Ellos son unos pérfidos traidores,
que ocultan su maldad, y con la capa
de amigos, esconder saben aleves
malos designios, intenciones malas.
Trátalos pues, Señor, como merecen,
no menos que sus obras sus palabras
y según corresponde a las inicuas
maquinaciones, que alevosos traman.
Castígalos, Señor, que así lo exigen
sus acciones injustas y malvadas,
y haz que todo el mal que me desean,
sobre ellos mismos redoblado caiga.
No quieren entender estos inicuos
que es tu mano, Señor, tu mano santa
la que obra en mi favor, y que ella misma
es la que sus intentos desbarata.
No temen que tu brazo omnipotente,
que con tanto vigor a mí me salva,
no se pueda volver también contra ellos,
y que el que me protege los abata.
Pero ya siento que el Señor me escucha,
y que ve mi humildad con vista grata;
bendito sea su divino nombre,
bendita sea su piedad tan blanda.
El Señor es mi auxilio, mi refugio,
porque en él puse siempre mi esperanza,
en todos los temores a él recurro,
y en todos su socorro no me falta.
Mi carne ya agotada, ya marchita
reflorece de nuevo con su gracia,
y por eso con todos sus afectos
publicará mi labio su alabanza.
El Señor es la fuerza de su pueblo,
y de sus riesgos próvido le saca,
como en tantos peligros diferentes
ha salvado a su Cristo, porque le ama.
Bendice, oh Dios, tu pueblo preferido,
que quisiste hacer tu herencia santa,
y condúcelo en fin, hasta que llegue
a otra herencia más digna y soberana.
DEL “SALTERIO POÉTICO ESPAÑOL”, SIGLO XVIII
Vers. 1. A ti clamaré, oh Jehová. Roca mía, no te desentiendas de mí, para que no sea yo, dejándome tú, semejante a los que descienden al sepulcro. [A ti clamaré, oh Jehová. Roca mía, no te desentiendas de mí, para que no sea yo, dejándome tú, semejante a los que descienden al sepulcro. RVR] [A ti clamo, oh Señor; roca mía, no seas sordo para conmigo, no sea que si guardas silencio hacia mí, venga a ser semejante a los que descienden a la fosa. LBLA] [A Ti clamo, oh YHVH, Roca mía. No guardes silencio para conmigo, no sea que te desentiendas de mí, y llegue a ser semejante a los que bajan al sepulcro. BTX] [A ti clamo, Señor, roca mía; no te desentiendas de mí, porque si guardas silencio, ya puedo contarme entre los muertos. NVI] [Señor, a ti te llamo; no me ignores, fortaleza mía, que si tú no me hablas seré como los muertos. BLP] [A ti elevo mi oración, oh Señor, roca mía; no cierres tus oídos a mi voz. Pues si guardas silencio, mejor sería darme por vencido y morir. NVI]5
A ti clamo, Señor. El clamor y el llanto son expresiones naturales de la aflicción, y adecuadas cuando nos fallan todos los demás recursos de apelación. Pero ese clamor ha de ser dirigido únicamente al Señor, pues clamar al hombre es desperdiciar nuestras súplicas en el aire. Si tenemos en cuenta la capacidad del Señor para escuchar, y su disposición para ayudar, veremos que hay buenas razones para dirigir de inmediato todas nuestras apelaciones al Dios de nuestra salvación utilizando el lenguaje resoluto que hallamos en este versículo: “A ti clamo”.
Roca mía.6 Nuestra Roca es inmutable,7 fundamento inamovible de todas nuestras esperanzas, nuestro amparo en tiempos de angustia y nuestro auxilio en la tribulación;8 ante cualquier peligro estamos determinados a refugiarnos en él. En vano será clamar a las rocas en el día del juicio,9 pero nuestra Roca escucha siempre nuestros clamores.
No seas sordo para conmigo. No permanezcas silente, no me ignores, no te desentiendas de mí. A los formalistas les da igual si sus peticiones se quedan sin respuesta, presentan sus oraciones y consideran que ya han cumplido con su deber; pero los suplicantes genuinos no se conforman tan fácilmente, no les basta con la acción reflexiva de la propia oración tranquilizando la mente y doblegando la voluntad, van más allá: exigen respuestas del cielo reales, si puede ser de inmediato, y no descansan hasta obtenerlas; a lo que más temen es al silencio de Dios.10 A menudo la voz de Dios es algo tan terrible que hace temblar el desierto;11 pero su silencio es igual de terrorífico, y llena de pavor al suplicante ansioso. Cuando nos dé la sensación de que Dios cierra su oído, jamás cerremos nosotros la boca, al contrario: clamemos más fervientemente; pues en cuanto nuestro clamor aumente en agonía y fervor, no tardará en respondernos. ¡Si el Señor permaneciera silencioso ante nuestras oraciones de modo permanente estaríamos definitivamente perdidos! Este pensamiento cruzó de manera fugaz la mente de David, y le llevó a redoblar sus súplicas, mostrándonos con ello que en nuestras oraciones es preciso que argumentemos y razonemos con Dios.
No sea que si guardas silencio hacia mí, venga a ser semejante a los que descienden a la fosa.12 Privados del Dios que responde a nuestras oraciones, estaríamos en peor situación que los muertos en sus tumbas, y pronto nos hundiríamos al mismo nivel de los que se ven arrastrados al infierno. Nos es imprescindible obtener respuesta a la oración: nuestro caso es de necesidad extrema, de urgencia desesperada; y por tanto, no hay duda de que el Señor responderá infundiendo en nuestras mentes agitadas sentimientos de paz, porque su corazón no tolera que sus escogidos perezcan.13
C. H. SPURGEON
A ti clamo, Señor. Es de suma importancia que tengamos un objetivo concreto en que fijar nuestros pensamientos. El ser humano, en el mejor de los casos, tiene poca capacidad para las abstracciones; y menos todavía en momentos de aflicción, en los que se ve indefenso y necesitado de todas las ayudas posibles; si en tal estado su mente comienza a divagar en abstracciones, se agotará pronto, y exhausto, no tardará en hundirse. Dios ha dispuesto en su gracia que tal cosa no tiene por qué suceder. Y por ello se ha manifestado al hombre a través de su palabra, para que cuando se sienta afligido pueda fijar su mente en él como objetivo definido de su fe, su esperanza, y su oración. “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”.14 Esto fue exactamente lo que hizo el salmista; y en sus palabras, la precisión de Dios como objetivo concreto de su confianza en la oración, está muy claramente definido. ¡Qué privilegio tan grande el de los cristianos! Pueden fijar sus ojos en Jesús y, sin forzar la imaginación, contemplar al Santo que los mira y escucha desde arriba, listo para responder a sus súplicas. Querido lector, en tiempo de tribulación no desvaríes, que tus suspiros