Luego se alejó a la carrera y tanto ella como las Flechas de Seda se perdieron en el bosque.
Clay se dio cuenta de que llevaba un tiempo conteniendo la respiración. Soltó el aire y miró con gesto desconsolado a Gabriel, mientras este se inclinaba para levantar las piedras que se le habían desparramado por el suelo.
—¿En serio? ¿Tienes alguna buena razón para traer un puñado de piedras a esta misión imposible en la que nos embarcamos?
Gabriel empezó a deambular a su alrededor. No tardó en encontrar la roca a la que Jain le había dado una patada, y luego la examinó como si la viese por primera vez.
—Son de Rosa. Solía buscarlas en la playa cuando vivíamos en Uria. Pensé que era buena idea traerlas por si...
—No las va a querer —replicó Clay—. Le va a dar igual que hayas cargado con un puñado de piedras a través de medio mundo, Gabe. Ya no es una niña pequeña, ¿recuerdas?
—... por si ha muerto —terminó Gabriel—. Mi idea era colocarlas sobre su tumba. Creo que le gustaría.
Clay cerró la boca y se sintió como un imbécil.
Poco después, ya habían vuelto a colgarse los morrales a la espalda y encontraron un sándwich en el fondo del morral de Clay, para sorpresa de este. Le dio la mitad a Gabriel, que arqueó una ceja.
—Menuda suerte.
Clay resopló.
—Si tú lo dices. Espero que esta increíble buena suerte nos acompañe al menos hasta que lleguemos a Castia.
—Y también a nuestro regreso —agregó Gabriel, demasiado ansioso por hincarle el diente a la comida como para notar el sarcasmo que destilaba el tono de su amigo.
En cuestión de minutos, Clay ya había terminado su sándwich, y con él se había marchado también el último recuerdo que le quedaba de la mujer que se lo había preparado.
—Y también a nuestro regreso —repitió al rato sin convencimiento alguno.
6
El desfile de los monstruos
Clay se había ganado la vida explorando ruinas asoladas con la intención de matar a cualquier criatura que acechara en ellas, y sabía más que la mayoría sobre el Antiguo Dominio. El viejo imperio druínico había llegado a abarcar todo el mundo conocido, desde Grandual al este hasta los Confines al oeste, así como la enorme extensión del Corazón de la Tierra Salvaje que había entre ambos lugares. Los druin eran brillantes artesanos y poderosos magos que gobernaban con la libertad propia de dioses sobre las primitivas tribus de hombres y monstruos que había en aquella época. Pero, como todas las cosas que terminan siendo demasiado grandes, como esas ambiciosas telarañas o las calabazas gigantes, llegó a ser algo tan monstruoso que cayó por su propio peso.
Los exarcas que estaban al mando de las ciudades del Dominio se rebelaron contra el arconte que gobernaba en ese momento y tuvo lugar una guerra civil. A pesar de ser inmortales, los druin son relativamente escasos en número (Moog le había dicho a Clay en una ocasión que las hembras druin solo podían dar a luz a un único hijo), por lo que engrosaban las filas de sus ejércitos con monstruos que los exarcas habían criado durante generaciones para que fueran más fieros y salvajes. Pero las criaturas habían resultado ser demasiado indómitas, y eso había dado lugar a las primeras grandes Hordas: enormes multitudes que recorrieron desenfrenadas el Antiguo Dominio y lo redujeron a cenizas.
Un exarca llamado Contha creó un ejército de enormes gólems esculpidos en piedra que luego esclavizó con unas runas que... Bueno, lo cierto era que Clay no tenía ni idea de cómo funcionaban las runas, y la mayoría de los gólems con los que se había topado en sus viajes no tenían amo y no eran más que unos gigantes violentos. En cualquier caso, los ejércitos de gólems de Contha quedaron reducidos a escombros por las devastadoras Hordas y el exarca tuvo que abandonar su fortaleza y refugiarse bajo tierra. Nunca volvió a saberse nada de él.
Algunos dicen que el inmortal Contha ha vuelto a la superficie para deambular entre las murallas derruidas de su ciudadela y lamentarse por la caída de su querido Dominio, mientras que otros sugieren que el druin sigue bajo tierra, reducido a un troglodita balbuceante que recorre solo la agobiante oscuridad.
