La mayoría de los estudios que se ocupan de los derechos y del reconocimiento de las minorías dan por hecho que la mejoría de su estatus sólo es compatible con las sociedades democráticas, en la cuales las minorías serían escuchadas, tendrían un papel político reconocido y la sociedad sería de lo más tolerante y libre de prejuicios, lo que evitaría la discriminación.
Si bien se podría argumentar que cualquiera podemos pertenecer a un minoría de alguna manera, por ser zurdos, mujeres, estudiantes, profesores, etc., las únicas protegidas por el derecho internacional son las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas (Dinstein, 1976: 111). Los derechos de las minorías interesan como derechos colectivos a la existencia física, a la autodeterminación1 y a utilizar los recursos naturales, pero también a nivel individual, en términos de las libertades de expresión, de ejercicio de la profesión o de creencia religiosa.
A pesar de que esta investigación no se centra en el aspecto jurídico sino en el social de la percepción acerca de los migrantes, resulta importante ofrecer el panorama general de los avances en materia de derechos de las minorías, con fines de comprensión pragmática y contextual. En este sentido, concordamos con los hallazgos anteriores de De Gaay Fortman (2011: 265), quien encuentra que la preocupación fundamental no debe ser la condición de mayoría o minoría como tal, sino más bien la construcción de posiciones dominantes basadas en elementos colectivamente exclusivos y el abuso real de tales posiciones. Si bien lo que nos debe ocupar es la protección de la dignidad humana colectiva, también es importante trasladar esa misión de los mecanismos de la ONU para la “promoción y protección de los derechos humanos” a un entorno internacional que realmente permita su realización (De Gaay Fortman, 2011: 303).
MINORÍAS PRIVILEGIADAS
Varios autores han hablado del papel vital de los expertos en la sociedad del conocimiento (Hamid et al., 2017; Heisig et al., 2016; Popescu, Com˘anescu y Sabie, 2016, entre muchos otros). En particular, una nueva vertiente en la teoría de capital humano (Ployhart et al., 2014) enfatiza la importancia de estudiar los recursos humanos no sólo a nivel individual, sino también a partir de la dinámica de los equipos que a través de interacciones complejas producen conocimiento. Trabajos de vanguardia como los de Lim (2017) han planteado la selección de migrantes con base en su nivel educativo como un caso de discriminación similar a la que podría estar basada en la raza o el género, debido a que reproduce los estereotipos acerca de los migrantes de bajas calificaciones.
Para los propósitos de la investigación que aquí nos ocupa, remitimos al libro de Derber, Schwartz y Malgrass (1990), centrado en el papel de los expertos como aquellos actores que controlan el funcionamiento de las sociedades humanas a lo largo de la historia. Los autores recuerdan que los eruditos burocráticos-funcionarios o “mandarines” gobernaron China por más de mil años al establecer que, de acuerdo con las leyes de la naturaleza, “debería haber dos tipos de personas: los educados que gobiernan y los incultos que son gobernados” (Derber, Schwartz y Malgrass, 1990: 217). Los mandarines crearon una jerarquía formal de clases basada en las credenciales confucianas otorgadas por los exámenes. Derber, Schwartz y Malgrass (1990) también observan que muchos otros grupos han construido un gran poder a partir de sus presuntos conocimientos, incluidos médicos brujos en sociedades tribales, sacerdotes en la Edad Media y artesanos organizados en sociedades capitalistas del siglo XIX. Los autores concluyen que el basado en el conocimiento es una forma básica del poder. Las jerarquías basadas en conocimientos son mucho más antiguas que las que se sustentan en la propiedad del capital y son esenciales para comprender el poder en las sociedades humanas.
En particular, en Estados Unidos los puestos de trabajo más prestigiosos son los de juez de la Suprema Corte, médico y físico nuclear. Las veinte ocupaciones más apreciadas son prácticamente todas profesionales, incluidos abogados, arquitectos, dentistas, jueces, psicólogos y profesores. Con base en estos detalles y en el hecho de que hacer un trabajo de forma profesional significa “hacerlo bien”, Derber, Schwartz y Malgrass (1990) destacan la existencia de un nuevo tipo de capitalismo —el capitalismo mandarín— basado en la existencia de tres tipos de clases sociales: los capitalistas, los trabajadores y los profesionales. De acuerdo con los autores, “cada clase compite con las demás; los trabajadores codiciando el capital y el conocimiento, [y los] empresarios y profesionales alineados para defender ambas formas de propiedad, incluso mientras luchan entre sí por el botín” (Derber, Schwartz y Malgrass, 1990: 5).
