FRANCIS QUARLES [1592-1664]
“Judgement and Mercy for Afflicted Souls, or Meditations, Soliloquies, and Prayers”, 1646
Con arrogancia el malo persigue al pobre. Uno de los más famosos perseguidores de la Iglesia, Domiciano,23 al igual que otros emperadores romanos, asumió para sí honores divinos, y como Nabucodonosor, ordenó calentar el horno siete veces más contra los cristianos, porque se negaron a adorar su imagen.24 Así hacen también los romanos pontífices, ciñéndose coronas decoradas que simbolizan títulos blasfemos, como Señores del Mundo; declarándose Padres Universales;25 y soltando contra los verdaderos fieles a sus sabuesos sedientos de sangre. El orgullo es el embrión de la persecución.
C. H. SPURGEON
Con arrogancia el malo. El orgullo es un vicio terrible: se adhiere de forma tan indisoluble al corazón del ser humano, que si de algún modo pudiéramos ir arrancando, una a una, nuestras faltas y defectos, hallaríamos que el orgullo es el más persistente y el más difícil de erradicar.
RICHARD HOOKER [1554-1600]
Vers. 3. Porque el malo se jacta del deseo de su alma, bendice al codicioso, y desprecia a Jehová. [Porque el malo se jacta de los antojos de su alma, el codicioso maldice, y desprecia a Jehová. RVR] [Porque del deseo de su corazón se jacta el impío, y el codicioso maldice y desprecia al Señor. LBLA] [Porque el malo se jacta de lo que su alma ansía, y el avaro maldice, y aborrece a YHVH. BTX] [El malvado hace alarde de su propia codicia; alaba al ambicioso y menosprecia al Señor. NVI] [El malvado se enorgullece de su ambición, el codicioso blasfema e injuria al Señor. BLP] [Pues hacen alarde de sus malos deseos; elogian al codicioso y maldicen al Señor. NTV]26
Leída la acusación y presentada la petición, se procede ahora a escuchar la evidencia en primera instancia.27 La cual resulta concluyente con respecto a la cuestión del orgullo, ya que ningún juez vacilaría en pronunciar al reo culpable. Sin embargo, prestemos atención a los testigos uno a uno. El primero testifica que el acusado es un jactancioso:
“Porque del deseo de su corazón se jacta el impío”. Es un jactancioso necio, puesto que presume de su “deseo”; un jactancioso descarado, porque tal deseo es pura villanía; y un pecador empedernido que se jacta de lo que debería ser su vergüenza. Los pecadores jactanciosos son los más despreciables, los peores, en especial cuando sus deseos inmundos –demasiado inmundos para ser realizados y por tanto circunscritos al reino de los deseos– pasan a ser objeto y tema de sus jactancias. Cuando el señor Odio-a-lo-bueno se asocia con el señor Temeridad28 en una misma empresa, el resultado es un próspero y floreciente comercio de mercancías diabólicas. Este primer testimonio es suficiente para condenar al acusado en el banquillo. ¡Llévatelo ya, carcelero! Pero, resta un segundo testigo que pide ser escuchado tras prestar juramento. Y sus palabras hacen que la imprudencia del orgulloso rebelde resulte todavía más evidente:
“Bendice al codicioso a quien el Señor aborrece”.29 Pura insolencia, orgullo desenmascarado. Su arrogancia es tal que llega a disentir de los criterios del Juez de toda la tierra, y bendecir a los hombres que Dios ha maldecido. Así hizo también la generación pecaminosa en tiempos de Malaquías, llamando dichosos a los soberbios, y prósperos a los que hacen impiedad.30 ¿Será posible que tengan la osadía de disputar con su Hacedor? ¡Por supuesto! Pretenden nada menos que:
Arrebatar de su mano el equilibrio y el cetro,
juzgar de nuevo su justicia, ser el dios de Dios.31
¡Cuántas veces hemos escuchado a los impíos hablar elogiosamente del codicioso, del que abusa del pobre, del comerciante agudo! No en vano reza un viejo proverbio inglés:
Menea la cola el can,
no por ti, sino por el pan.32
El orgullo se topa con la codicia, y le faltan palabras para halagarla, calificándola de prudente, ahorradora y sabia. Y hemos de reconocer, con tristeza, que no faltan líderes religiosos que adulen a los ricos y proclamen sus virtudes, pese a conocer con certeza que se han cebado con el hígado y la sangre de los pobres. Los únicos pecadores que son bien recibidos en las iglesias y considerados respetables son los codiciosos. Si un hombre fornica, o es un borracho, se le echa inmediatamente de la iglesia; pero, ¿quién ha oído hablar de una iglesia que se enfrente abiertamente y discipline a ese miserable idólatra, el codicioso? Más nos vale temblar para que no seamos hallados partícipes de este pecado de orgullo tan atroz: “bendice al codicioso, a quien el Señor aborrece”.
C. H. SPURGEON
Porque el malo se jacta. Se jacta de su estilo de vida perverso, del cual hace pública profesión; presume de su habilidad para culminar sus malvados designios; y se gloría de haberlo conseguido. También puede entenderse que alaba a quienes comparten su manera de pensar y están de acuerdo con los deseos de su alma; es decir, que únicamente honra y respeta a los que son como él.33
GIOVANNI DIODATI [1576-1649]
“Pious and Learned Annotations upon the Holy Bible”, 1648
Bendice al codicioso, y desprecia a Jehová. «Cada cual con su igual», dice un antiguo refrán. Y así, juntos, se olvidan por completo de los mandamientos del Señor; no solo cometiendo pecados groseros, sino elogiando a los que pecan como ellos. Porque en lo más profundo de su alma les aman, sienten afecto hacia ellos, les adulan y exaltan con sus palabras y comparten con ellos sus mismas acciones.34
PETER MUFFET
“A commentary on the whole book of Proverbs”, 1594
Bendice al codicioso, al cual Jehová aborrece. La codicia es el deseo de poseer aquello que no tenemos, y alcanzar grandes riquezas y posesiones materiales. Y aunque puede que no sea este el espíritu generalizado que impera en el mundo del comercio y tráfico de mercancías, nadie puede negar que lo afecta de manera importante; cabría decir que está por todas partes, y me consta por referencias de hombres de negocios con los