Sol y Luna. Tamara Gutierrez Pardo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Tamara Gutierrez Pardo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494951954
Скачать книгу
lejos en cualquier momento. Sin embargo, el paisaje continuaba siendo salvaje e inhabitado. La selva hacía días que había pasado a ser un desierto; y el desierto había pasado a ser un frondoso bosque. Los caballos se abrieron paso entre esa espesa floresta tan rara para mí, hasta que salieron a un amplio claro.

      Ya llevaba varios minutos escuchando el estrepitoso y sonoro ruido de las aguas, en la lejanía, pero no pude evitar asombrarme al descubrir la espectacular cascada que se precipitaba en el lago. El líquido, cristalino y puro, fresco y reluciente, caía en picado desde lo alto de la montaña. Una gigantesca melena blanca, con sus rizos espumosos, se erigía imponente e impresionante. Jamás había visto cosa semejante.

      Creía que íbamos a circunvalar el lago, pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que nos metíamos en él. La sorpresa pasó a ser mayor, descomunal, al ver que las aguas se abrían a nuestro paso, sin que nos tocara ni una sola gota. ¿Qué… era esto? Con los ojos aún abiertos de par en par, vi que nos dirigíamos a la cascada… Esta vez sí nos mojamos. Una neblina grisácea, tejida con millones de punzantes gotas y chorros, nos engulló debido a la potencia con la que el agua de la catarata se insertaba en el lago. Mi vista huyó hacia arriba, viendo cómo esa melena colosal se iba a desplomar sobre nosotros, peligrosa y amenazante… Prácticamente no podía ver, tuve que cubrirme la cara con el brazo, pero, una vez más, me quedé en estado catatónico. Tan pronto como alcanzamos la parte final, la cascada se abrió en dos, como si fuera una cortina, y pudimos traspasarla sin problemas.

      Exhalé sonoramente, volviendo la cara hacia atrás para ratificar que no había sido un sueño. Solamente pude ver que la cortina se recolocaba en su sitio.

      Nos adentramos en una cueva oscura donde el sonido de la cascada volvió a recobrar su protagonismo. Sus notas se fueron apagando conforme avanzábamos, y terminaron siendo sustituidas por la monotonía de algún acuífero.

      Vi una luz al fondo de la caverna y las paredes se fueron haciendo más visibles. Eran de un gris blanquecino, marmóreas. Varios dibujos de la luna en sus diferentes fases nos acompañaron en ese final de trayecto. El primer enviado sacó un cuerno y lo hizo sonar para anunciar nuestra llegada. Una, dos, tres veces. Y, entonces, la tribu tika se abrió ante mí.

      Jadeé de la impresión, cuando salimos de ese túnel.

      La caverna pasó a ser un espacio amplísimo, donde el cielo se dejaba ver muy en lo alto. Un clamor general estalló en mis oídos, así como la panorámica que se abrió ante mis perplejas pupilas. Las abruptas y extensas paredes de la propia gruta, y unas caprichosas estructuras pétreas que se distribuían de un modo informal, aunque ordenado en la parte central, todo en mármol, se alzaban majestuosamente, por todas partes, altas y fuertes. Ni un tornado podría mover eso. Un sinfín de pequeñas cuevas asomaban en esos paramentos y estructuras, y la tenue luz que se escapaba de ellas enseguida me indicó que eran hogares.

      Los gritos y vítores de la gente congregada tomaron toda mi atención. Una extraña pero alegre música invadió la caverna cuando varios tika empezaron a hacer sonar unos instrumentos que jamás había visto. Se trataba de una especie de flauta con una bolsa grande que iban hinchando conforme tocaban, y varios tubos más que no tenía ni idea de para qué servían; nosotros también usábamos flautas, pero estas eran muy diferentes. Sonaban raras, aunque su música era armónica, bonita y realmente hipnotizante.

      Su estética también era muy distinta a la nuestra. El cuero y las pieles, en las que entraban varias tonalidades, eran las telas predominantes en ese atuendo que constaba de camisa, con mallas y cinturones, pantalón y botas. Incluso las mujeres llevaban pantalones debajo de sus vestidos. Los hombres, al igual que las hembras, llevaban el pelo largo, y lucían espesas barbas. Unas más cortas, otras más prolongadas… Sus cabellos, sueltos o amarrados de diversas maneras, iban desde el castaño oscuro, pasando por el castaño claro o dorado, hasta llegar a un pelirrojo apagado. Sí, había pelirrojos, pero ni siquiera aquí existía alguien con el intenso color de mi pelo.

