Rey Mono. Wu Ch'êng-ên. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Wu Ch'êng-ên
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786079889869
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cuatro generales y las huestes de monos. Al verlo aullaron tres veces y se rieron, jijijí, jojojó, tres veces.

      —¿Por qué aullaron tres veces y se rieron tres veces cuando me vieron? —preguntó Mono.

      —Aullamos porque el ogro de un cuerno y los setenta y dos reyes fueron derrotados y capturados y porque nuestras vidas estuvieron en peligro. Nos reímos alegres porque regresaste victorioso e ileso.

      —Siempre hay derrota en la victoria y victoria en la derrota —dijo Mono—. Como dice el viejo dicho: “Matar a diez mil cuesta tres mil”. En este caso los caciques capturados eran tigres, leopardos, lobos y otros por el estilo. A ninguno de nosotros se lo llevaron o lo hirieron, así que no hay nada de que preocuparse. Gracias al arte de la autodivisión los hice huir, pero es seguro que acamparon al pie de la montaña. Debemos mantener la más rigurosa guardia y dosificar nuestras fuerzas. Mañana me verán usar mi magia más potente contra esas divinidades y vengar a los capturados.

      Luego los cuatro generales y los monos bebieron una o dos tazas de vino de dátil y se fueron tranquilamente a dormir.

      Tras la retirada de los reyes de las cuatro direcciones, todos los guerreros celestiales hablaron de sus hazañas. Algunos habían capturado tigres y leopardos; otros, venados, lobos y zorros. Pero ninguno pudo alardear de haber tomado preso a un mono. Sí habían instalado un campamento, como pronosticó Mono, y lo rodearon de una gran empalizada. Ahí se recompensó a los meritorios y a las tropas que acordonaron las cuevas se les ordenó dar aviso con una campana o gritar y estar listos para la gran batalla que tendría lugar al romper el alba.

      En el siguiente capítulo sabrás cómo les fue una vez que amaneció.

      VI

      LA HISTORIA DEL REY MONO

      ENTONCES EL GRAN SABIO descansó tranquilo con las huestes celestiales rodeándolo. Mientras tanto, la gran compasiva bodhisattva Kuan-yin había acudido a la fiesta por invitación de la Reina del Cielo. Llevó consigo a su principal discípulo, Hui-yen, y al llegar les asombró encontrar las salas de banquetes completamente desoladas y en desorden. Los sillones estaban rotos o hechos a un lado,y aunque había unos pocos inmortales, no habían hecho el intento de tomar sus lugares, sino que estaban de pie, dispersos en grupos bulliciosos, protestando y discutiendo. Después de saludar a la bodhisattva le contaron toda la historia de lo que había pasado.

      —Si no hay banquete ni bebidas, mejor vengan todos conmigo a ver al Emperador de Jade —dijo.

      En el camino se cruzaron con el Inmortal Patirrojo y otros, quienes les dijeron que se había enviado a un ejército celestial para detener al culpable, pero aún no había regresado.

      —Me gustaría ver al emperador —dijo Kuan-yin—. Debo pedirte que anuncies mi llegada.

      Lao Tsé estaba con el emperador, y la Reina del Cielo permanecía de guardia detrás del trono.

      —¿Qué pasó con el banquete de duraznos? —preguntó Kuan-yin después de concluir el intercambio de los saludos habituales.

      —Siempre ha sido muy divertido, año tras año —dijo el emperador—. Es muy decepcionante que este año todo lo haya alterado ese terrible simio. Mandé a cien mil soldados para cercarlo, pero ha pasado todo el día sin que reciba noticias y no sé si lo habrán logrado.

      —Creo que deberías bajar rápidamente a la montaña de Flores y Fruta —le dijo la bodhisattva a su discípulo, Hui-yen— para investigar cómo está la situación militar. Si hay hostilidades en curso, puedes echar una mano. En todo caso, dinos exactamente cómo van las cosas.

      Cuando llegó, encontró un cordón militar con muchos soldados y centinelas que vigilaban todas las salidas. La montaña estaba completamente rodeada y escapar habría sido imposible. Apenas amanecía cuando Hui-yen, que era el segundo hijo de Vaiśravana y ostentaba el título de príncipe Moksha antes de su conversión, fue conducido a la tienda de su padre.

