Sol y Luna. Tamara Gutierrez Pardo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Tamara Gutierrez Pardo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494951954
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lluvia amenizaba el ambiente.

      Cogí un palo del suelo y comencé a caminar dando saltitos, atizando a todos los charcos con los que me topaba. La lluvia no tardó en empapar mi cabello anaranjado. Las ondas de mis rizos pronto pasaron a alisarse, alargando su longitud hasta la cintura. Sonreí al verme con el pelo liso y tan largo. Lo tenía tan largo como Soka, aunque jamás igualaría el precioso color azabache de su cabellera.

      Bailoteé, jugando a que tenía el pelo de Soka, y tras un largo rato de entretenimiento llegué al puesto de papá. Hoy le tocaba vigilar la entrada del poblado para que no entrara ningún noqui.

      Subí la escalerilla y me interné en ese chamizo de mala muerte.

      —Hola, papá —saludé, tirándome en una de las dos viejas sillas, la cual se quejó con un crujido.

      —¿Qué haces aquí? —me regañó—. Deberías irte a casa con tu madre y tu hermana, estar aquí podría ser peligroso.

      —No va a venir ningún noqui —aseguré tranquila, balanceando mis piernas hacia delante y atrás mientras golpeaba la pata del asiento con el palo.

      —¿Ah, no? —se sorprendió mi padre, alzando una ceja crítica y burlona al mismo tiempo—. ¿Y cómo lo sabes?

      —Porque estos meses tienen abundancia de comida —afirmé con tedio por tener que explicar algo tan obvio—. Nunca atacan cuando tienen comida de sobra.

      —Es cierto —asintió, dándome la razón—. Sin embargo, ahora están en plena época de celo, y eso les vuelve inquietos e impredecibles. Nunca se sabe lo que van a hacer cuando están en celo.

      Arrugué el ceño. No entendía muy bien en qué consistía eso del “celo”, y mucho menos por qué según mi padre les volvía tan irascibles.

      —Vuelve a casa y ayuda a tu madre —me ordenó, regresando la atención al horizonte que tanto vigilaba.

      —¿Por qué todos os empeñáis en que me meta en casa como una vieja? —bufé.

      —Porque pronto serás una mujer.

      —Yo no seré una mujer nunca —farfullé, mirando a un lado con mala cara.

      Mi padre escupió una risotada. No sé por qué, pero siempre le hacía gracia lo que yo soltaba.

      —Ya es un poco tarde para eso, ¿no te parece?

      Le observé enfurruñada.

      —¿Por qué lo dices? —pregunté sin entender.

      Papá se acercó a mí y se agachó para tenerme enfrente.

      —Porque ya estás empezando a serlo. —Sonrió, señalando los dos pequeños bultos que se marcaban en la tela de mi vestido. Arrugué el entrecejo y la boca—. No te queda mucho tiempo como niña. Solo tienes que fijarte en Soka. Solamente te saca un año, pero ya es casi una mujercita.

      Volví a virar la cara, molesta.

      —Yo nunca seré como Soka —me negué.

      —Claro que no —me calmó papá, haciéndome sesgar el semblante en su dirección con dulzura—. Tú eres distinta, eres especial. —No pude evitar sonreír. Mi padre prosiguió—. Cuando menos te lo esperes, serás una mujercita preciosa. Un día, por fin sangrarás, convirtiéndote en una mujer, y cuando menos te lo esperes un chico del poblado te dará tu primer beso.

      Lo de sangrar era asqueroso, pero lo último… Ugh, qué asco. Eso nunca.

      —Los chicos del poblado no se fijan en mí. No les gusta mi pelo —refuté con satisfacción.

      —Eso es porque son tontos.

      Mi sonrisa se amplió.

      —Sí, son muy tontos —coincidí.

      Los dos reímos.

      Papá me dio un beso en la mejilla.

      —Ya está anocheciendo. La luna ya ha sido liberada, ve a casa antes de que brille —me dijo con un poso de advertencia.

