actitudinal de una personalidad dada” (Allport, 1979: 514).
Retomar este planteamiento hoy en día nos ayuda a explicar el surgimiento de una figura política como Donald Trump, que responde a una población frustrada, con prejuicios sin resolver, económicamente vulnerable, no necesariamente por la inmigración, sino por los efectos de la economía del conocimiento, mediante la cual, entre otras cosas, las máquinas reemplazan con mucha frecuencia al trabajo manual. De esta forma, la presente investigación se despliega en un nuevo contexto, aunque repleto de los antiguos vicios de la sociedad estadounidense, con una trayectoria histórica de programas de integración de las minorías insuficientes, que no se desarrollaron a la par que las políticas permisivas hacia la inmigración. Aunque el estudio de la sociedad estadounidense no sea un objeto directo de este libro, resulta imprescindible entender el mecanismo de formación de sus prejuicios, que se verán reflejados más adelante en el transcurso del análisis de testimonios.
LOS MIGRANTES COMO MINORÍAS.
ESTEREOTIPOS Y METÁFORAS
De acuerdo con los planteamientos de las investigaciones del prejuicio a nivel lingüístico, Santa Anna (2002) emprende el estudio de las metáforas para identificar los principales estereotipos estadounidenses hacia la comunidad hispana. Para empezar, es preciso explicar la metáfora no como una herramienta poética, ornamentación de la expresión literal, sino como un mecanismo básico del pensamiento humano, central en la construcción del orden social. En la misma línea que Teun A. van Dijk, Santa Anna (2002: loc. 599-602) considera que las relaciones sociales jerárquicas se promulgan, sostienen y legitiman a través del discurso.
Santa Anna muestra que el pensamiento metafórico no sólo refleja, sino que constituye los dominios sociales de la ciencia, el derecho y la mayoría de los aspectos de la vida cotidiana (Santa Anna, 2002: loc. 660-662). Afirma el autor: “Los estudios de las ciencias cognitivas muestran