      —¿De dónde vienes, hijo mío? —preguntó Vaiśravana.

      —Me enviaron para ver cómo están las cosas.

      —Ayer acampamos aquí —dijo Vaiśravana— y mandé a los nueve planetas como contendientes, pero no pudieron resistir la magia de este bribón y volvieron desconcertados. Luego encabecé un ejército yo mismo y él reunió a sus seguidores. Éramos aproximadamente cien mil hombres y peleamos con él hasta el anochecer, cuando él usó un método mágico para automultiplicarse y tuvimos que batirnos en retirada. Al revisar nuestro botín de guerra, descubrimos que habíamos capturado cierta cantidad de tigres, lobos, leopardos y otros animales, pero ni un solo mono. El día de hoy no empezó la pelea.

      Mientras hablaban, un mensajero entró corriendo y anunció que estaban afuera el Gran Sabio y su hueste de monos dando sus gritos de guerra. Los reyes de las cuatro direcciones, Vaiśravana y su hijo Natha acababan de acordar salir a recibirlo cuando Hui-yen dijo:

      —Padre, me mandó la bodhisattva a obtener información, pero dijo que si había hostilidades en curso debía yo echar una mano. Confieso que me gustaría ir a darle un vistazo al Gran Sabio.

      —Hijo mío —dijo Vaiśravana—, es imposible que hayas estudiado tantos años con la bodhisattva sin aprender alguna forma de magia. No olvides ponerla en práctica.

      ¡Querido príncipe! Preparando su capa bordada y blandiendo su garrote de hierro con las dos manos, acudió presuroso a la entrada del campamento gritando a voz en cuello:

      —¿Quién de ustedes es el Gran Sabio Igual a los Cielos?

      Mono levantó su bastón de los deseos y respondió:

      —Soy yo. ¿Y quién eres tú, que irreflexivamente te atreves a preguntar por mí?

      —Soy el segundo hijo de Vaiśravana, Moksha —respondió Hui-yen—. Ahora soy discípulo y defensor de la bodhisattva Kuan-yin, y me pongo frente a su trono. Mi nombre en la religión es Hui-yen.

      —¿Entonces qué haces aquí? —preguntó Mono.

      —Me enviaron por noticias de la batalla y, como les estás dando tantos problemas, vine en persona a detenerte.

      —¿Cómo te atreves a fanfarronear así? —dijo Mono—. Mantente firme y toma una probadita del garrote de este viejo mono.

      Moksha no se espantó y avanzó blandiendo su garrote de hierro. Los dos estaban de pie, frente a frente, al pie de la montaña, afuera de la verja del campamento. Fue una gran pelea. Tuvieron cincuenta o sesenta embestidas, hasta que Hui-yen tuvo los brazos y los hombros todos adoloridos y, sin poder resistir más, huyó del campo de batalla. También Mono retiró a sus tropas y les pidió que descansaran afuera de la cueva.

      Moksha, aún jadeando, se acercó tambaleante al campamento de su padre.

      —Es absolutamente cierto —dijo—. ¡En verdad ese Gran Sabio es el más formidable de los magos! No pude hacer nada con él y tuve que volver, dejándolo en posesión del campo.

      Vaiśravana estaba asombradísimo. No se le ocurrió más remedio que escribir una solicitud para que llegara más ayuda. Le encomendó esto al demonio-rey Mahābāli y a su hijo Moksha, que enseguida atravesaron el cordón militar y se elevaron al cielo.

      —¿Qué tal les va allá abajo? —preguntó Kuan-yin.

      —Mi padre me dijo que en la batalla del primer día capturaron a una serie de tigres, leopardos, lobos y otros animales, pero ni un solo mono —dijo Hui-yen—. Poco después de mi llegada, la batalla se reanudó y el Gran Sabio y yo nos embestimos cincuenta o sesenta veces, pero no le gané y me vi obligado a retirarme al campamento. Entonces mi padre nos mandó al demonio-rey Mahābāli y a mí a pedir ayuda.

      La bodhisattva Kuan-yin inclinó la cabeza y reflexionó.

      Cuando