En el presente estudio, reconociendo la fuerza y la capacidad de movilizar del movimiento indígena, se considerarán también otras fuerzas sociales del movimiento social muy frecuentemente invisibilizadas. Respecto de lo que se plantea en el presente estudio, dicha fase del movimiento indígena y de las demás fuerzas sociales, activas en la década de los años 90, corresponde al momento antisistémico en que tanto el discurso como la práctica social tienden a un horizonte contestatario y a un esquema de ruptura con el orden político y social imperante. Se trata de la fase de mayor radicalidad y, al mismo tiempo, de mayor fuerza de las propuestas políticas del movimiento indígena y de los demás movimientos sociales.
Es importante precisar cómo, desde finales de los 80, ya se había constituido una cierta sinergia entre el movimiento indígena y los movimientos sociales, en el ejercicio de constituirse como alternativa real al poder político establecido. Este camino fue desarrollado entre la Conaie, las fuerzas sociales de izquierda, los intelectuales y las universidades. Estas, a través de un trabajo de planificación, intentaban conjugar el trabajo teórico con el trabajo organizativo de los movimientos sociales, cuya culminación es el germen de la Campaña para una propuesta alternativa de 1988. Dicha campaña era una formulación teórico-organizativa que constituyó un plan y una orientación para la toma del poder en un horizonte temporal de diez años (Napoleón Saltos, entrevista con el autor, 19 de julio de 2017).
Una de las principales prácticas que se considerarán aquí es el levantamiento, entendido como una lógica insurreccional de masa. En la experiencia de los movimientos sociales, sobre todo entre las fuerzas de izquierda, pesaron el fracaso y la frustración de las alianzas electorales entre las fuerzas progresistas –en particular del FADI–, que habían tenido el paradójico efecto opuesto de dispersar fuerzas y dividir, en lugar de constituir un frente amplio de las izquierdas. Además, la línea insurreccional de masa entraba como nueva alternativa, frente a las breves y limitadas experiencias insurgentes de la década de los 80 (Napoleón Saltos, entrevista con el autor, 19 de julio de 2017); una vía y un camino diferentes de la insurrección de masas, cuyo postulado teórico se originó en la reflexión sobre las razones por las cuales en el Ecuador contemporáneo no existían las condiciones históricas, políticas y sociales (condiciones objetivas) ni una tradición de cultura política para la afirmación de una estrategia guerrillera prolongada, como en los países vecinos de Colombia y Perú.
Aquí se define la táctica insurreccional de aquellos años (principalmente la década de los 90) como un primer intento de construir un camino complementario desde los diferentes movimientos sociales y el movimiento indígena. Se trataba de articular políticamente, de forma orgánica, procesos que se venían desarrollando de forma paralela.
El primer levantamiento, conocido como el levantamiento del inti raymi de 1990, fue el primer intento de conformación de una nueva aglomeración de fuerzas para manifestar el malestar, tanto desde las ciudades como desde los territorios rurales, frente a la profundización de la hegemonía neoliberal en el Ecuador.
La historia de este levantamiento, como primer ejercicio de articulación de fuerzas sociales, es singular para el Ecuador. En primer lugar, todo o casi todo estaba preparado para la organización en la fecha establecida, a comienzos de junio de 1990, cuando una resolución de la Conaie lo suspendió a una semana del levantamiento, para permitir las celebraciones indígenas del inti raymi. Es decir que, a pocos días de la fecha establecida, el trabajo organizativo y de convergencia de las diferentes fuerzas sociales, que se había desarrollado durante casi dos años, corría el riesgo de fracasar por una orden de la organización indígena. Sin embargo, pese a esta resolución, los preparativos avanzaron y el 28 de mayo se registró la toma de la iglesia de Santo Domingo, en Quito; una acción de carácter simbólico en contra del colonialismo y de la colonialidad del poder en el Ecuador contemporáneo. En este primer momento –los primeros seis días del levantamiento, del 29 de mayo al 3 de junio– la Conaie no se hizo presente. Aunque una minoría de sus dirigentes estaba en la toma de la iglesia, en aquellos días fue un actor minoritario; todo por la celebración del inti raymi.
