Sol y Luna. Tamara Gutierrez Pardo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Tamara Gutierrez Pardo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494951954
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feliz.

      Por fin reaccionó.

      —Nala… —empezó a objetar al ver por dónde iban los tiros.

      Era la primera vez que me quedaba a solas con él desde que se había prometido con Soka, y no iba a desaprovecharla. Ya estaba harta de que todo me saliera mal.

      —Estoy enamorada de ti, Sephis —le confesé con un murmullo, a sabiendas de que él no quería oírlo.

      En esta ocasión Sephis se quedó petrificado. Sus ojos negros bailaron en los míos buscando respuestas, como si aún no se creyera lo que acababa de escuchar.

      —Estoy prometido con Soka —me recordó.

      —Pero no estás enamorado de ella —afirmé.

      Una vez más, Sephis se quedó en silencio, contemplándome con la confusión retenida en el rostro. Eso me dio unas alas que jamás pensé que pudiera tener.

      —Bésame —le pedí, repentinamente nerviosa.

      —¿Qué? —musitó él, extrañado por mi petición.

      —Nunca sabrás si estás enamorado de Soka si no besas a otra mujer.

      Sabía que estaba jugando sucio, pero eso no me echó para atrás. La idea de arrebatarle algo a Soka, de ganarle en algo, se apoderó de mí de un latigazo feroz. El latigazo fue más contundente por tratarse de Sephis.

      Él tenía que ser mío. Sephis enmudeció de nuevo. Me acerqué a él con ansias, quedándome en un frente a frente.

      —Bésame —le rogué ahora, clavándole una mirada seductora y decidida—. Bésame y sabrás si amas a Soka de verdad.

      Las pupilas de Sephis escudriñaron las mías un poco más, y de repente, su expresión cambió. El desconcierto fue barrido por la determinación y acercó su semblante hasta que se fundió con el mío.

      Sus labios eran suaves y tersos, y el beso fue dulce y contenido. Entonces, mi primer beso resurgió con contundencia de entre mis recuerdos. Había sido en este mismo sitio…

      —¿La has encontra…?

      La voz de Soka nos sobresaltó a los dos y nos despegamos de un respingo. El shock invadió el semblante de mi hermana, que palideció como si acabara de ver un fantasma. Una punzada de remordimiento me pinchó en el pecho, pero no me dejé llevar por la sensiblería. Por primera vez en toda mi vida le había ganado en algo, había logrado ir un paso por delante. Mi boca ya estaba empezando a dibujar una media sonrisa por mi victoria, pero cuando Soka dio media vuelta para perderse entre los árboles y Sephis se fue tras ella sin pensárselo dos veces, mi sensación de triunfo se vino abajo.

      —¡Soka! ¡Soka, espera! —le llamó él con inquietud mientras seguía sus pasos con rapidez.

      Le vi alejarse, desapareciendo entre la vegetación, al igual que había hecho Soka, y me quedé sola en la selva, saboreando esa extraña mezcla de victoria y fracaso.

      Sola, como siempre.

      La pira ceremonial ardía con más fuerza que nunca, amenazando al bajo sol del atardecer con sus prolongadas llamas. Parecían garras ondeando, estirándose, tratando de rasgar el mismísimo aire.

      La diosa Sol se erigía en el horizonte, naranja y brillante, y toda la tribu wakey sin excepción esperábamos en un completo silencio en lo alto del promontorio ceremonial. Lo habían creado los ancestros de nuestros ancestros para tal ocasión: una plataforma natural que se limpiaba escrupulosamente cada día para mantenerla desnuda de toda vegetación, que aquí crecía salvaje y desmesurada. Picua, el jefe de la tribu, sudoroso y en trance, y ataviado con su majestuosa corona de plumas, cantaba y danzaba en círculos alrededor de la hoguera, la cual se situaba justo en el centro del promontorio.

      Miré a mi alrededor, estudiando los semblantes de la gente, tal y como hacía cada año en la ceremonia. Todos estaban aterrados, incluso los guerreros más valientes de la tribu, tal era el dominio y el poder que Jedram ejercía sobre ellos. Sin embargo, por alguna razón, yo nunca tenía ni pizca de temor.

