De aquellos años se podría contar la influencia de monseñor Leonidas Proaño, obispo de Riobamba, que había participado en el Concilio Vaticano II y tenía un trabajo social importante en el fortalecimiento de las comunidades indígenas ecuatorianas. La actividad de la doctrina social de la Iglesia se dirigió en esta época a los sectores rurales e indígenas, realizando alfabetización (junto con la evangelización) en las comunidades. El Ecuarunari, fortaleciéndose como organización, adquirió mayores contenidos clasistas (en especial campesino-indígenas) y muy frecuentemente se articuló políticamente, coordinándose con las luchas obreras de los sindicatos petroleros y del sector eléctrico –que históricamente son los grupos de mayor tradición organizativa y reivindicativa en el país–.
Las reivindicaciones del Ecuarunari se orientaban principalmente a la cuestión agraria, en especial a la tenencia de la tierra, ya que en el Ecuador las leyes de reforma agraria habían sido incompletas y no habían mejorado significativamente las condiciones de vida del campo. La cuestión agraria en el Ecuador (así como en buena parte de los países de América Latina) convocaba tanto a los campesinos como a las comunidades indígenas: ambos grupos tenían en común la relación indisoluble con la tierra y con el territorio, y haber sido víctimas de la explotación, tanto en el trabajo como en el despojo de tierras.
Carlos Pérez, dirigente del Ecuarunari, sostiene que:
El campesino es igual explotado y exprimido, expoliadas sus riquezas, despojado, sin embargo, se ha dejado colonizar tanto que se vuelve solamente como un actor reivindicativo. En cambio, los pueblos y nacionalidades indígenas, no solamente que buscamos una reivindicación, sino que seguimos en este proceso de resistencia al colonialismo, al poder colonial, al poder epistemológico, a todas estas formas de explotación. Y bueno, todo lo que buscamos es la construcción de una forma de Estado, bueno, no sé si Estado porque realmente el Estado es el mayor agresor que ha habido desde la época moderna, el Estado ha sido violento. El Estado ha despojado, ha sido quien ha despojado no solamente el territorio, sino también nuestra cultura, nuestra lengua, nuestras epistemologías, nuestras epistemes, nuestra ciencia, nuestros saberes, nuestros sentires. Son dos conceptos a la vez, dos estructuras distintas el campesino y el indígena, sin embargo, también hay una sincronía muy estrecha, porque primero ambos son explotados y oprimidos, excluidos. Ambos sectores tienen una vinculación muy fuerte con la tierra, unos más y unos menos, pero esta conexión espiritual es potente. Ambos le tienen a la tierra como a su mamá, y no como a un recurso. Y ambos han estado juntos en las buenas y en las malas, en las luchas, y yo creo que son fraternos, son hermanos en la resistencia. (Carlos Pérez, entrevista con el autor, 21 de julio de 2017)
En 1978 se realizó en Sucúa, en la Amazonía ecuatoriana, el primer Encuentro de Nacionalidades y Pueblos Indígenas, organizado por el pueblo shuar que, en ese entonces, ya había conformado su estructura organizativa, tenía su federación17 y disponía de la infraestructura necesaria para organizar un evento de carácter nacional, para romper con el aislamiento histórico que vivían las diferentes nacionalidades indígenas del Ecuador:
En realidad, no teníamos relaciones políticas, relaciones de fraternidad entre los diferentes pueblos. A lo mejor, físicamente nos veíamos. Ahí [en el Primer Encuentro de Pueblos Indígenas] es donde, en realidad, nos conocimos hasta físicamente con otros compañeros, porque nunca habíamos visto un a’l cofán, un huaorani, una secoya, de la Amazonía, al menos no personalmente yo no, ni ellos me conocían, como Saraguro y otros pueblos como los cañari, los salasaca, acá en la sierra. No nos conocíamos. El aislamiento histórico ha hecho que, estando tan cerca, nosotros no nos conocíamos. Para mí, personalmente, el simple hecho de reunirnos y estar juntos, fue un triunfo. Somos muchos, pero ¿dónde estamos? Ahí es donde se va a dar el primer paso de esta organización de carácter nacional. (Luís Macas, entrevista con el autor, 5 de julio de 2017)
Más allá de la presencia de la doctrina social de la Iglesia católica, también los partidos y los movimientos políticos de izquierda contribuyeron al fortalecimiento de las organizaciones comunitarias, con un acompañamiento a las comunidades, tejiendo una relación que se fue consolidando y que es el germen de un camino de lucha común. El conflicto agrario y la conflictividad derivada de la tenencia de la tierra en el Ecuador hacían que, inevitablemente, se creara una cierta sinergia entre las agrupaciones de izquierda y el naciente movimiento indígena.
