Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9788416848133
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el wifi en las marinas es un servicio casi más importante y demandado que la duchas (para consultar la meteorología, hablar con la familia, etc.) y era sorprendente que no lo tuvieran. En sus instalaciones hay varias bombas para vaciar las aguas negras, las sentinas, e incluso una especie de fregaderos para vaciar y limpiar los retretes químicos. Esto último no lo había visto previamente en España y por el contrario sí, posteriormente, en varios puertos franceses. La evolución es lógica pues cada vez más barcos se están pasando a los WC químicos por la nueva normativa que obliga a llevar un depósito de aguas negras, que en los barcos pequeños no hay donde situarlo.

      Al día siguiente fuimos al Banc D’Arguin (44º 34,8‘ N; 1º 14,1’ W) uno de los lugares típicos de Arcachon. Es un conjunto de bancos de arena emergidos, al pie de la Duna de Pilatos y por tanto fuera de la bahía, que cambian constantemente de forma por los movimientos de arena con los temporales del invierno y las corrientes marinas. Está colonizado por flora típica de los hábitats costeros y vegetación dunar, y le habitan pájaros de

       especies protegidas y aves migratorias que lo utilizan como lugar de descanso o de reproducción. Además está situado cerca de las grandes fosas abisales oceánicas por lo que también es posible ver en sus proximidades a los grandes del mar, como delfines, la foca gris o la tortuga laúd, la más grande de las marinas, que puede medir hasta 3 metros y pesar hasta 500 Kg. En el Banc d’Arguin hay una especie de jaimas o tiendas de campaña desde donde vigilan y se protegen de la intemperie los guardas del parque. Es reserva natural, se controla su acceso, y solo puede irse cuando el mar está tranquilo, pues se forman rompientes como en las bocas de la entrada. Aquel día se daban esas condiciones y decidimos ir a conocerlo.

      El Banc D’Arguin está separado de la Duna de Pilatos por un canal que antes se conocía como “Paso del Sur” para entrar a la bahía de Arcachon, pero que ya se ha colmatado de arena y no se utiliza como tal. De hecho se retiró el balizamiento y no se autoriza la salida o la entrada por él. De telón de fondo está la impresionante Duna de Pilatos, y en su ladera los búnkers de la Segunda Guerra Mundial que se construyeron arriba de la duna, y la erosión de la misma les ha hecho descender poco a poco hasta llegar a su posición actual en la orilla. La travesía de ida la hicimos en plena bajamar, y era emocionante ir esquivando los bancos de arena identificándolos por el color del agua, y comprobando cómo habían cambiado en tan solo dos años con respecto a la cartografía que llevábamos a bordo. El paisaje era lunar o como si navegaras por un Sahara a la orilla del mar. Vimos algunos barcos que habían varado, aunque sin consecuencias pues los fondos son de arena blanda y ese día no había oleaje. Lo más espectacular es que antes había entre los bancos de arena una única laguna semicerrada que comunicaba con el mar por un estrecho canal, y ahora resulta que había dos. Habían emergido zonas de arenales que antes estaban sumergidas y habían cerrado un brazo de mar que antes estaba abierto, convirtiéndolo en una segunda laguna. Desembarcamos en la primera de ellas y recorrimos a pie una parte de su orilla, hasta la zona de la reserva natural que ya no se podía acceder y estaba protegida por una vaya simbólica. Como la marea estaba subiendo el desembarco fue muy fácil: clavamos la proa en la orilla y llevamos el ancla hacia arriba por la playa, de manera que a la vuelta recuperamos el barco, que se había alejado al subir la marea, con la cadena. La primera vez que hicimos esto en Santander al comprar el barco no nos dimos cuenta de lo alto que es su francobordo en la proa, y casi no conseguimos subir. En efecto, la escalera de acceso a la bañera está en la popa, pero nunca se debe acercar un velero a la orilla por la popa pues cualquier ola puede chocar el timón con el suelo y romperlo. Desde entonces lo aprendimos y ahora dejamos colgada del balcón de proa una escalera de escalada, hecha con cintas, para poder embarcar a la vuelta.

      Ese día volvimos tranquilamente a vela a Arcachon. En la navegación de vuelta nos sorprendió ver en el mar una larguísima línea de pequeñas olitas rompientes, con el mar picado, como la que se forma encima de un bajo, solo que allí no había ninguno cartografiado. Con mucha prudencia nos acercamos lentamente a esa línea, comprobando que era la confluencia de las aguas que subían con la marea por la canal y las más estancadas de fuera de la canal, que al encontrase hacían ebullir el agua como en una marmita. Ya nos lo aprendimos porque luego lo vimos más veces en el tiempo que pasamos en la bahía. Al llegar a puerto nos cruzamos con uno de los famosos catamaranes-botellón que hay en todos los sitios turísticos y que vimos en muchos lugares en la vuelta a España. Son catamaranes enormes, de los que pondrían en aprietos a un millonario, pero sin cabina, solo una barra de bar y asientos en fila como en los cines, para llevar al público, y donde el principal objetivo es la barra libre, no la navegación.