      No, era extraño, pero no sentía miedo, ni terror, ni pavor. Ni siquiera estaba nerviosa.

      En ese recorrido, mis pupilas se escaparon hacia Soka y Sephis. Había preferido mantenerme alejada de mi familia y de ellos, sobre todo de mi madre, a la cual no le hizo ni pizca de gracia mi colocación tan escondida. Mi hermana estaba seria, aunque guardaba la compostura como solo ella sabía hacerlo. Siempre serena y pulcra, sin una tacha. Sephis se hallaba a su lado, pensativo, aunque también imitando su gesto serio, pero su mano ya no se entrelazaba con la de Soka. Eso hizo que mi labio despuntara egoístamente hacia arriba.

      De repente me fijé en el cambio de expresión de ambos; y no solo en el suyo, sino en el de mis padres y el resto de la tribu. No me había dado cuenta, pero la gente estaba murmurando, contemplando el sol con horror, casi entrando en pánico. Cuando reparé en lo que estaba pasando, me quedé boquiabierta.

      Nunca había visto nada igual en las diecinueve ofrendas de mi vida a las que había asistido, y que yo supiera, jamás había sucedido algo así. Un arco negro comenzó a obstruir a nuestra diosa y el cielo empezó a oscurecerse. No me lo podía creer… La luna estaba intentando doblegar al sol… Era un eclipse. Un eclipse en mi cumpleaños… Un eclipse idéntico al de mi nacimiento. El eclipse que siempre había querido ver.

      De pronto se levantó un ligero aire que revoloteó bajo nuestros pies para después pasar a azotar nuestros cabellos. El fuego de la pira se bamboleaba a todas partes, arrojando chispas peligrosas. Mis mechones naranjas presumieron ante mí, ante la diosa Sol y el dios Luna, que la estaba tomando poco a poco. Me quedé absorta observando esa escena, incluso me deleité en ella. Todos gritaban y se giraban para que el viento no les abofeteara, y el jefe de la tribu rezaba más alto, pero yo no podía quitar mi maravillada vista de ese eclipse.

      Era precioso…

      El dios Luna consiguió acoplarse a la diosa Sol completamente, pasando a ser uno solo, y la oscuridad, suave y aterciopelada, se cernió sobre nosotros como un manto de seda. Me pareció impresionante…

      Un absoluto silencio pasó a envolvernos a todos, incluso la oscuridad pareció verse arropada por ese mutismo.

      Solo un ruido en lontananza me hizo apartar la vista de ese eclipse que se quedó estanco, como si el tiempo también se hubiera detenido. Incluso el viento había cesado inopinadamente.

      —¡Ya vienen! —gritó alguien.

      El pavor ascendió con rapidez entre el gentío. El jefe de la tribu oraba con desesperación, los ancianos se ofrecían con lágrimas en los ojos, los hombres arrastraban a la pieza elegida de su ganado y los padres agarraban con fuerza a sus hijos, suplicándole a la diosa Sol que los protegiera, aunque ninguno tuvo el valor de moverse del sitio.

      El temido momento había llegado. Jedram, el poderoso, voraz, cruel, sádico y terrible Jedram, había venido a recoger su sacrificio.

      No sé por qué lo hice, pero mi vista se escapó por autonomía propia. Observé a mis padres, sin embargo, Soka y yo intercambiamos unas miradas mucho más largas. Exhalé con consternación al ver su faz. No había ni una pizca de rencor en ella, ni una. Solo esa preocupación por mí que parecía perpetua en mi hermana. Por un instante, un inusitado sentimiento de inquietud y arrepentimiento se apoderó de mí, aguijoneando mi corazón, sin embargo, otro de furia lo sustituyó y me dominó seguidamente. ¿Por qué no era capaz de odiarme ni un poco? Era tan sumamente, tan asquerosamente buena…

      No me dio tiempo a maldecir más.

      Las dos figuras fantasmagóricas aparecieron de entre la espesa vegetación de la selva de una forma inopinada y brusca, veloces y apocalípticas cual tormenta. Como era habitual, montaban a caballo, y estos también iban vestidos con unos mantones de color plateado que les cubría hasta la cara. Al igual que ocurría con sus dueños, la tela emitía un brillo especial. A pesar de lo oscuro del tejido,