—¡No me toques! —la increpé, tratando de zafarme.
¡¿Pero qué se creía esta zorra?!
—Has dado tu palabra, ahora tienes que casarte con él —me restregó.
Era verdad, y sabía que tenía que cumplir mi palabra, o mi pueblo moriría, pero…
Por más que traté de impedirlo la tika logró hacerme bajar del equino de muy malas formas, arrastrándome. Me caí en el suelo ante las miradas de todos los presentes, que en vez de escandalizarse o sorprenderse, se rieron. Eso me molestó, pero ver cómo esa zorra explotaba en una hosca risotada me ofendió en el alma.
Maldición…
Me levanté como una flecha envenenada, apretando la dentadura con rabia, y sin pensármelo dos veces me abalancé hacia la chica. La agarré de los pelos mientras las dos caíamos sobre el pavimento de piedra. Para mi sorpresa, las mujeres empezaron a jalear nuestra pelea, haciendo un corrillo que pronto se agrandó con más público. Rodamos varios metros en los que mi oponente quedó debajo de mí. Tuve un momento de duda, no sabía si golpearla o no, sin embargo, ella sí aprovechó la circunstancia y me empujó hacia atrás. Mi espalda chocó sobre la dura superficie de nuevo y ella se levantó.
—¿Es esto lo único que sabéis hacer las chicas wakey? —se burló. Las otras mujeres, excepto la vieja, que la miró con enfado, se rieron otra vez.
Por desgracia, sí. Pero, por suerte, yo no era como las demás chicas wakey.
A esa zorra le cambió la cara cuando vio mi mirada agresiva y decidida. No le concedí más. Volví a ponerme en pie, soltando un gruñido furioso, y me arrojé a por ella como una pedrada certera y bien lanzada.
Hombres y mujeres jalearon una vez más cuando ambas dimos varias vueltas en el suelo. Forcejeamos y conseguí ganar yo, quedándome sobre ella de nuevo. Sin embargo, esta vez estaba decidida a hundirle el puño en la cara para borrarle esa estúpida sonrisa de antes. Alcé el brazo ante el asombro de la chica tika…
Pero alguien lo interceptó, agarrándolo con fuerza.
—¡Basta! —gritó la vieja, más que cabreada.
La observé con ira por sujetarme, pero también con cierta sorpresa que impidió que intentara zafarme. Mi rival se unió a mi paralización. No sabía que la vieja pudiera tener tanto carácter.
—Oh, Mommy, deja que nos divirtamos un poco más —se quejó un hombre.
Fruncí el ceño. ¿Divertirse?
—He dicho que basta —repitió ella con la severidad y el respeto que imponen los años de una persona mayor. Tiró de mí y me obligó a levantarme, dejando a mi presa libre—. ¿Quieres que se la presentemos a Jedram en su boda con un ojo morado?
—No soy tan tonta como para ponerle un ojo morado —respondió la chica con un resoplido, incorporándose.
Oscilé la vista hacia ella, arrugando las cejas aún más. Claro que no, porque iba ganando yo.
—No, no… —contestó el hombre, rascándose la nuca.
—Pues, venga, volved a lo que tengáis que hacer, que es bastante —mandó esa vieja llamada Mommy, sin soltarme—. Tiene que estar todo listo para esta noche.
Esta noche… Me estremecí para mal de nuevo y todo el subidón por la pelea se me bajó de repente.
—De acuerdo, de acuerdo —aceptó el hombre, acatando la orden junto con el resto de la gente.
—Tú también tienes que hacer, Khata —le recordó la vieja a la chica con la que me había peleado.
Esta se puso en pie de un salto y pasó a mi lado.
—Ahora entiendo por qué Jedram se fijó en ti —dijo, otra vez mirándome de arriba abajo, aunque en esta ocasión sin acritud.
Su frase me dejó algo desconcertada, y eso se notó en mi rostro. ¿Que Jedram se había fijado en mí? ¿Cuándo?
—¡Venga, venga! —azuzó la vieja con un aspaviento de su mano suelta.
La tal Khata se alejó moviendo el culo con orgullo. ¡Vaya cómo se las gastaban las mujeres tika! No se parecían en nada a las wakey.
La vieja suspiró y por fin me soltó.
—Y tú ven a darte ese baño —me exigió, echando a caminar para que la siguiera.
No me quedó más remedio. Aquí todo el mundo parecía tenerla respeto, así que, de mala gana, la seguí.
Dejamos atrás el árbol y nos adentramos en la estructura rocosa que se ubicaba frente a él, la misma por la que habían entrado los dos enviados que me habían traído hasta aquí. El interior, lleno de grutas en bruto y sin pulir, continuaba siendo de ese mármol grisáceo, pero todo estaba bañado por unas llamas ámbar que le daba un aspecto cálido y hogareño.
La vieja se internó por uno de los pasillos.
—¿Estás asustada? —me preguntó.
Guardé silencio, pues no sabía qué responder a eso, y la anciana se giró para contemplarme, sin dejar de caminar. La comisura de su boca se elevó ligeramente al ver mi expresión indefinida y avergonzada, como si supiera más que yo, y acto seguido volvió a darse la vuelta, regalándome un pequeño respiro.
—El primer coito de una mujer siempre es temido, sobre todo si el casamiento es con un hombre al que no se conoce. Sí, la primera vez duele, pero luego te acostumbrarás —afirmó—. Después, llegará un día en que ya no sientas temor ni dolor, puede que incluso te guste. Tarde o temprano, todas hemos de pasar por lo mismo.
—No es la noche de bodas lo que más me preocupa —solté, molesta.
¡Por supuesto que me preocupaba! Pero no por el hecho en sí. El cuerpo solo era eso: un cuerpo. Ya sabía que dolía, mi madre se había encargado de dejármelo claro muchas veces. Estaba preparada para una primera vez, más que preparada, incluso dispuesta. Lo que jamás me hubiera imaginado es que mi primer coito iba a ser con el terrible Jedram… Eso cambiaba las cosas. Ni en mis peores pesadillas. Era esa «primera vez» con alguien como él, pero también el tener que convivir con ese monstruo, tener que ser su esposa, tener que dormir con él, verme obligada a acceder a sus peticiones, tener que darle descendencia… Y ni siquiera sabía cómo era, cuál era su aspecto, si era mayor o un viejo…
Una sensación de asco me dominó de repente. Sí, esto era una pesadilla. ¿Cómo había llegado hasta aquí? Era incapaz de asimilarlo…
La anciana se detuvo para observarme.
—¿No temes tu noche de bodas?
Alcé el mentón, intentando transmitirme a mí misma esa fuerza.
—Jedram puede hacerme su esposa, puede tomar mi cuerpo, pero yo jamás seré suya. El cuerpo es carne y hueso. El alma fluye libre.
La tal Mommy mantuvo la mirada en mí un instante y sonrió con la boca cerrada.
—Eres valiente —me alabó.
No, era tonta, que no es lo mismo.
Mommy reanudó sus pasos. La imité.
—¿Cómo es él? —quise saber.
Necesitaba estar preparada antes de enfrentarme a ese encuentro con Jedram. La anciana tardó algo en contestar; por supuesto no hizo falta que le dijera por quién preguntaba.
—¿Qué sabes de él? —inquirió ella.
—Que es sanguinario, sádico y cruel.
—Lo es —me ratificó sin más.
Genial. Tengo que reconocer que mi temor se expandió como un enjambre de abejas furioso, así que preferí guardar silencio y no hacer más preguntas.