Uno de los activistas entrevistados confirma esta misma percepción sobre el racismo en Texas y cómo crea conflictos en la comunidad de mexicanos. Lo vincula con la ideología de la supremacía blanca y la política del Destino Manifiesto, con las barreras históricas estructurales que han impedido la reforma migratoria y que regulan el acceso a los recursos y el bienestar. Para él, los migrantes pueden ser buenos aliados para defender a la democracia en Estados Unidos: “el Sur tiene un nivel de racismo estructural y abierto mucho más descarado que el Norte [...]; el Sur todavía está en una situación de miedo, y el nivel de violencia estatal contra los afroamericanos todavía tiene un nivel de legitimidad muchísimo mayor, y sobre todo en las áreas rurales el Ku Klux Klan está vivito y coleando; entonces el racismo todavía tiene expresiones, tanto en política pública como en la vida cotidiana”.4
El racismo está, entonces, inmerso en un doble conflicto: tanto entre los migrantes mexicanos y la sociedad de acogida, como dentro de la misma comunidad de mexicanos en Texas. A través del acceso al sistema legal y las visas se crea la dicotomía entre los documentados y los indocumentados. Generalmente, esta división corresponde también a la diferencia de clases sociales que se exporta desde México, ya que los indocumentados tienden a contar con una escolaridad baja, mientras que los documentados son calificados o altamente calificados.
Paradójicamente, el migrante calificado, muchas veces proveniente de las clases medias en México, pasa de ser una minoría privilegiada en su país a formar parte de un grupo social generalmente despreciado en Estados Unidos. A la hora de ser confundidos con los migrantes indocumentados, los profesionistas son vulnerabilizados como minorías migrantes, por lo que muchas veces surgen las tensiones entre los profesionistas que desprecian a los indocumentados por afectar su imagen, mientras que estos últimos acusan a los primeros por su poca colaboración y escasa hermandad. De esta forma, la diferencia de clases traspasa fronteras e impide la cohesión de la diáspora mexicana.
La estancia en la Universidad de Rice me permitió solicitar información sobre la entrada de profesionistas mexicanos a Texas en el periodo 2006-2016, por medio de la Ley de Libertad de la Información (Freedom of Information Act, FOIA). A pesar de que se pidió información de las entradas con los diversos tipos de visado a los que pueden acceder los trabajadores mexicanos calificados, los datos obtenidos son principalmente sobre las visas B1, TN2 y L1, pero por razones de confidencialidad no se especifican aspectos esenciales, como lugar de origen en México o fecha de nacimiento. Sin embargo, pudimos constatar que los sueldos reportados están entre un máximo de 2 077 365 dólares anuales para un ejecutivo de una transnacional que estudió administración de negocios, con grado de maestría, y los 2 400 dólares al año, para alguien que estudió lo mismo pero suponemos que sólo tuvo un empleo parcial. La desigualdad de ingresos confirma la existencia de mexicanos que provienen de ambientes y profesiones muy diferentes, con posiciones sociales muy variadas fuera del país.
La migración hacia las ciudades texanas
La mayoría de la migración calificada a Texas se dirige a las grandes ciudades como Houston, Austin, Dallas, pero también a otras más pequeñas como College Station, lugares de atracción por tratarse de centros urbanos menos conservadores que en el resto del estado. Las metrópolis texanas tendrán un papel especial a lo largo del estudio empírico, ya que la mayoría de los entrevistados residen en ellas. Cada una de estas ciudades tiene su interés especial para el estudio de la migración calificada.
La ciudad de Austin está en el séptimo lugar de Estados Unidos entre las ciudades con una mayor proporción de oferta laboral en tecnología. El 10 por ciento de los migrantes a Austin trabajan en dicha área, comparado con el 19 por ciento en San José, California, que se ubica en el primer lugar (Dutton, 2017).