      Como ese día solo habíamos visitado la primera laguna del Banc D’Arguin, que tiene limitado el acceso a una estrecha franja de tierra, otro día volvimos para conocer la segunda, que se puede visitar entera. Hacía un día espléndido de sol, el viento del Noroeste que nos permitió navegar en orejas de burro, y la marea vaciante a favor de nuestro rumbo, todo lo cual nos permitió navegar a cinco nudos y hacer las diez millas que nos separaban del Banc D’Arguin en dos horas. La segunda laguna se ha formado muy recientemente, como dije, y en la cartografía que teníamos de dos años antes no existía. Se entra por un estrecho canal donde las corrientes son impresionantes, como en los atolones del Pacífico. El trak de nuestra ruta de entrada quedó marcado por encima de la isla emergida como si hubiésemos navegado por tierra. Al entrar ya nos pareció que aquel estrecho canal tenía poco calado, pues lo hicimos a la mitad de una marea vaciante de coeficiente 82 y se veía perfectamente el fondo de arena. Sospechábamos que al terminar de bajar la marea aquel paso se quedaría en seco. Sin embargo en el interior de la laguna había más profundidad y estaban fondeados barcos mucho mayores que el Corto Maltés. Nuestra sospecha se confirmó tres horas más tarde cuando al final de la bajamar nos dimos cuenta de que, en efecto, el paso se había cerrado y nos habíamos quedado en una cubeta circular separada del mar. Estábamos fondeamos en su centro y según el plotter al Oeste del banco, en su cara que da al mar abierto, cuando en realidad estábamos a refugio en el interior de la laguna. Nuevamente comprobamos el impresionante cambio de los bancos de arena de un año a otro. El paisaje, estéticamente, era precioso: nos habíamos quedado unos diez barcos dentro de una especie de atolón de bordes arenosos, casi todos a flote (las unidades más grandes habían varado, estaban ligeramente escorados y con la línea de flotación muy alta) pero en un plano de agua muy tranquilo y de momento sin ningún peligro. Aunque ese día, en el mes de junio, estábamos solo unos 10 barcos, en los fines de semana de julio y agosto se han contado allí dentro hasta 900 (sí, novecientos) barcos.

      El problema vino cuando a lo largo de la mañana el viento, como era lo habitual esos días, fue arreciando y a la hora de comer alcanzaba fuerza 5 con rachas de 6, siempre del Noroeste, levantando el consiguiente oleaje dentro de la laguna. Hay que tener en cuenta que el Banc D’Arguin se encuentra ya fuera de la bahía de Arcachon y sin la protección del Cap Ferret, y que el viento del Noroeste le llega desde el fondo del Océano sin ser interrumpido por nada. Nuestra intención era haber levantado el fondeo y, como hicimos en la primera laguna, haber clavado la proa en la orilla en bajamar para desembarcar. Pero contra aquel ventarrón de más de veinte nudos no fuimos capaces de levantar el ancla (el Corto Maltés no tiene molinete y hay que levantarla a mano limpia). Nos preocupaba ver arreciar el viento y pensar que no podríamos salir de allí por lo menos hasta transcurrir otras tres horas, cuando hubiera la misma altura de marea que al entrar. No nos quedó más remedio que esperar estoicamente a bordo lejos de la orilla, hasta que a media tarde amainó el viento y subió la marea (al subir la marea la cadena del ancla tira más en vertical y se desclava más fácil). Y cuando al final conseguimos levantar el ancla salimos de la encerrona con la orza subida, siguiendo en el plotter el trak de la entrada y deduciendo las zonas más profundas por los colores del agua, antes de que el paso volviese a cerrarse en la bajamar siguiente. Otro velerito de una eslora similar que había pasado las mismas dificultades se pegó a nuestra popa y allí se mantuvo hasta la salida, sin duda confiando en nuestra buena estrella y que, si no fuera tan buena, le daría tiempo a virar y no meterse él en el atolladero. Finalmente lo conseguimos, y aunque aliviados, volvimos a puerto lamentando nuestra mala suerte al no haber podido desembarcar después de una travesía tan agradable. La navegación de vuelta fue otra maravilla con aquel vientazo, con la vela mayor en el primer rizo y el génova entero, a favor otra vez de la