—La gran mayoría piensa que hoy, en España, somos bien acogidos, pero la vida del inmigrante no es fácil y menos cuando las diferencias religiosas y culturales con el país de acogida son tan grandes.
—Además, la situación económica reduce de forma considerable las posibilidades de encontrar un trabajo que facilite la integración. Y entonces surgen dudas sobre esas encuestas. Cada vez hay más gente que no se fía de esos datos.
Para evitar conflictos y salvaguardar la buena convivencia entre religiones en España, Ben, Samuel y Abdul llevaron a cabo por separado una selección de hackers cristianos, judíos y musulmanes. Los elegidos pasaron a formar parte de un grupo especializado en detectar determinados comentarios y contenidos en Internet. Dado que las tres religiones monoteístas creían en los ángeles, pensaron que la mejor denominación para ese equipo solo podía ser una: los Custodios.
El «Templario» y los «guardianes» de la paz y la verdad estaban en contacto permanente con el CNI debido a sus funciones extraoficiales. Desde ese momento, los agentes de la unidad dedicada al terrorismo internacional perteneciente al Centro Nacional de Inteligencia contaban con una ayuda inestimable. El seguimiento realizado por los Custodios iba a ser decisivo a la hora de identificar y localizar a un buen número de implicados y de resolver numerosas amenazas.
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Ángela dejó atrás su etapa exhibicionista y empezó a colaborar en un periódico de tirada gratuita. Su incorporación coincidió con las acciones del 15-M, un movimiento ciudadano formado el 15 de mayo de 2011. El mundo se hizo eco de sus protestas pacíficas, solicitando una democracia más participativa alejada del bipartidismo y del dominio de bancos y corporaciones. Los «indignados» comenzaron a organizarse tras el establecimiento de centenares de acampadas en grandes plazas de ciudades españolas. A Ángela la desplazaron hasta la Puerta del Sol, en Madrid, para cubrir a pie de calle las novedades que se produjeran sobre el tema en tiempo real. Pronto se vio tan representada por lo que allí se decía, que no hubiese querido estar en ningún otro sitio. Y se quedó con ellos.
Enviaba sus crónicas por e-mail y se sentía una privilegiada por su doble condición de periodista e «indignada». Los participantes reclamaban un cambio en la política y la sociedad españolas al considerar que los partidos políticos ni les representaban ni tomaban medidas pensando en las necesidades de la población.
La prensa internacional relacionó desde el principio aquella protesta social, inédita desde la Transición, con la crisis económica española y sus derivados: elevada tasa de paro, precariedad laboral, congelación de los salarios, restricción del crédito… A ello se sumaban unas políticas de ajuste que suponían un gran recorte en el Estado del bienestar.
En sus crónicas, Ángela no solo informaba sobre lo que ocurría a cada instante. Hacía amplios reportajes en los que contaba con todo lujo de detalles las principales aspiraciones de los indignados, que también eran las suyas. El 15-M abogaba por acabar con los privilegios de la clase política. El movimiento canalizaba la decepción de la sociedad española con los políticos no solo por sus excesos —elevados salarios, jugosas jubilaciones, derecho a coche oficial, dietas—, sino sobre todo por el nivel de corrupción en el que estaban involucrados buena parte de ellos. Ángela no podía entender cómo alguien imputado judicialmente podía formar parte de una lista electoral.
Tras las elecciones, las protestas no desaparecieron del todo pero poco a poco fueron perdiendo fuerza. El bipartidismo seguía gozando de buena salud y las cosas quedaron más o menos como estaban. Sin embargo, la experiencia le había resultado muy útil a Ángela. Por una parte, descubrió que la unión de muchas personas podía llegar a conseguir casi todo lo que se propusieran. Por otra, sus reportajes le valieron un contrato de media jornada en su periódico a pesar de no haber obtenido aún el título en Periodismo.