Clay suponía que había muerto y ya está. Los druin eran tan longevos que parecían inmortales, pero también podían ser asesinados (él mismo había visto cómo mataban a uno), y en las tinieblas habitaban cosas muy desagradables.
Las ruinas de la fortaleza de Contha habían servido de punto de convergencia durante la Guerra de la Restitución. A la sombra de sus murallas, la Comitiva de Reyes había conseguido repeler hasta el Corazón de la Tierra Salvaje a los sobrevivientes de la última Horda. Después había empezado a formarse poco a poco un asentamiento, un lugar en el que los que fueran lo bastante valientes para entrar en la Tierra Salvaje podrían reunirse y hacerse con provisiones, y también uno para los que quisieran gastar o beberse sus recién encontradas riquezas y olvidar los horrores de los que habían escapado por poco.
El Campamento de Contha no tardó mucho en convertirse en un pueblo. Algunos levantaron una muralla, y cuando ese pueblo dio lugar a una ciudad desmesurada, otros levantaron una muralla aun mayor. El nombre terminó por reducirse a Conthas, aunque también la llamaban la Ciudad Libre. Técnicamente se encontraba dentro de las fronteras de Agria, pero el rey (que en estos momentos era Matrick, su antiguo compañero de banda) no había querido reclamar para sí unas tierras tan cercanas a esa frontera salvaje. Allí no había impuestos ni tampoco aduanas para los productos con los que se comercializaba. Conthas era un bastión para el emprendimiento y las oportunidades: uno de los últimos lugares salvajes dentro de un mundo mucho más civilizado.
Dicho esto, Conthas también era un lugar de mala muerte, y Clay quería salir de allí tan pronto como fuese posible.
Acababa de atardecer, y era el tercer día desde que Gabe y él habían salido de Coverdale. Estaban cansados de caminar, con las ropas llenas de tierra y tan hambrientos que a Clay la boca se le hizo agua cuando un hombre que había en la puerta de la ciudad le ofreció lo que parecía una rata chamuscada y clavada en un palo.
Había comido por última vez hacía dos días, cuando un granjero viejo y sádico les prometió que les daría una manzana si se ponían a hacer flexiones en mitad del camino. El día anterior, Clay había encontrado una tortuga esforzándose por subir la cuesta llena de lodo de la ribera de un arroyo, pero cuando empezó a preparar el fuego, Gabe se ausentó con la tortuga y terminó por liberarla. Aplacó la rabia de Clay diciéndole que Kallorek los alimentaría como reyes una vez que llegaran a la ciudad, y Clay comunicó la información a su estómago, que no había dejado de rugir. Por desgracia, su panza no se dejaba engañar tan fácilmente como su cabeza.
Conthas tenía el mismo aspecto de circo abandonado que recordaba. No había rey, por lo que tampoco había ley. No contaba con guardias que aseguraran la paz ni desalentaran la violencia antes de que se saliera de control. Tampoco había impuestos, por lo que nadie limpiaba las alcantarillas ni adoquinaba los caminos. Clay y Gabriel avanzaron entre chapoteos por lo que esperaban que fuese lodo y cruzaron las amplias puertas abiertas de la ciudad, un lugar que bien parecía un niño cuyos padres hubieran contratado a una prostituta como niñera y nunca hubieran vuelto.
El camino principal recorría el desfiladero entre dos colinas. La ciudad crecía a ambos lados de él como moho, envuelta en un denso manto de humo gris. Clay vio arder varios fuegos descontrolados, pero no vio a nadie que pareciese preocupado, y eso que tenía muy claro que no habría bomberos dispuestos a apagarlos. Al norte se erigía la fortaleza cerrada de Conthas, una punta de flecha recortada contra el sol resplandeciente. En la colina meridional se estaba terminando de construir una especie de templo que aún estaba lleno de andamios.
Se decía que la Ciudad Libre atraía a todo tipo de personas, pero lo cierto era que más bien solo llamaba la atención de personas de dudosa moralidad. Los aventureros que venían