El estudio acerca de los profesionales en el poder permite observar el papel central de la credencialización, lo que Collins y Sanderson (2015) llamaron “sociedad de credenciales”. Sorprendentemente, Derber, Schwartz y Malgrass (1990: 4) plantean este nuevo tipo de poder —la “logocracia”, que consiste en el uso de licencias, patrones y derechos de autor— como un lado oscuro en el dominio del conocimiento, ya que implica la “creación de una nueva mayoría desposeída: la de los no autentificados”. A decir de los autores:
Los profesionales de la clase [de los poseedores] del conocimiento más poderosos de la actualidad no gobiernan en ninguna sociedad. Sin embargo, los profesionales les han infundido, tanto al capitalismo como al socialismo, una lógica mandarina moderna. Al promover una creencia en su propio conocimiento como experiencia objetiva y ayudar a organizar la escolarización y la división del trabajo para satisfacer sus propios fines, los profesionales esencialmente han convertido el conocimiento moderno en propiedad privada. Al igual que en la China mandarina, esa propiedad intelectual se está transformando en la moneda del reino, convertible en poder de clase, privilegio y estatus (Derber, Schwartz y Malgrass, 1990: 5).
Al asociarse los capitalistas y los profesionistas logran controlar los tres factores básicos de la producción: el conocimiento, el capital y el trabajo. “La credencialización, si bien no es jurídicamente vinculante, convierte a los empresarios en conspiradores en el monopolio profesional” (Derber, Schwartz y Malgrass, 1990: 109). De esta forma, ellos forman una elite que gobierna sobre los que carecen tanto de capital como de conocimiento, convirtiéndose en una de esas minorías que gobiernan a las mayorías que se describieron en el inciso anterior (aunque Derber, Schwartz y Malgrass no lo planteen en estos términos).
Una tesis doctoral de Daniel Gaske (1976), realizada en Texas, planteaba desde ese entonces que los individuos realizan actividades de migración como inversiones de capital humano (Gaske, 1976: 1). A decir de este autor, la migración es una inversión digna de los esfuerzos de muchas personas. Esto es verdad sobre todo en la migración calificada, en la cual se suele emprender el proceso migratorio con la finalidad de realizar estudios, justamente para capacitarse más, y así poder participar en redes científicas internacionales o trabajar con los mejores expertos a nivel mundial en cierto tema. Lo anterior coincide con uno de los postulados básicos de la teoría del capital humano planteado ya por Schultz y ratificado en estudios novedosos como los de Ployhart et al. (2014), y Ployhart y Kautz (2017), quienes afirman que las capacidades de los profesionistas altamente calificados se aprovechan realmente sólo en equipos mixtos y multiculturales, que estimulan la creatividad de sus integrantes.
Mecanismos de discriminación
PREJUICIO Y DISCRIMINACIÓN:
EL PENSAMIENTO DE GORDON W. ALLPORT
Después de revisar un lado del problema de estudio —los privilegios de los profesionistas— abordaremos ahora el tema de los prejuicios contra el mismo grupo cuando éstos pertenecen a minorías étnicas. Para empezar, resulta relevante recordar el mecanismo de formación de los prejuicios en sí mismo. En este sentido, si bien no pretendemos resolver problemas nuevos como la migración de elites en el siglo XXI a través de un planteamiento teórico de 1959, sí consideramos necesario retomar la aportación clásica que empezó a explicar la formación del prejuicio y la discriminación, la obra La naturaleza del prejuicio, de Gordon W. Allport (1979). Por tratarse de un parteaguas en el entendimiento tanto de la construcción del prejuicio como de las minorías, sobre todo las étnicas, con una extensión de más de quinientas cuartillas, evitaremos presentar aquí un resumen breve que podría resultar en una injusticia teórica grave, además de impedir el entendimiento de su importante propuesta.