Gracias al buen trabajo realizado durante todas las jornadas del 15-M, le encargaron hacer un seguimiento de lo que se había dado en llamar Primavera Árabe, una serie de alzamientos populares en los países árabes, principalmente del norte de África. Las revoluciones habían sido desde siempre muy numerosas en el mundo árabe, pero hasta ahora todas habían surgido de golpes de estado que daban paso a gobiernos autoritarios. En cambio, en los acontecimientos actuales se pedía un régimen democrático y mejorar las condiciones de vida de la gente. La crisis económica había sumido a los países norteafricanos en una pobreza aún más acuciante. La subida de precio de los alimentos y otros productos básicos provocó la hambruna en la población más pobre. Todo ello terminó sacando a la gente a la calle. Curiosamente, Túnez fue el primer país en manifestar su descontento a pesar de contar con el gobierno menos restrictivo. La inmolación de un joven tunecino fue el detonante. El ejército se puso del lado del pueblo y Ben Alí fue derrocado. A continuación, la plaza Tahrir de El Cairo se convirtió en el nuevo foco de las protestas y la población egipcia consiguió la caída de Mubarak. Tras Túnez y Egipto, el efecto contagio hizo lo propio trasladando las rebeliones a Yemen, Libia y Siria. El líder libio Gadafi había corrido la peor de las suertes hasta la fecha. El único que se mantenía en el poder y no daba ninguna muestra de flaqueza era el presidente sirio Bachar El Asad. Su represión contra las revueltas se había ganado la condena internacional. Según datos de la ONU, la cifra de muertos entre los contrarios al régimen se elevaba a diez mil.
Las nuevas tecnologías y las redes sociales estaban siendo determinantes en el desarrollo de las protestas y el cambio de la región. Sin plataformas como Al Yazira, Facebook, Twitter o YouTube, y sin el trabajo de los activistas hubiera sido imposible saber qué estaba ocurriendo durante las revueltas. En la Universidad, Ángela descubrió que tenía un don especial para la informática y decidió sacar partido de ello. Se le daba bien escribir, pero más aún rastrear la red en busca de alguna noticia interesante a la que dar forma posteriormente con su afilada pluma. Fue entonces cuando, por medio de un amigo, entró en contacto con Anonymous, un movimiento internacional de ciberactivistas que se denominaban así porque nunca revelaban su identidad. No pertenecían a ningún partido político, se repartían por todos los rincones del mundo y llevaban a cabo sus acciones tras someterlas a votación. Con su lema —El conocimiento es libre—, reivindicaban sus ciberataques contra páginas web de distintas entidades. Utilizaban como símbolo la careta que representaba al personaje histórico inglés Guy Fawkes, protagonista de la película V de Vendetta, una máscara que se convirtió en un conocido emblema al ser utilizada en algunas manifestaciones por parte de los «indignados». Ángela comulgaba con sus ideas y no tardó en colaborar con ellos. Su bautizo de fuego con los también llamados hacktivistas, por ser activistas y piratas informáticos al mismo tiempo, fueron los ataques a la web de la Santa Sede y al sistema informático de Radio Vaticano.
Ella era atea confesa y respetaba las creencias de todo el mundo, pero tampoco estaba de acuerdo con muchas de las cosas que pasaban en la Santa Sede. El grupo acusó al Vaticano de usar repetidores con una potencia que superaba ampliamente los límites permitidos por la ley para hacer que Radio Vaticano llegara a todos los rincones de la Tierra. Esto conllevaba, según ellos, exponer a la población que residía cerca de esos repetidores a ondas electromagnéticas de tanta intensidad que causaban graves enfermedades como leucemia y otros tipos de cáncer. En su blog italiano manifestaban que Anonymous había decidido atacar su sitio web en respuesta a las doctrinas que su organización extendía por todo el mundo. Les acusaban de quemar libros de incalculable valor histórico, de ejecutar a sus detractores a lo largo de los siglos y de negar teorías consideradas universalmente válidas. También les consideraban culpables de esclavizar a poblaciones enteras con el pretexto de su misión evangelizadora, de jugar un papel importante en la evasión y refugio de criminales de guerra nazis, y de permitir y encubrir abusos sexuales sobre menores por parte de un buen número de miembros del clero. Los reproches no quedaban ahí. Les recriminaban tener propiedades de valor incalculable, dirigir lucrativos negocios, disfrutar de incentivos fiscales o rechazar el preservativo o el aborto. Eso sí, matizaban que no era un ataque a la religión cristiana o a sus fieles, sino a la corrupta Iglesia Apostólica Romana.
A raíz de aquel ataque a la web vaticana, la intrépida periodista