      El jinete que me había llevado a mí durante todo el viaje retiró su capucha hacia atrás y la gente aumentó su clamor. Para mi estupor, comprobé que era un hombre de carne y hueso. Las extrañas flautas intensificaron su sonido, ceremonioso, pero él no se inmutó lo más mínimo. Su cabello negro se ataba en la parte superior de la cabeza, dejando suelta una melena que se perdía por dentro de la capa con suaves ondas. Lo poco que giró su semblante para observar el bullicio me permitió ver que también lucía una corta y arreglada barba.

      El otro enviado hizo lo mismo que el primero y se descubrió ante todos, aunque no recibió el mismo furor. Su pelo era dorado, semejante a su más que tupida y larga barba, y lo llevaba amarrado en una coleta baja.

      Me percaté de que el populacho me observaba a mí con curiosidad y cierto asombro. Seguramente ya sabía que yo era la elegida para casarse con el sádico y cruel de su jefe. El terrorífico Jedram… Me estremecí para mal al recordarlo, al evocar las terribles historias que se contaban de él, al imaginarme su monstruoso semblante sobre mí, su escalofriante maldad… Rechiné los dientes con una mezcla de angustia y rabia. A las mujeres de mi tribu se nos educaba para ser sumisas y dóciles, para servir a nuestros maridos… Pero por más que lo intentaba, yo no era así, ni siquiera lo hubiera sido con Sephis. Y pensar en que tenía que esforzarme en ser ese tipo de mujer con alguien como Jedram… Tragué saliva para aplacar ese estúpido nudo que se quiso instalar en mi garganta. No, no podía, no quería hacer esto, sin embargo… Mi tribu moriría si yo no accedía.

      Avanzamos sin dificultad, pues la gente se iba apartando en tanto el caballo andaba. Cuando llegamos a una plataforma despejada de forma circular, nos detuvimos. Las piedras, jugando con tonalidades rojizas, habían sido colocadas para formar el dibujo de un sol y una luna. Pero no fue lo que más captó mi atención. Un enorme y milenario árbol de hojas rojizas y marrones, de una especie desconocida para mí, se erigía justo en el centro de esa plataforma, en esa cueva. Era como ver vida dentro de la muerte. Los rayos del sol que entraban por el boquete de la caverna se concentraban en él, iluminándole de una manera especial, sagrada y mágica. El jinete que me llevaba se apeó sin dificultad alguna, pero yo sospechaba que mis piernas y mi espalda no lo iban a tener tan fácil.

      El enviado moreno anduvo hacia el grupo de mujeres que esperaban en la plataforma.

      —Preparadla. La ceremonia será esta misma noche —ordenó, dirigiéndose a una de ellas.

      ¿Ya? ¿Esta… noche? No, no estaba… preparada.

      —Necesito descansar —protesté.

      Pero el enviado continuó su andadura, sin siquiera mirar atrás, dejándome con una exhalación nerviosa en la boca. El otro jinete siguió sus pasos después de que sus ojos azules me echaran un vistazo, y todo el mundo reanudó lo que hubiera estado haciendo, volviendo a su rutina como si nada.

      Una de las mujeres se acercó a mí. A pesar de ser una mujer de avanzada edad, acató la orden del enviado moreno sin rechistar. Esos dos debían de ser importantes aquí.

      —Ven, te daremos un buen baño —me dijo con un tono amable, tendiéndome su mano.

      Sus ojos azules estaban tan blanquecinos como su cabello y envueltos por un montón de patas de gallo, debido al irreparable paso del tiempo, sin embargo, eran dulces y tiernos.

      Aun así, le respondí con rabia y rebeldía.

      —No pienso darme ningún baño. No pienso adecentarme para Jedram. Si quiere casarse conmigo, que sea así.

      Al contrario de lo que me esperaba, la vieja rio entre dientes.

      —Jedram se casaría contigo así igualmente —aseguró. Tensé la mandíbula—. Lo digo por tu bienestar. Querrás asearte después de tantos días de viaje, ¿verdad?

      —Eres amable conmigo solo porque me voy a casar con vuestro jefe, pero a mí no me engañas. No voy a ponerme guapa para ese… monstruo.

      Una de las mujeres, una chica de mi edad de cabello y ojos marrones, se aproximó como una exhalación.

      —Deja, Mommy. La chica wakey es demasiado terca y orgullosa como