      Aunque lloviera, el influjo de la luna tenía tanto poder que se abría paso entre las nubes para apresarlo todo con su luz nívea y refulgente. El foco era tan potente, que conseguía agujerearlas conforme avanzaba en el cielo.

      Asentí y él regresó a su vigilancia. Me levanté de un salto y me dirigí a la salida.

      —Hasta luego —me despedí.

      —Hasta luego, hija.

      Inicié mi camino hacia casa, jugando con el palo de nuevo. Golpeé una piedra con demasiada fuerza y la vara se rompió.

      —Vaya —resoplé.

      Mi vista enseguida se fijó en los árboles que perfilaban el sendero, buscando otra ramita que me sirviera de juego. Hallé una que podía servirme, así que tiré el palo seco que sostenían mis manos y me aproximé al árbol en cuestión. Me costó un poco, pero finalmente fui capaz de arrancar la verde ramita que sobresalía con gracia.

      Entonces, escuché otro crujido que sucedió al mío. Un crujido de lo más extraño.

      ¿Un noqui?

      Me quedé tiesa, alerta, con el corazón latiéndome muy deprisa. Como me topase con un noqui, me las iba a cargar…

      Pero no ocurrió nada. La intensa lluvia continuó con su rutina como si nada, y yo al fin pude relajarme.

      Menos mal.

      Proseguí la andadura, jugando con mi nueva rama. Tenía algunas hojas que arrastré por los charcos. A pesar de la intensa lluvia que me caía encima, las moví en círculos, recreándome en las ondas que se creaban gracias a ese efecto. De pronto, esas mismas hojas se toparon con una zarpa peluda. Me paré de sopetón y, ahora sí, mis latidos se transformaron en algo frenético.

      Alcé mi pálido rostro y vi al noqui delante de mí. Me sacaba medio cuerpo, aunque no le importó agachar su monstruosa cabeza para mirarme cara a cara. Sus colmillos ya sobresalían de su boca con ella cerrada, pero cuando la abrió y vi su envergadura, mi organismo se congeló. Me rugió con cólera, haciendo que su corcova y toda su extensa columna vertebral temblasen.

      Abalanzó sus fauces contra mí, y de repente, logré reaccionar.

      Su mandíbula chasqueó junto a mi tobillo cuando me tiré a un lado. Proferí un grito al ver que el noqui se arrojaba a por mí una vez más sin perder ni un segundo. No sé cómo, conseguí ponerme en pie antes de que eso ocurriera y eché a correr.

      Atravesé los primeros árboles de la selva y me interné todo lo aprisa que pude, rezando a los dioses para que los troncos y la espesa vegetación sirvieran de impedimento a los movimientos de esa bestia. Mis piernas ya no daban abasto, apenas era capaz de dominarlas a esa velocidad. Pero no podía parar. El noqui gozaba de seis patas, seis poderosas y fuertes patas, raudas y veloces, así que sabía que me alcanzaría si vacilaba solo un instante.

      Escuché sus pisadas y su respiración feroz justo detrás de mí. Lo tenía muy cerca, demasiado… Y mis piernas ya no daban a más… Miré a mis espaldas, y mis ojos se abrieron como platos.

      El noqui salió despedido súbitamente, como si fuera arrancado de la mismísima espesura, y desapareció ante mis pupilas cuando fue lanzado a varios kilómetros por encima del techo arbóreo. Una vez más, me detuve en seco, observando eso tan extraño que acababa de pasar con sorpresa mientras respiraba con apresuramiento.

      ¿Qué… había ocurrido?

      Otro crujido llamó mi atención a un lado. Mi pulso no tuvo la oportunidad de relajarse. Sin que me hubiera percatado, el manto oscuro de la noche ya se había cernido sobre la selva, y la densa lluvia aportaba una neblina que se mecía a la luz de la luna.

      La luna. Papá me lo había advertido y yo no me había dado cuenta. Hoy la luna estaba llena. Eso significaba que todo estaba bajo el influjo del dios Luna. El temido