La intención no era la de excluir la participación de la Conaie, ya que el levantamiento había sido concertado entre diferentes fuerzas sociales durante un periodo largo; al contrario, desde la toma de la iglesia, el propósito era preparar el terreno para que la Conaie pudiese sumarse al levantamiento en curso. En efecto, su aparición, a partir del 4 de junio, representó un momento decisivo, tanto en términos cuantitativos –la Conaie en ese entonces ya disponía de una capacidad movilizadora que las demás fuerzas sociales no tenían– como en términos organizativos. Además, su presencia alimentó el contenido simbólico de la toma de la iglesia de Santo Domingo, figurando como el momento del salto cualitativo de la Conaie dentro de la organización social del Ecuador.
Entre el 4 y el 6 de junio los pueblos indígenas bajaron por miles de las montañas de los Andes y subieron de las selvas para cerrar las carreteras de la sierra y de la costa; los mercados fueron desabastecidos en las urbes. Los mestizos se daban cuenta, por fin, que quienes los alimentaban eran los rostros empobrecidos de los páramos, quienes tenían apenas un 10 % del territorio productivo y abastecían a casi la totalidad del mercado local. Hubo solidaridad entre los trabajadores, los desempleados, los estudiantes y los sectores medios que llegaron hasta la Iglesia con alimentos y pancartas en señal de respaldo. Incluso en la ciudad de Guayaquil las organizaciones de derechos humanos fueron hasta la Iglesia de San Francisco para manifestar su adhesión al movimiento. La toma de las iglesias, como dispositivos que inauguraban la revuelta, fue también producto de una nueva concepción teológica de los curas tercermundistas que respaldaban los reclamos de las comunidades. (Rodríguez Caguana, 2015)
Otro importante elemento de ruptura del levantamiento del inti raymi fue el viraje desde un conflicto social campesino y una conflictividad agraria relacionada con la tenencia de la tierra, a una reivindicación ya propiamente indígena, étnica y de reconocimiento: una lucha en contra del racismo y la discriminación, una herencia de la sociedad colonial encarnada en el Estado ecuatoriano y en sus instituciones. Ese fue un importante punto de inflexión, no solamente en la consolidación del movimiento indígena, sino en el interior de todos los movimientos sociales ecuatorianos. Por eso, la participación de la Conaie en el levantamiento de 1990 representó un viraje significativo, destinado a marcar el camino de todas las luchas sociales de las últimas décadas.
Finalmente, cabe señalar que el levantamiento logró paralizar al país, tanto en las principales ciudades como en los centros urbanos menores, como Latacunga y en las comunidades indígenas y los centros rurales, ocupando terrenos y bloqueando carreteras principales y secundarias. Es importante señalar que, en los sucesos del 90, el centro era el levantamiento indígena; pero hubo una fuerte acción de solidaridad urbana desde los barrios, donde se construyó lo que se llamó la Coordinadora Popular, germen de lo que ha sido después la CMS. La organización del levantamiento era principalmente indígena, pero hubo cobertura desde el movimiento urbano (Napoleón Saltos, entrevista con el autor, 19 de julio de 2017).
La estrategia insurreccional de masas, inaugurada en el inti raymi de 1990, se reprodujo en diversas ocasiones por toda la década de los 90. Hubo levantamientos en 1992, 1994, 1997 y 1999. Como sostiene Catherine Walsh, los levantamientos, la experiencia de las rebeliones de movimientos, no fueron solo políticos: “también fueron conceptuales, epistémicos y basados en la existencia” (Walsh, 2015, p. 5).
En el movimiento indígena, una vez consolidado el proceso organizativo y afianzada su base social, se combinó la estrategia del levantamiento y la movilización social con la participación institucional y electoral institucionalizada: una verdadera estrategia dual18 que, por un lado, mantenía un pie en las calles y, por el otro, le apostaba a presentarse como alternativa política en el ámbito institucional.
Luís Macas, uno de los fundadores de la Conaie, destaca que el movimiento