C. H. SPURGEON
Versión poética:
JUDICA DOMINE NOCENTES ME
Yo te imploro, Señor; hazme justicia;
yo te vengo a pedir alta venganza
contra mis implacables enemigos,
trátalos tú, mi Dios, como me tratan.
Ya es tiempo de furor, toma tu escudo,
ven a empuñar tus victoriosas armas,
levántate, Dios mío, y yo te vea
desenvainar tu pavorosa espada.
Cierra contra esos bárbaros tiranos
que tanto me persiguen, y di a mi alma,
yo soy tu Salvador; ¡palabras dulces!
¿cuándo te escucharé pronunciar estas palabras?
Confúndelos, Señor, inutiliza
los viles artificios y las trazas
con que intentan perderme, y que pudieran
conseguir, si mi Dios no lo embaraza.
Que se conviertan en afrenta suya
esos designios pérfidos que traman,
y se queden confusos y aturdidos
de ver que me liberto de su saña.
Que todos se disipen como el polvo,
que de la tierra seca el viento arranca,
y el Ángel, tu ministro de justicia,
urgente los acose por la espalda.
Que les falte la luz en su derrota,
que en precipicios despeñados caigan,
y que nadie se escape de las manos
del Ángel del Señor que los ataca.
Sin razón los inicuos me persiguen,
y nunca me podrán echar en cara,
qué motivo les di para esta guerra;
ellos me la hacen porque les agrada.
Por eso tú permites que en las redes,
que tienden a mis pies con tanta maña,
envueltos queden, para que los males
que me procuran contra ellos caigan.
Y por eso mi alma agradecida
a efectos tan visibles de tu gracia,
se entregará a los raptos encendidos
de una alegría deliciosa y santa.
Penetrado de amor hasta mis huesos,
te diré con ardor, júbilo y ansia,
¿quién como tú, Señor? ¿quién en el mundo
puede tener contigo semejanza?
Tú libertas, mi Dios, al desvalido
del opresor injusto que lo agravia:
tú defiendes al pobre del avaro,
que de sus bienes lo quita y lo maltrata.
Acusadores falsos y envidiosos
testimonios horribles me levantan,
me atribuyen delitos que no había
podido imaginar jamás mi alma.
Con esto de mis muchos beneficios,
esos ingratos me recompensaban,
porque nunca les hice más que bienes,
pero es así como me pagan.
Yo entretanto no obstante que sentía
cuanto con su furor me molestaban,
en vez de resentirme de su furia,
me ceñía un cilicio y toleraba.
Afligía mi cuerpo con ayunos,
sin atreverme a resistir en nada,
me prosternaba tierno en tu presencia,
y solo en la oración me consolaba.
Como próximos míos los veía,
y los trataba con dulzura tanta,
como si fueran mis hermanos propios,
cuando ellos se afligían, yo lloraba.
Y con todo se alegran de mis males,
me injurian, me persiguen y me dañan,
todos se han conjurado en ruina mía,
sin que yo pueda adivinar la causa.
Tú, Señor, una vez los disipaste,
pero tampoco pudo su desgracia
hacer que se arrepientan, pues muy presto
volvieron con más ímpetu a la carga.
Se esforzaron de nuevo en destruirme,
esta vez me atacaron con más saña,
su odio fue tan feroz y tan horrible,
que parecía verdadera rabia.
¿Cuándo será, Señor, que la cabeza
vuelvas hacia ellos, y que los ojos abras
para ver las maldades espantosas,
que con tanto tesón contra mí fraguan?
No me dejes, mi Dios, abandonado
a la malicia bárbara y extraña
de estos leones rabiosos, que me esperan
para despedazarme con sus garras.