Siendo estos los efectos del orgullo, es evidente que nada hay tan doloroso para un corazón orgulloso que plantearse la existencia de un ser como Dios; de alguien infinitamente poderoso, justo y santo; que no pueden ser resistido, engañado, ni burlado;44 que dispone de todas las criaturas y eventos de acuerdo con su propia voluntad soberana; y que aborrece el orgullo de manera especial y está decidido a humillarlo y castigarlo.45 El orgullo solo puede contemplar a tal ser con temor, aversión y aborrecimiento. Lo ve como su enemigo natural, su gran enemigo, a quien ha de temer. Y el conocimiento de Dios tiende a poner ante los ojos del orgulloso la realidad de este enemigo irreconciliable, irresistible y de poder infinito. Le enseña que por encima de él hay alguien superior, un Señor y dueño de cuya autoridad no puede escapar, cuyo poder no puede resistir, y cuya voluntad debe obedecer o ser aplastado ante él y permanecer en desdicha eterna. Le muestra aquello que odia y no quiere ver: que, a pesar de su oposición, el consejo de Dios será establecido,46 que hará todo conforme a su deseo, y que Dios está por encima de todas aquellas cosas que los hombres creen suyas y de las que se sienten orgullosos. Estas verdades torturan los corazones de los soberbios, de los arrogantes, de los inicuos, y por ello odian el conocimiento de Dios que les enseña estas verdades, y se niegan a buscarlo. Todo lo contrario, prefieren ignorar la existencia de semejante ser, y desterrar de sus mentes todo pensamiento sobre él. Y con este propósito descuidan, pervierten o tergiversan todos los pasajes de la revelación que describen el verdadero carácter de Dios, y se esfuerzan por creer que no es más que un ser limitado, como ellos mismos.
¡Qué necio, qué absurdo, qué ruinoso, qué ciego y destructivo es el orgullo en sus mismos propósitos! Intentando elevarse, solo consigue hundirse a sí mismo en el fango, y al tiempo que trata de erigir por sí mismo un trono, socava el suelo que pisa excavando su propia tumba.47 El orgullo hundió a Satanás desde el cielo al infierno; desterró a nuestros primeros padres del paraíso; y, de modo similar, será la perdición de todos los que lo sientan y practiquen. El orgullo nos mantiene en la ignorancia de Dios; nos cierra su favor; nos impide que nos asemejemos a él; nos priva en este mundo del honor y la felicidad que nos aporta la comunión con él, y en el mundo venidero, a menos de que nos arrepintamos a tiempo y renunciemos a él, el orgullo cerrará ante nosotros las puertas del cielo y atrancará detrás las del infierno ¡Cuidado con el orgullo! Vigilad para que no caigáis en sus garras imperceptiblemente, porque es quizá, de todos los pecados, el más secreto, sutil y solapado.
EDWARD PAYSON [1783-1827]
sermón titulado “The Wiked, from Pride, Refuse to Seek God”, Sermon VII
El malvado hace alarde de su propia codicia; alaba al ambicioso y menosprecia al Señor. David habla en el Salmo 10 de los políticos, importantes y poderosos opresores, que no ven en la tierra a nadie por encima de ellos mismos, a otro mayor que ellos, y por tanto piensan que quedarán impunes al abusar de quienes están por debajo de ellos, como hacen las bestias; este versículo cuatro analiza la raíz y causa de este comportamiento: “Por la altivez de su rostro, no busca a Dios; no hay Dios en ninguno de sus pensamientos” (NVI). Las traducciones pueden variar: “levanta insolente la nariz, y no da lugar a Dios en sus pensamientos”; “de nada se preocupa: “No hay Dios”; esto es todo lo que piensa” (BLP) pero el significado es el mismo. El sentido no es solo que en el enjambre y multitud de pensamientos que llenan su mente, la idea de Dios raramente entra en juego y pocas veces aparece, algo suficientemente grave de por sí; sino que además, en todos sus proyectos y planes, en todas las elucubraciones de su corazón (que es donde se fragua todo), cuando traza sus planes y les da la forma, cuando proyecta todas sus acciones, nunca tiene en cuenta a Dios ni su voluntad para obrar conforme a sus designios, sino que procede como si no hubiera Dios al que consultar. No lo mueve pensar en él ni en su voluntad. Cuando un colectivo expulsa a un miembro se le advierte de que ya no forma parte de su consejo, que no está en sus proyectos. Tampoco Dios forma parte de sus planes ni piden su consejo, todo lo hacen sin él. Pero esta manera de actuar va más lejos, porque en el fondo piensan que no hay un Dios. Ahí está la base, el sustrato y razón de todas sus iniquidades y proyectos ladinos, de todos sus engaños y maquinaciones: convencidos de que no hay Dios u otro poder por encima de ellos que pueda tomar nota de sus acciones, dan rienda suelta a su comportamiento perverso.
