¡Como padre usted tiene ese poder tan grande!Y tendrá ese poder imponente hasta el día de su muerte, quiéralo o no, en su actitud hacia la autoridad, en su actitud hacia las mujeres y en cuanto a Dios y a la iglesia. ¡Qué responsabilidad tan imponente! Se trata, en realidad, de un poder de vida y muerte.
Por esas razones vivimos en un tiempo de gran crisis social. Segmentos enteros de nuestra sociedad están huérfanos de liderazgo masculino. En el otro extremo de la balanza están los hombres fuertes que dan lo mejor de su liderazgo a su actividad profesional, pero que han fracasado en el liderazgo del hogar. ¡Nosotros somos los hombres llamados a ser diferentes! Y si el propósito de Dios no se cumple en los hijos del Señor, jamás se cumplirá.
Hay pocos lugares donde el esfuerzo santificado pueda dar tan buenos dividendos como en la paternidad. Si usted está dispuesto a esforzarse santamente, podrá ser buen padre. Si está dispuesto a esforzarse, verá abundantes bendiciones.
Afortunadamente, la Palabra de Dios nos proporciona un plan para el entrenamiento paternal, en una punzante oración: “Y vosotros, padres,no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4). Este plan se puede recordar más fácilmente si se pone en forma negativa y en forma afirmativa. La forma negativa es: “Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos”. La positiva es: “Sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.”
LOS “NO” DE LA PATERNIDAD
El “no” está perfectamente claro, porque literalmente quiere decir “no provoquéis a ira a vuestros hijos para que éstos no hiervan de ira y resentimiento”. La Biblia Latinoamericana capta muy bien la idea al decir: “Y ustedes, padres, no hagan de sus hijos unos rebeldes.” La franqueza y sencillez de este “no” nos invita a pensar con sinceridad en las formas como llevamos a nuestros hijos a la exasperación.
Las críticas
En primer lugar están las críticas. Cada año, cuando en nuestra familia decoramos el árbol de navidad y coloco sobre el árbol una diminuta guirnalda roja y verde, adornada de cristal, pienso en el niñito que me la obsequió cuando yo era entrenador de fútbol. Su padre, que era un hombre sarcástico y burlón, solía ir de un lado a otro del terreno rebajando la actuación de su hijo con palabras tales como “cobarde” y “mujercita”. Este hombre fue el único padre a quien en toda mi vida tuve que pedirle que se callara o que se marchara del campo. A veces pienso qué habrá sido de la vida de ese niño, ahora convertido en un hombre.
Winston Churchill tuvo a un padre semejante en Lord Randolph Churchill. A éste no le gustaba el aspecto de Winston, ni su voz, ni tampoco soportaba tenerlo cerca. Jamás lo felicitó, sólo lo criticaba. Los biógrafos de Churchill han sacado extractos de sus cartas donde éste ruega a ambos padres atención por parte de su padre: “Mejor habría sido que me hubieran colocado como aprendiz de albañilería .. .habría sido natural .. .y habría podido conocer a mi padre . . .” 3
Los padres que están siempre criticando a sus hijos los desmoralizan. La versión paralela de este “no” que aparece en Colosenses 3:21 indica que los hijos amargados por las quejas continuas y las burlas4 “se desalientan”, son como un caballo falto de ánimo. Uno puede verlo en la forma que camina el caballo, y también en la mirada y postura de un niño desanimado.
Las críticas se expresan de muchas maneras, no necesariamente verbales. Algunos padres por principio jamás alaban a sus hijos: “Cuando felicito a alguien lo hago con sinceridad”; pero sucede que jamás lo hacen. Hay quienes se limitan a una felicitación vaga y vacilante, como la que recibe el muchacho que ha hecho un gol en un juego de fútbol: “Eso estuvo muy bien, hijo, pero la próxima vez trata de hacerlo mejor.”
A menudo no son las palabras, sino el tono de la voz o la falta de atención lo que lo dice todo. ¿Por qué algunos padres son tan criticones? Quizás se deba a la forma como ellos mismos fueron tratados por sus padres. O quizás sean criticones que lo disimulan muy bien en público, pero que no pueden controlar sus críticas en medio de la presión de las relaciones familiares. Para estos padres, la Palabra de Dios es como una flecha que va directo al corazón: “No exasperen a sus hijos con sus críticas.”
