—Perdón, había olvidado que usted siempre responde a una pregunta incómoda con otra.
—¿La incomodo, señorita Rubio?
—Mejor volvamos al «tema».
—Pues no quiero desilusionarla, pero quizá haya oído decir que Alfonso X también mandó traducir el Corán al castellano.
—Y tampoco por razones interculturales, me temo.
—Teme usted bien. Lo único que pretendía con su traducción era conocerlo y refutarlo desde el cristianismo.
—Bueno, pero si colaboraban, eso significa que los musulmanes y los cristianos se entendían, ¿no?
—No. Quizá hubo una tolerancia relativa. Se soportaban, sí, pero está claro que no llegaron a entenderse nunca.
Cada vez que entrevistaba a Benedicto Santibáñez, la sensación de Ángela era la de estar sentada en un pupitre de la facultad escuchando absorta a un atractivo profesor que impartía sus conocimientos de forma interesante y amena. No podía negar que su trabajo le gustaba cada día más, pero aquel hombre empezaba a ser una verdadera adicción. Le atraía poderosamente. Desde luego, no era una chica tímida y hasta recordaba haberse excitado más de una vez fantaseando con la idea de flirtear con un cura, pero una cosa eran sus fantasías y otra tener al cura delante. Debía reconocer que él la ponía nerviosa, la seducía con su forma de ser, con su manera de hablar, la epataba... Pero también la intimidaba.
Después de aquella segunda entrevista y excusándose en tenerle localizado, se armó de valor y le pidió su número de móvil. Le hacía gracia recordar la anécdota:
—Padre, ¿podría darme su número de móvil para estar en contacto?
—Sí, por supuesto. Es el 666...
—¿En serio? —Ángela no pudo evitar una risotada.
—¿Qué...? ¡Ah, ya! Siempre le hace gracia a todo el mundo.
—El número de un exorcista no podía empezar de otra forma, ¿no? Por cierto, ¿por qué siempre se relaciona ese número con la «Bestia»... ?
—Bueno, mucho se ha contado sobre él a raíz del famoso versículo de la Biblia, pero pocos saben de dónde proviene.
—¿Y de dónde viene? —preguntó la periodista.
—El versículo del Libro del Apocalipsis termina diciendo: «Aquí se verá la sabiduría; el que entienda, calcule el número de la bestia, que es un número de hombre. Ese número es el seiscientos sesenta y seis.»
—Parece una adivinanza —dijo ella.
—Como si lo fuera. Durante siglos, se han dado las versiones más dispares de a quién podría corresponder esa cifra. La que se toma por más acertada corresponde a Nerón.
—¿El emperador romano?
—Sí. En el Apocalipsis se habla de una bestia surgida del mar. Es lógico suponer que se refería al ejército romano que desembarcó y ocupó aquellas tierras. Es probable que, cuando San Juan citó ese número, se refiriera al César Nerón. Los números romanos estaban basados en letras y cada número equivale a una letra determinada. En hebreo pasa algo similar. Los valores numéricos se basan en letras con un valor propio. Aplicando los números a las letras KSR NRON, la cifra resultante es 666.
—¿Y por qué ese significado negativo?
—El significado de los números estaría en función del sentido que los cristianos les daban en aquella época, influenciado a su vez por el que les aplicaban los judíos. El seis denotaba imperfección, pues le faltaba uno para llegar a la cifra perfecta.
—¡El siete!
—Sí. Para los judíos, el número siete representaba la perfección. Por tanto, el «666» era la imperfección llevada al extremo.
—¿Y por eso es el «número del Mal»... ?
—Así es. Y aunque solo se afirma tres veces en la Biblia como maligno, se convirtió en el símbolo secreto de los antiguos misterios paganos relacionados con la adoración al Diablo. El «666» marca la culminación de la oposición del hombre a Dios en la persona del Anticristo.
—Pero todo eso parece pura superstición —alegó Ángela.
—Puede ser. Pero, ¿qué me dirías si te cuento que el antiguo imperio asirio duró exactamente 666 años antes de ser conquistado por Babilonia?
—¡Que fue una casualidad!
—¿Y si añado que el imperio romano gobernó en Jerusalén también 666 años, desde la batalla de Accio, en el año 31 a.C. hasta la conquista sarracena en el 636 d.C...? ¿También te parece casual?
—Al final voy a volverme supersticiosa yo también. Pero antes decía que pocos saben realmente de dónde proviene esa cifra. ¿Es anterior a esa época?
—Verás... El número como tal no tiene un origen claro. Para los egipcios, el enigmático «666» evoca el nombre secreto de Amón-Ra, llamado «Señor de los dos cuernos», que permitía ejercer a quien lo conociera una parte del mágico poder de la divinidad.
—¿Señor de los dos cuernos? Entonces, ¿el símbolo del macho cabrío como símbolo diabólico viene de los egipcios?
—Sí y no. El «666» recuerda a aquellas esfinges egipcias con cabeza de carnero y cuerpo de león que flanqueaban las avenidas ceremoniales de los templos, como representación de Amón-Ra, dios supremo de Egipto. Los egipcios adoraban tanto a los dioses de la Luz como a los de las sombras.
—¡Claro! Ra era el dios del Sol y Anubis, el de los muertos.
—A Amón se le representaba mediante una cabeza de carnero. Hasta la Edad Media, durante el Románico, no comienzan las representaciones del carnero con cuernos enroscados en espiral. Pero eso fue más adelante. Lo que me preguntas tiene su origen en las prácticas religiosas de Babilonia en los tiempos del profeta Daniel. Los sacerdotes babilónicos promovieron la adoración de dioses asociados con el Sol, la Luna, los planetas y ciertas estrellas relacionadas con la práctica de la astrología. Contaban con 37 dioses supremos. Uno de ellos, asociado al Sol, primaba sobre los demás. Ellos pensaban que los números tenían poder sobre los dioses que adoraban. Asignaron números a cada uno de sus dioses con el fin de tener poder sobre ellos. Luego sumaron los números de cada dios, del 1 al 36. La suma de los números totalizaba 666, el número asignado al dios Sol.
—Pero entonces, para ellos no era un mal número, ¿no?
—Déjame acabar —prosiguió él—. Los babilonios temían mucho a sus dioses y pensaban que alguno de ellos podría destruirlos algún día, así que hicieron amuletos con una matriz de los números ordenada en un cuadro de 6 por 6, del 1 al 36. Para incrementar el poder de esos amuletos, ordenaron los números de tal manera que al ser sumados en filas o columnas, siempre totalizaban 111. Por tanto, la suma total de las 6 columnas y las 6 filas sumaban 666. Inscribían estos números en una pequeña tablilla de barro que luego colgaban en sus cuellos para sentirse protegidos. Los romanos también practicaban esta creencia. Y tanto babilonios como romanos tuvieron esclavos judíos.
—¡Ah! Ahora lo entiendo —exclamó ella—. Fueron los judíos y los cristianos quienes, a partir del sometimiento de unos y la persecución de otros, le dieron el significado negativo a la dichosa cifra.
—Sí. San Juan tomó la cifra de Daniel, que a su vez la tomó de babilonios y egipcios. De todas formas, ten cuidado con tus supersticiones.
—¿Por qué lo dice?
—Hay gente que padece trihexafobia.
—¿Fobia al triple seis? ¿Eso es una enfermedad?
—Digamos que es un miedo irracional al número «666». Se caracteriza por el rechazo a cualquier cosa que pueda estar relacionada