escucha el ruego que hacia ti dirijo;
oye mis encendidas oraciones,
pues eres Rey del mundo, y el Dios mío.
A ti, Señor, acudiré confiado
en todos mis temores y peligros,
y tú también escucharás temprano,
el triste son de mis humildes gritos.
Y vosotros, oh míseros mortales,
que tenéis corazón empedernido,
¡hasta cuándo dejáis a las pasiones
la fuerza de su bárbaro dominio!
Todos los días luego que amanezca,
postrado ante tus pies, y sometido
invocaré con ruegos fervorosos
de tu misericordia los auxilios.
Te invocaré con labios inocentes,
porque aunque eres un Dios dulce y benigno
también eres Dios santo, y aborreces
a toda iniquidad, todo delito.
Tú no puedes sufrir que los malvados
estén nunca a tu lado, ni contigo,
ni consientes que puedan presentarse
ante tus ojos, porque no son dignos.
Sí, mi Dios, tú aborreces a los malos,
tú miras con horror a los inicuos,
y los falsos e injustos calumniantes
no podrán escapar de tus castigos.
Tú abominas al hombre artificioso,
y al que vierte la sangre vengativo;
pero yo que te adoro confiado
de tu misericordia en los auxilios,
entraré de tu casa en lo sagrado,
y de amor y respeto revestido
te adoraré en tu templo soberano,
y gozaré de tu favor propicio.
Guía, Señor, mis pasos porque siempre
siga de tu justicia los caminos,
y que viendo mi culto reverente
se llenen de rubor mis enemigos.
Porque en sus labios la verdad no habita,
y con sus corazones pervertidos
solo piensan en gustos depravados,
y en maquinar odiosos artificios.
Sus bocas son como sepulcro abierto,
cuyo interior hediondo y corrompido
solo exhala vapores pestilentes,
que inficionan a todos los sentidos.
Sus lenguas como espadas afiladas,
atroces despedazan con sus filos,
júzgalos pues Señor, que ya es el tiempo,
juzga presto a esos pérfidos malignos.
Haz que se desvanezcan sus intentos,
que se malogren todos sus designios,
y pues tan insolentes te irritaron,
haz que paguen tan bárbaro delito.
Y haz que se alegren todos los felices,
que de ti confiados te han servido,
pues tú Dios justo habitarás con ellos,
y ellos habitarán siempre contigo.
Ellos se gloriarán de haberte amado
de haber fiado en tu poder divino,
pues saben que derramas bendiciones
en los que en ti confían sometidos.
Señor, tu alta bondad es el escudo
con que nos libras de los enemigos,
pues en ella se rompen, o se embotan
de su malignidad todos los tiros.
DEL “SALTERIO POÉTICO ESPAÑOL”, SIGLO XVIII
Vers. 1. Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi gemir. [Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi lamento. RVR] [Escucha mis palabras, oh Señor; considera mi lamento. LBLA] [Escucha, oh YHVH, mis palabras, considera mi susurro. BTX] [Atiende, Señor, a mis palabras; toma en cuenta mis gemidos. NVI] [Señor, escucha mis palabras, atiende mi queja. BLP] [Oh Señor, óyeme cuando oro; presta atención a mi gemido. NTV]
Escucha, oh Jehová, mis palabras; toma en cuenta mis gemidos. Hay dos tipos de oraciones: las que expresamos con palabras, y las que albergamos en nuestro interior en forma de meditaciones silenciosas no expresadas. Las palabras no son lo esencial, sino tan solo la cobertura, la vestimenta de la oración.9 Moisés clamó a Dios frente al Mar Rojo pese a no pronunciar una sola palabra.10 Aunque, sin duda, el uso del lenguaje evita que la mente se distraiga, da soporte al potencial del alma, y anima a la devoción. En este versículo vemos que David echa mano de ambas modalidades de oración: la una pide a Dios que lo “escuche”, y la otra que lo “considere”.
Considera mi meditación,11 ¡qué frase tan expresiva! Si he pedido lo justo y correcto: concédemelo; y si he fallado omitiendo pedir aquello que más necesitaba y me convenía, llena tú ese vacío en mi oración: considera mi meditación. ¡Que tu santidad perfecta considere mi súplica como presentada a través de los méritos gloriosos de mi Mediador, digno de toda alabanza; que tu sabiduría infinita la sospese después en la balanza de su equidad perfecta, juzgue mi sinceridad valorando el estado de necesidad en que me encuentro; y me responda a su debido tiempo en el amor tu misericordia! Aún cuando no haya palabras puede haber intercesión prevalente; y ¡ay! puede haber también en la multitud de palabras una ausencia de súplica veraz.12 Cultivemos el espíritu de oración, que está por encima y es mejor aún que el hábito de la oración. Ya que puede darse el caso de mucha oración pero carente de sinceridad y con poca devoción.13 Debemos comenzar a orar antes de arrodillarnos, y no cesar después de levantarnos.
C.H. SPURGEON
Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi meditación.14 Buena parte de los seres humanos no hacen sino balbucear oraciones vanas, lánguidas e ineficaces, indignas de los oídos del Dios bendito; por lo que nada tiene de extraño que las pronuncien con desgana, sin la menor esperanza en el éxito de las mismas, y sin prestarles la debida atención ni la diligencia que merecen, más allá