La severidad excesiva
Algunos padres exasperan a sus hijos siendo demasiado severos y dominantes. Pero éstos necesitan recordar que criar hijos es como tener en la mano una pastilla de jabón húmeda: si se la agarra con mucha firmeza saldrá disparada de la mano, y si no se la agarra bien se deslizará y caerá. Por tanto, agarrar con suavidad, pero con firmeza, es lo que le permitirá a uno mantener el control.
Resulta imposible calcular los estragos causados durante tantos años por la severidad excesiva dentro de la comunidad cristiana evangélica. Como pastor he tenido que enterrar a personas que vivieron prácticamente todos los setenta años de su vida despotricando contra el severo legalismo con que fueron criadas, pastillas de jabón escapadas de la mano que nadie supo cómo recoger. Otros casos no fueron tan trágicos. Lo que hicieron fue renunciar al legalismo bíblico y teológico, pero aún siguieron luchando emocionalmente con el problema por el resto de su vida.
¿Por qué algunos padres son tan estrictos? Algunos lo son porque tratan de proteger a sus hijos de una cultura cada vez más ordinaria, y las medidas represivas parecen ser la mejor forma de lograrlo. Otros son sencillamente personas dominantes que utilizan normas, dinero, amigos o su influencia para controlar la vida de sus hijos. Para estos padres, la Biblia leída de modo legalista y fuera de contexto se convierte en una autorización para adueñarse y dominar a sus hijos. Y hay otros que interpretan mal su fe en términos de la ley antes que de la gracia. Algunos padres son excesivamente estrictos porque les preocupa la opinión de los demás: “¿Qué pensarán los demás si mi hijo va a ese lugar ...o usa esa ropa ...o es visto escuchando esa música?” No son pocos los hijos de pastores que se volvieron rebeldes porque sus padres los reprimieron para conformarlos a las expectativas de los creyentes. ¡Qué pecado tan grande contra nuestros hijos!
Entonces, lo que tenemos que hacer es más bien desempeñar nuestra función de padres sosteniendo firmemente a esas diminutas y desvalidas pastillas de jabón que son nuestros hijos, y a medida que crecen ir aflojando la mano inteligentemente. Como padres cuidadosos tenemos que decir “no” a muchas cosas. Por eso debemos tratar de decir “sí” lo más posible, y reservar los “no” para las situaciones verdaderamente importantes.
Debemos ser bíblicos en cuanto a nuestros “no”, y a medida que nuestros hijos crezcan debemos estar preparados para analizar las normas según las perspectivas bíblicas. Debemos aprender a confiar en que Dios nos dirigirá en la crianza de nuestros hijos, reconociendo que ellos tendrán finalmente que aprender a tomar sus propias decisiones.
Padres, no exasperen a sus hijos siendo demasiado estrictos. Aprendan a agarrar la vida de sus hijos con la tierna presión de la mano de Dios y a moldearlos con su amor.
La irritabilidad
Lo hemos visto ¡y hasta quizás hecho! El padre llega a casa después de un día de presiones, preocupado, con el semblante arrugado. Su pequeño hijo de tres años llega corriendo hasta él, pero el papá está ocupado desahogándose con su esposa y le dice: “Un momento, Jaimito.”
El niño tira de los pantalones del padre, pero no obtiene ninguna atención. Entonces el padre explota, lo levanta y le pega duro por “mal educado”. Sólo el Señor sabe cuántos niños se desaniman por los “días difíciles” de sus padres.
La vida es a veces como la tira cómica en la que el jefe está de mal humor con su empleado. Éste, a su vez, llega a casa y está irritable con sus hijos; entonces, uno de éstos patea al perro; el perro sale corriendo a la calle y muerde a la primera persona que ve, ¡al jefe de su amo!
Nosotros, los padres, nunca debemos permitir que las presiones nos lleven a este triste ciclo ¡pues