Aunque al principio les pilló a todos por sorpresa, ahora ya se habían acostumbrado a oírle dar misa «sin pasar página». Y es que, con sus aparatos informáticos, no necesitaba los libros sagrados. La necesidad de almacenaje y la aparición de los archivos pdb, que acumulaban mucha información y ocupaban poco espacio, le decidieron a cambiar de hábitos. Pero solo los hábitos del comportamiento. De su vocación había estado siempre seguro. Bueno, casi siempre. Sintió la llamada de Dios muy pronto, quién sabe si encaramado a una de las piedras de aquella ermita en la que jugaba cuando era un niño.
Benedicto era una de esas rara avis para las que Ciencia y Fe no se contradecían. La tecnología le permitía llegar más lejos y a más gente. Por eso, en sus liturgias nunca faltaban reproductores musicales, como era el caso del rosario en mp3, o proyecciones de cantos a toda pantalla.
También eran muy comentados sus cursos prematrimoniales en powerpoint. Sin embargo, lo que más aceptación tenía entre sus fieles y de lo que más orgulloso se sentía el padre «Bene» era de su blog y de su presencia en las redes sociales. Tan populares se habían hecho sus opiniones en la red que sus vecinos, al cruzarse con él, le preguntaban cuándo iba a publicar algo nuevo o le hacían comentarios al respecto:
—¡Muy bien, padre! Dígales que el que demonios da, diablos recibe.
—¡Anda, que en el Vaticano tienen que estar contentos con usted!
—¡Deles caña, padre! ¡Con un par! Que de santos no tienen nada.
Había llegado a oídos del sacerdote que hasta el Papa estaba celoso de su número de fans, aunque siempre se tomaba a broma dichos comentarios. Sabía que el Santo Padre aceptaba de buen grado las nuevas tecnologías promoviendo, como él mismo predicaba, «una cultura de respeto, diálogo y amistad». Con tal motivo, ya en mayo de 2008 se enviaron miles de sms a los fieles durante la XXIII Jornada de la Juventud. También sabía que el Vaticano contaba con un portal llamado pope2you.net, que conectaba con la red social Facebook, donde el Papa tenía su propio perfil. De esa forma, los usuarios podían intercambiarse postales virtuales, discursos y mensajes del pontífice. Recientemente, había estrenado su cuenta en Twitter, desde donde mandaba sus tuits en ocho idiomas con el alias @pontifex. El propio Papa apoyó también la creación de una página de la Santa Sede para YouTube, el sitio de Internet para compartir vídeos, donde podía verse abundante material documentando las actividades que él mismo desempeñaba. Hasta se había desarrollado una aplicación denominada iBreviario que permitía a los católicos acceder a la liturgia eclesiástica a través de sus iPhones. Sabía todo eso y mucho más. Por tanto, no le cabía ninguna duda de que, efectivamente, en el Vaticano no habían sentado nada bien sus últimos comentarios.
Hasta recibió un «toque» invitándole a la reflexión sobre lo que estaba escribiendo, al cual respondió: «La palabra de Dios es una, pero sus interpretaciones pueden ser tantas como hijos tiene a Iglesia». Y no contento con ello, ni corto ni perezoso, se dispuso a redactar una segunda parte de su ya famosa «MULTIPLICACIÓN DE LAS CARNES Y LOS HUESOS»:
«¿Por qué le preocupa tanto a la Iglesia que todos piensen que las reliquias exhibidas y veneradas en sus catedrales o basílicas más cercanas sean las auténticas? Para evitar comerciar con ello, ¿no sería más lógico que todos los templos cristianos tuvieran las mismas, aún a sabiendas de que no sean más que meras copias? Y ocurre por igual en todas las religiones. En un mundo lleno de locos y extremistas radicales, todo esto no hace más que alimentar el fanatismo. Y no necesariamente religioso.
