Discriminación y privilegios en la migración calificada. Camelia Tigau. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Camelia Tigau
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786073032421
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el mexicano”. Los agricultores atribuyeron este rasgo a la falta de desarrollo mental del mexicano, a la creencia de que “el mexicano es un niño, naturalmente”. Al igual que los niños, los trabajadores mexicanos, si se los maneja con comprensión, se los puede inducir a que se comporten adecuadamente. Su supuesta manejabilidad los convirtió en empleados superiores a los ojos de los productores del suroeste (Reisler, 1976: 241).

      Ahora bien, el estereotipo de la pereza es uno de los que han perdurado con los años y aún se sigue reproduciendo hoy en día. Desde los inicios de la migración mexicana a Estados Unidos, México fue visto como “la tierra del mañana” y se decía que “los salarios de los mexicanos tenían que mantenerse bajos, porque cuando están mejor pagados dejan de trabajar” (Reisler, 1976: 241). Según datos recopilados por este autor, el mexicano era generalmente identificado como alguien “poco progresista, carente de ambición e inteligencia, incapaz de ahorrar dinero y de hacerse independiente”. El recuento histórico es otra vez perturbador:

      En los años veinte, las explicaciones raciales pseudocientíficas de las diferencias culturales eran muy comunes. Dirigidos por Madison Grant, presidente de la Sociedad Zoológica de Nueva York, los racistas enseñaban que la humanidad estaba claramente dividida en diferentes criaderos, cuyos potenciales desiguales estaban determinados por la calidad fija de sus genes. Los mexicanos formaban parte de la clasificación inferior debido a su mezcla principalmente de sangre materna indígena y paterna española. [...] Los mexicanos no eran vistos como gente de color, pero tampoco como blancos. [...] Asimismo, por ser los mexicanos un pueblo mestizo, fácilmente tenderían a mezclarse con negros o blancos, llevando a una desafortunada hibridación genética. Los estándares culturales y sociales de Estados Unidos bajarían, lo que podría llevar a la pérdida del poder estadounidense. Los migrantes mexicanos eran más sucios y menos decentes que los nativos, lo que conduciría a problemas de crimen, salud, inseguridad en los barrios, y [falta de] bienestar (Reisler, 1976: 242).

      La misma idea de la hibridación genética del mexicano, interpretada en su sentido despectivo, fue analizada en una tesis de maestría realizada en la Universidad de Texas en Austin en 1922, en donde el autor, Townes Malcolm Harris, afirmaba lo siguiente: “El mexicano es un híbrido, español-indio, más o menos caracterizado por un tipo de docilidad para tratar de evitar que resalte, arraigada en sus rasgos indios. Es temperamental respecto de su trabajo, susceptible de cambiar algo en cualquier momento. Por estas razones, sólo es adecuado para trabajo no calificado” (Miller, 1980: 72).

      El miedo más grande era que Estados Unidos fuese “invadido” por los mexicanos, de forma tal que se tendría que incrementar la tasa de natalidad de los estadounidenses para prevenir la sobrepoblación mexicana. En términos políticos, tener una población en condiciones precarias, con escasas posibilidades de que sus miembros se conviertan en ciudadanos estadounidenses, podría “destruir a la democracia” y vulnerar a los nativos de Estados Unidos, quienes se verían sometidos a un sistema de castas en desacuerdo con los ideales tradicionales de libertad e igualdad (congresista John C. Box, citado en Reisler, 1976: 241).

      El testimonio de la periodista e investigadora Elvira Chavarría, fundadora de la CLNLB, en declaraciones recuperadas a través de su historia oral (1981) (Anexo 6), nos permite recordar otro problema planteado desde principios de siglo XX: no sólo que los mexicanos son muchos, sino que todos son iguales. A decir de Chavarría, “la mayoría de la gente no distinguía realmente entre un mexicano y un mexicoamericano”. Al principio, el reclutamiento de miembros era difícil porque había mucha violencia y miedo, en un contexto más amplio de exclusión de los extranjeros: “Los años veinte, treinta y cuarenta eran muy difíciles económicamente. La migración mexicana era un asunto político. [...] Los mexicoamericanos querían demostrar que tenían los mismos derechos que los ciudadanos estadounidenses”.