En 1980 se crea El Consejo Nacional de Coordinación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conacnie), lo conforman la Federación Shuar, el Ecuarunari, y algunas otras organizaciones independientes y pueblos, también, de la Amazonía y también dos pueblos del litoral, de la costa. Se integraron a esta coordinadora, que nace con la intención de llegar a estos pueblos y de dejar el mensaje que es necesario una unidad de los pueblos, tener nuestra propia voz y vocería, nuestro camino trazado, desde nuestra visión, desde nuestro pensamiento, porque hasta ahí habían varias experiencias, locales, por ejemplo, aquí en Cayambe, los conflictos de tierras, la relación hacienda-comunidades, se han estado librando las luchas, con el apoyo de algunos partidos políticos de izquierda, el Partido Socialista y el Partido Comunista. Quizás en Chimborazo también ejerció un fuerte acompañamiento, sobre todo el Partido Comunista. (Luís Macas, entrevista con el autor, 5 de julio de 2017)
También, por esta razón se podría afirmar que el ascendente movimiento indígena llegó a “combinar la lucha de clases, las luchas nacionalistas (lo que más adelante se define como nacionalismo étnico o etnicidad nacionalista), asociándolas a la construcción de la integración social, cultural y política del país” (Sánchez-Parga, 2007, pp. 87-88).
Tras el primer encuentro, se fueron consolidando las relaciones políticas y de solidaridad entre nacionalidades indígenas y, en el año 1986, se constituyó la Conaie , destinada a ser un actor y un sujeto protagónico en las luchas sociales de los últimos treinta años. La Conaie era el intento de coordinar y articular, a nivel nacional, las reivindicaciones de los pueblos y las nacionalidades indígenas de todo el país. En las décadas anteriores (desde la década de los 50 y 60, cuando creció el proceso organizativo de las comunidades indígenas), se habían conformado 34 organizaciones comunales y provinciales de los pueblos y nacionalidades indígenas con reivindicaciones propias.
Sin embargo, la importancia de constituir una organización de carácter nacional residía en dar el primer paso para construir caminos políticos y reivindicativos propios, unificando, bajo un solo discurso, las experiencias de las luchas regionales y territoriales de las comunidades, de modo que pudiesen eventualmente aliarse, en un segundo momento, con otras fuerzas políticas y sociales. En el presente estudio nos detendremos en la (compleja) relación entre el movimiento indígena y los movimientos sociales, sobre todo entre la Conaie y la CMS.
Entre las principales reivindicaciones de la Conaie está la lucha por la tierra, cultura e identidad, tal como lo indica su logotipo; pero también la lucha contra la opresión (neo)colonial en el Ecuador contemporáneo y, en paralelo a eso, la oposición al modelo económico neoliberal. Su lucha, como declara uno de sus fundadores, Luís Macas, es una lucha de largo plazo con una estrategia de largo aliento:
es una lucha estratégica de liberación […] También es una lucha libertaria, es decir, no solamente vamos a liberar las tierras, sino que vamos a decidir qué hacer sobre estas tierras. [Yo creo que] si bien es cierto que todas estas luchas reivindicativas del movimiento indígena son condiciones indispensables para una lucha de largo plazo, porque usted sin tierra no tiene espacio desde dónde luchar. Usted, si no tiene territorio, no tiene espacio dónde generar su cultura, dónde garantizar la continuidad histórica como pueblo. Es imposible, definitivamente. La lucha por la tierra y el territorio, por eso, va a ser permanente. (Luís Macas, entrevista con el autor, 5 de julio de 2017)
Después de la formación y consolidación de sus procesos organizativos en la década de los 80, el movimiento indígena