La ciudad de College Station, a pesar de ser pequeña, también presenta sus peculiaridades. Treinta y dos de cada cien trabajadores extranjeros altamente calificados tienen una visa H-1B, y de éstos, el 99 por ciento trabajan en Cognizant Technology Solutions Corp., una compañía de consultoría multinacional (Cao, 2018). Según datos del Pew Research Center, College Station ha sido la ciudad con más aprobaciones de visas H-1B en todo el país entre 2010 y 2016, proporcionalmente hablando. En comparación, ninguna otra área metropolitana tenía más de cinco aprobaciones H-1B por cada cien trabajadores (Sood, 2018).
Ahora bien, el núcleo de la investigación fue Houston, considerado por algunos como un oasis multicultural dentro de un estado con significativa discriminación en contra de los extranjeros. Efectivamente, Houston es una de las ciudades más diversas de Estados Unidos y del mundo, con un número de migrantes en aumento; los de origen mexicano representan el 10 por ciento de una población de 6.3 millones de habitantes (Capps, Fix y Nwosu, 2015). Los medios describen Houston como un “unicornio para la migración calificada” (Najarro, 2017) y una de las ciudades en donde más empleadores aplican para las visas H-1B, dirigidas a trabajadores de alta tecnología.
Las estadísticas muestran que, en promedio, los mexicanos recién llegados a Houston tienden a tener un nivel de educación inferior al de la población asiática, ganan menos y se naturalizan en menor medida que otros grupos de migrantes, como los vietnamitas, los indios y los chinos. Los mexicanos estuvieron entre los primeros migrantes a la región; sin embargo, puede observarse que sus flujos se desaceleran: para el periodo 2000-2012 la población de origen mexicano sólo aumentó un 32 por ciento, comparado con un 132 por ciento en el caso de Guatemala, el 83 por ciento en el de la India y el 73 por ciento para Pakistán (Capps, Fix y Nwosu, 2015).
El cónsul de México en Houston, Óscar Solís, afirma que esta ciudad es incluso más multicultural que Nueva York, aunque la población extranjera no es tan visible por tener “poca población flotante”, es decir, la gente va a Houston directamente a vivir y no tanto a visitar. En sus palabras, “la economía de Houston es muy sólida porque no descansa en un solo pilar; no es sólo el sector energético, sino también los de la salud, la industria aeroespacial, la construcción, el comercio, los servicios”.5
Mucha de la migración de profesionistas mexicanos y asiáticos está vinculada a la existencia de casi “cinco mil empresas relacionadas con la energía, desde extracción de petróleo hasta energía renovable y de última generación”. Sin embargo, a su manera de ver, no hay ninguna organización que agrupe a estos profesionistas mexicanos.
Varios medios locales describen la importancia histórica de los migrantes en la creación de la ciudad de Houston, así como en el mantenimiento de su prosperidad. “La primera ola de migrantes fueron descendientes de escoceses e ingleses que venían de Kentucky y Misuri junto con sus esclavos africanos; la segunda ola significativa emigró de Alemania” (Leftwich, 2016). Después siguieron las migraciones en varias etapas y una de ellas, quizás la más importante para el siglo XX, fue la de mexicanos. Existen descripciones casi poéticas de la estética contemporánea de la ciudad:
Houston consta de superficies: autopistas, estacionamientos de asfalto, rascacielos de vidrio, paneles publicitarios, y millas y millas de la expansión suburbana delineada por tiendas con cajas grandes y cuadradas. Una ciudad que muchos piensan que no tiene pasado, que se elevó directamente desde el pantano, llenando las praderas circundantes con casas de cemento, ranchos y gruesas capas de césped de San Agustín. Houston probablemente habría muerto de hambre sin inmigrantes; en realidad, la ciudad no existiría sin ellos. Los primeros colonos de la ciudad eran ciudadanos estadounidenses que emigraron a México con Stephen F. Austin u otros empresarios a los que se les concedió el derecho