      Los años veinte fueron también el periodo cuando surgieron algunas organizaciones de defensa de los hispanos, mexicanos y mexicoamericanos, como la Orden de Hijos de América (1921), más tarde absorbida por la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (League of United Latin American Citizens, LULAC), de 1929, y el Foro GI, creado décadas después para defender los intereses de los veteranos de México-Estados Unidos de la segunda guerra mundial (Moore y Pachon, 1985: 176-186). Aunque muchas de estas organizaciones dejaron de existir, su papel fue vital en iniciar la movilización de la población mexicoamericana y en la creación de un grupo político para defen­derla ante los líderes e instituciones nacionales (Portes y Truelove, 1987).

      Un participante de estas organizaciones fue Rómulo Munguía Torres, periodista y líder de movimientos civiles en San Antonio, Texas. Nació en Gua­dalajara en 1885. Emigró en 1926 a Estados Unidos, donde fundó La Prensa, periódico en español de San Antonio. Fue nombrado cónsul honorario de México en 1958 y participó en distintas elecciones en Estados Unidos como miembro de la comunidad mexicoamericana. En una entrevista con Elvira Chavarría (Munguía Jr., 1980) para el programa de radio de la Universidad de Texas en Austin, su hijo, Rómulo Munguía Jr., recuperó algunas memorias del padre. Entre los aspectos que recuerda están sus resistencias a obtener la ciudadanía estadounidense, en su calidad de promotor de las raíces culturales mexicanas, una postura que todavía es posible encontrar hoy día en algunos de los profesionistas entrevistados para la segunda parte de este libro, quienes se niegan a naturalizarse. Munguía Jr. cuenta la historia de LULAC y su preocupación inicial por evitar la discriminación a los niños de origen mexicano en las escuelas. La entrevista también rememora la historia de la comu­nidad mexicana en San Antonio, una ciudad con una minoría muy pequeña de mexicanos a principios de siglo, y que explica los esfuerzos iniciales de LULAC. Cuenta el entrevistado:

      Solemos pensar que San Antonio siempre fue una ciudad muy mexicana, pero a principios de siglo había menos mexicanos en San Antonio que flamencos, alemanes, escoceses o irlandeses. [...] La gran migración de mexicanos a San Antonio empezó en 1910 y continuó en los veinte por la Revolución. Es cuando La Prensa floreció [...] en los treinta; ya [para entonces] habíamos perdido a muchos de los hijos que llegaron desde México (Munguía Jr., 1980).

      Un punto que señala el informante Munguía Jr. es que en la medida en que la comunidad mexicana se fue asimilando, también desaparecía la nece­sidad de un periódico en español, razón por la que esa publicación en par­ticular dejó de imprimirse después de la segunda guerra mundial. Los ejem­plos históricos que ofrece demuestran que los militantes actúan como puentes entre los profesionistas mexicoamericanos y los migrantes de escasas calificaciones y pocos recursos. Por esta razón, estudiar a los militantes es interesante desde las perspectivas de la comunicación y de la historia de las relaciones dentro de la comunidad de mexicanos en el sur de Estados Unidos.

      Ante el panorama de desconocimiento de la cultura mexicana en un sector amplio de la población estadounidense resulta importante recordar el esfuerzo paralelo de fundar el acervo de la CLNLB de la Universidad de Texas en Austin, en 1926, como una acción para reconocer la contribución de los mexicoamericanos al estado y al país en general. Entre otros objetivos importantes del acervo está documentar la historia de LULAC y su contribución a la toma de conciencia de los nativos “americanos”, según lo recuerda la propia Elvira Chavarría (1981) (Anexo 6).

      PERIODO INTERBÉLICO

      Debido a las luchas de personas y organizaciones descritas más arriba, hacia finales del siglo pasado ya se había avanzado en identificar y plantear proble­mas concretos de integración de los mexicanos en Estados Unidos, ya fueran migrantes o la diáspora mexicoamericana. La cooperación de estas organizaciones con representantes del gobierno mexicano, diplomáticos y sindicatos de trabajadores en Estados Unidos fue vital en el avance de la lucha para el reconocimiento de sus derechos. Comenta Guglielmo (2006: 1218):

      Esta mezcla de personas e instituciones no siempre funcionó en perfecta armo­nía o de acuerdo en todo, pero argumentaban que eran participantes en la misma lucha porque todos compartían un deseo permanente, primero, de obtener ma­yores derechos para las personas de ascendencia mexicana en Texas; segundo, de aprovechar el poder del gobierno en Austin, Washington y México para lograrlo; y tercero, especialmente al final de la guerra, para aprobar legislación estatal que