¿Cómo se explica, si no, que un mechón de pelo de John Lennon fuera vendido por 48 000 dólares en una subasta? ¿O que un dentista pagara 30 000 dólares por un diente cariado del mismo cantante y compositor? También se subastaron objetos relacionados con Elvis Presley y se llegaron a pagar 18 300 dólares por un mechón de los cabellos del «rey del rock» y hasta más de 60 000 por una de sus camisas. ¡Y qué decir de la truculenta subasta de documentos y fotos relacionados con la captura, ejecución y entierro secreto del Che Guevara, en la que se incluyó pelo de la barba del revolucionario, adjudicada a un coleccionista por el módico precio de 100 000 dólares!
Lo peor es que no solo se siguen vendiendo reliquias. El morbo llega hasta el punto de pagar una entrada por verlas expuestas en museos de todo el mundo. En ellos se puede ver el cerebro de Albert Einstein extraído sin permiso por un médico, el corazón de Chopin, los huesos de los oídos de Beethoven, un dedo de Galileo, cabellos de George Washington, fragmentos del cráneo de Abraham Lincoln, y hasta el mismísimo pene de Rasputín, exhibido en un museo de San Petersburgo.
El colmo de todo esto es un tubo de ensayo que, supuestamente, contiene el último aliento de Thomas A. Edison. Se exhibe en el museo Henry Ford de Michigan, dedicado, según dicen, a «objetos auténticos, relatos y vidas de las tradiciones de ingenio, inventiva e innovación de los Estados Unidos». Curiosamente, el Vaticano asegura que también conserva embotellados un suspiro de San José y un estornudo del Espíritu Santo. ¡Y luego hablan de alucinaciones!».
* * *
El sonido del ordenador alertó a Ahmed. Había recibido un nuevo mensaje de correo electrónico. Al instante, reconoció la dirección del remitente, aunque la cambiaba a menudo. Era un aviso de un tal Tarik:
«Si utilizas un teléfono móvil, usa uno que haya sido obtenido mediante nombre y dirección falsos. No utilices nunca un número conocido para llamar a un familiar o a un amigo.
Si han de llamarte, di que lo hagan a una hora específica y mantén tu teléfono conectado solo mientras esperas la llamada.
Cuando utilices Internet, hazlo únicamente en cibercafés y no acudas siempre al mismo locutorio.
Y lo más importante de todo: no visites lugares que puedan revelar tu identidad.»
Aunque oficialmente no pertenecía a la red de Al-Qaeda, Ahmed simpatizaba con sus ideas. Sabía que habían encontrado en las nuevas tecnologías el oxígeno necesario para seguir siendo quienes eran, pero también para hacer llegar sus mensajes a cualquier punto del planeta. Y en eso eran similares a cualquier otro tipo de empresa. Hasta 2012, la mayor parte de las captaciones de nuevos combatientes se llevaba a cabo en prisiones o lugares de culto. A partir de esa fecha, el 80% de las mismas tenía lugar a través de Internet. La web 2.0 ofrecía múltiples opciones, especialmente las redes sociales y los foros. Gracias a ellos, sus adeptos podían comunicarse libremente y la red terrorista colgar su doctrina en páginas muy concretas, poniéndolas así a disposición de su numerosa legión de militantes y simpatizantes.
La organización explotaba al máximo las posibilidades que ofrecía Internet desde que se produjeron las intervenciones militares en Irak y Afganistán. Además de los tradicionales teléfonos móviles prepago, usados en determinados lugares afganos y paquistaníes, empezaron a utilizar un conjunto de aplicaciones transformándolas en un canal interno de comunicación permanente entre los diversos líderes de la red islámica. Arriesgarse a ser localizados por las agencias de inteligencia no suponía un obstáculo para ellos. Usaban equipos informáticos y de transmisión de datos mediante software de cifrado para voz IP. También aplicaciones de encriptación con las que poder recibir y enviar correos electrónicos, documentos o archivos de forma segura. Habían llegado al punto de diseñar un programa propio de cifrado asimétrico, el llamado ASRAR al Mouyahedeen. Todo ello tenía su lógica. Para el difunto Osama Bin Laden, la seguridad era la mayor de sus obsesiones. Su escondite de la localidad paquistaní de Abbotabbad carecía de conexión por cable, aunque tras su muerte pudo confirmarse que continuaba usando un ordenador personal y software de cifrado para emitir sus comunicados y discursos entre los líderes de Al-Qaeda