THOMAS GOODWIN [1600-1679]
“A discourse of an unregenerate mans guiltiness before God in respect of sin and punishment”, 1692
El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios. Lleva el orgullo incrustado en la cara, es parte esencial de su aspecto y lo evidencia en todas sus actitudes y gestos. “No busca”, es decir, desprecia todas las leyes divinas y humanas, no teme a nada ni a nadie, no valora los juicios divinos; no se preocupa por nada, todo lo deja de lado con tal de satisfacer sus deseos. Ni busca, ni se perturba, ni indaga: todo le es indiferente.
GIOVANNI DIODATI [1576-1649]
“Pious and Learned Annotations upon the Holy Bible”, 1648
No hay Dios en ninguno de sus pensamientos. Algunos lo traducen del siguiente modo: “Todos sus pensamientos coinciden en que: no hay Dios”.48 Séneca afirma que no hay ateos,49 si alguno afirma que no existe Dios, miente: lo dice durante el día, pero en la noche, cuando se queda a solas, admiten que sí lo hay; y aunque muchos traten de endurecerse desesperadamente, cuando Dios se revela terrible ante ellos, no dudan en confesar su existencia. Numerosos paganos y otros que han negado la existencia de Dios, en momentos de peligro han caído de rodillas implorándole ayuda, como Diágoras,50 ese gran ateo, que cuando se vio afectado de estranguría51 no dudó en acogerse a una deidad cuya existencia había negado reiteradamente. Este tipo de ateos los encomiendo a la merced y benevolencia divina, aunque dudo que para ellos pueda haberla.
RICHARD STOCK [1569-1626]
“A stock of divine knowledge, being a lively description of the divine nature, or, The divine essence, attributes, and Trinity particularly explained”, 1641
No hay Dios en ninguno de sus pensamientos. Este es el verdadero agujero negro52 del impío o ateo, que Dios no está en ninguno de sus pensamientos. ¿Qué consuelo cabe esperar del Ser divino si no pensamos en él con reverencia y deleite? Un Dios olvidado no es mejor que un Dios inexistente.
STEPHEN CHARNOCK [1628-1680]
No hay Dios en ninguno de sus pensamientos. Las trivialidades se apoderan con facilidad de nuestra mente, pero “Dios no está en todos nuestros pensamientos”, y raramente es el único objeto de ellos. Dedicamos nuestros pensamientos permanentes a las cosas transitorias, y solo pensamientos transitorios a las cosas permanentes. El pacto de gracia compromete al corazón por entero en su dedicación a Dios y prohíbe cualquier otra cosa que lo absorba. ¡Pero Dios y el alma de la mayoría de los hombres son extraños! Lo conocen a través la creación,53 pero para la mayoría sigue siendo un Dios desconocido en su relación con ellos, porque es un Dios no deseado. Según yo lo veo, el problema está en que, como no andamos por sus caminos de sabiduría, no lo concebimos en sus vastas perfecciones, ni estamos impresionados por su bondad. Tenemos muchos menos poemas sagrados que de cualquier otro tipo. El ingenio humano pliega las alas cuando ha de glosar sus pensamientos y figuraciones sobre Dios. Se nos conceden dones y medios para servirle, como maíz y vino a los hijos de Israel, pero nosotros preferimos consagrarlos a cualquier maldito Baal;54 como la Venus del poema,55 abandonamos el Olimpo para correr detrás de algún Adonis.
STEPHEN CHARNOCK [1628-1680]
Vers. 4, 5. La humanidad vive bajo una fascinación espiritual o brujería que ha logrado, allí donde ha prevalecido, que los hombres se olviden de Dios embriagándolos con placeres y sumiéndolos en una locura de vanidad. Y algunos, cual niños malcriados, arman en este mundo un extraordinario revuelo por trivialidades: se consideran a sí mismos grandes, honorables, excelentes, y lo proclaman a los cuatro vientos con gran alboroto, sin darse cuenta de que toda la gloria con la que ellos creen que el mundo les ha