Y miraré hacia arriba.36 O como mejor corresponde traducir el texto hebreo “Quedaré a la espera”. Aguardaré la respuesta. Después de haber orado, esperaré a que llegue la bendición. El salmista utiliza aquí un verbo hebreo: וַאֲצַפֶּֽה wa’ăṣappeh de צָפָה tsaphah que utiliza también en otro pasaje donde nos habla de los que aguardan la mañana.37 Así dice que estará expectante y vigilante de la respuesta, ¡Sí, Señor, desplegaré mi oración cual víctima sobre el altar, alzaré la mirada hacia arriba, y aguardaré la respuesta: fuego del cielo que consuma el sacrificio! La última parte de este versículo da pie a dos preguntas. ¿No será que nos perdemos buena parte de la dulzura y eficacia de la oración, debido a la ausencia de una cuidadosa meditación previa, y de una posterior expectativa esperanzadora? Con frecuencia nos apresuramos en exceso a la hora de acudir a la presencia de Dios, de forma poco premeditada y carentes de humildad. Nos comportamos como aquellos súbditos que se presentan ante su rey sin haber elaborado previamente su petición. ¿Y nos extrañamos de que tan a menudo nos quedemos sin respuesta? Deberíamos tener mucho más cuidado en mantener el flujo de la meditación manando constantemente, ya que es el agua que impulsa y hace girar el molino de la oración. Es de necios levantar las compuertas de un arroyo seco y esperar que los engranajes comiencen a moverse. Orar sin el debido fervor es pretender cazar con un perro muerto; orar sin la debida preparación es practicar la cetrería con un halcón ciego. La oración es obra del Espíritu Santo, pero la lleva a cabo con medios concretos. Dios creó al hombre, pero utilizó como material para formarlo el polvo de la tierra; el Espíritu Santo es el autor de toda oración, pero utiliza los pensamientos del alma ferviente a modo de oro con el que revestir y adornar su recipiente. No permitamos que nuestras oraciones y alabanzas sean simples destellos puntuales de emoción ardiente y precipitada, sino la llama constante de un fuego bien encendido y bien abastecido.
Pero además, ¿no será también que fallamos a la hora de esperar el resultado de nuestras peticiones? Hacemos como el avestruz, que pone sus huevos y los abandona, olvidándose de sus crías. Sembramos la semilla y luego somos demasiado indolentes como para recoger la cosecha. ¿Cómo podemos esperar que el Señor abra las ventanas de su gracia y derrame sobre nosotros su bendición, si no somos capaces de abrir las ventanas de nuestra expectativa y mirar hacia arriba en busca del favor prometido? Dejemos que la meditación santa y piadosa junte sus manos con una expectativa ilusionada y paciente, y comprobaremos como la respuesta a nuestras oraciones aumenta sustancialmente.
C.H. SPURGEON
De mañana oirás mi voz.
Justo cuando abras tus ojos a la luz del día,
dale a tu alma licencia para hacer lo mismo;
pues el cuerpo no hace más que preceder al alma,
y es también deber del espíritu abrir el corazón ante su Dios.
Despliégate ante tu Creador cual hacen las flores ante la luz del sol,
dedícale a él tus primeros pensamientos; y después,
mantente aferrado a él durante el día, hasta el anochecer,
cuando vuelvas a cerrar de nuevo los parpados y tu alma repose.
Cuídate de no dormir más allá de la salida del sol;
pues la oración debe amanecer junto con el día.
El alba es la hora propicia para entablar comunión con cielo;
el maná se malograba después de la aurora,38 y el calor marchita las flores.
Levántate temprano, adelantándote al sol; y acuéstate pronto para evitar pecados;
ya que las puertas del cielo se abren cuando las de este mundo se cierran.
Observa las cosas creadas, escucha su silencio, percibe sus murmullos;
y verás que no hay manantial de agua, ni hoja verde,
que no entone su propio himno matutino.
Cada matorral y cada roble reconocen a su Creador, y le cantan.
¿Y tú no puedes cantar? ¡Oh, deja un lado tus preocupaciones y locuras!
Sigue su ejemplo y verás cómo el día se te hace más agradable y más próspero.
HENRY VAUGHN, [1621-1695]
“Silex Scintallians: sacred poems and pious ejaculations”, 1847
De mañana oirás mi voz. “Mi oración llega ante ti por la mañana” exclama Hemán ezraíta en otro salmo.39 La mañana el momento más propicio para la devoción, cuando nuestro estado de ánimo está más fresco y libre de las distracciones. ¿Qué mejor oportunidad, y más apropiada, para nuestros deberes sagrados a la que tan justamente merece el calificativo de “las alas del alba”?40
EDWARD REYNER [1600-1668]
“Rules for the Government of the Tongue”, 1656
De mañana. «Antiguamente, “en los días de nuestros padres”41 –dice al respecto el Obispo Burnet–,42 cuando alguien llamaba temprano a la puerta de su vecino solicitando hablar con el dueño de la casa, era costumbre habitual que los sirvientes contestaran: ‘El señor está orando’ con la misma libertad y franqueza con que hoy en día contestan: ‘El señor todavía no se ha levantado’».
C.H. SPURGEON
Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré. O, dicho de otro modo: “pondré en orden mis palabras y monitorizaré mi oración”, esto es: me mantendré a la espera, aguardando vigilante, reiterando mi petición una y otra vez, añadiendo súplica tras súplica, hasta convertirme como Jacob en un príncipe de Dios,43 y haber ganado la batalla antes de que raye el alba. Pues aquí la metáfora se aplica por igual tanto a contender físicamente como a suplicar a Dios en oración. Más aún, en este caso el texto bíblico nos da pie a tomar el significado literalmente y sin necesidad de figuras retóricas: “Ordena tus palabras, ponte en pie” se le dice a Job.44 Ser metódico y ordenado siempre es bueno en todo, bien sea que apliquemos un método explícito o implícito. A veces lo mejor es el método implícito y hemos de cultivar ese arte hasta perfeccionarlo y dominarlo. Pues al expresarnos, de manera especial en el discurso y la predicación, el método es esencial. Ya que a pesar de que alguien ha dicho muy acertadamente (refiriéndose a ciertos oradores más preocupados por el método que por la materia) que “la homilética nunca ha convertido a nadie”,45 cuando nos dirigimos a los demás, el método y el orden en las ideas y las palabras es fundamental. Nuestros discursos no pueden ser un torrente desordenado de palabras buenas, sino un flujo progresivo de ideas y expresiones coordinadas; no un torbellino de vocablos bien sonantes, sino una brisa suave de conceptos bien dispuestos y cohesionados entre sí, o, por decirlo de otro modo, en su debido orden y concierto.
JOSEPH CARYL [1602-1673]
Me presentaré delante de ti, y esperaré. En estas palabras observamos dos cosas: (1) la postura de David con respecto a la oración; y (2) la actitud después de