Rey Mono. Wu Ch'êng-ên. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Wu Ch'êng-ên
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786079889869
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bienvenida y le llevaron un gran tazón de piedra lleno de vino de dátil. Tras darle un trago, torció el gesto y dijo:

      —¡Qué cosa más horrible! No puedo beberlo.

      Dos de sus generales se presentaron al momento.

      —¡Gran Sabio! —dijeron—, sin duda en el palacio del cielo has estado bebiendo el vino de los inmortales y por esa razón ya no toleras este vino de dátil. Pero dice el proverbio: “No hay mejor agua que el agua de nuestra tierra”.

      —Y prosigue: “No hay gente como nuestra propia gente” —dijo Mono—. Cuando me divertía en el estanque de Jade Verde vi una botella tras otra de jugo de jade y extracto de rubí, como nunca en su vida han probado. Regresaré para robar un poco para ustedes. Media taza para cada uno y así nunca envejecerán.

      Los monos estaban encantados y el sabio salió a la puerta de la cueva, dio una voltereta, se hizo invisible y regresó al cielo. Encontró a los fabricantes de vino, a los que llevaban el sedimento y el agua y a los que encendían el fuego; todos aún roncaban ruidosamente. Tomó un par de grandes botellas, una debajo de cada brazo, y dos más, una en cada mano; fue a su nube y regresó. Había gran cantidad de monos reunidos y a cada uno le tocó una taza o dos. Todos estaban exultantes.

      Mientras tanto, las siete hadas doncellas siguieron encantadas un día entero. Cuando al fin pudieron moverse, recogieron sus canastas de flores y regresaron con la Reina del Cielo a decirle que el Gran Sabio Igual a los Cielos las había retenido con su magia y por eso llegaban tan tarde.

      —¿Cuántos duraznos recogieron? —preguntó.

      —Tenemos dos canastas de duraznos pequeños y tres de duraznos medianos. Pero cuando volvimos al fondo del jardín descubrimos que la mitad de los duraznos grandes había desaparecido. Parece que el Gran Sabio se los comió. Mientras lo buscaban, de repente apareció entre nosotras, armó una escena horrible y preguntó quiénes estaban invitados al banquete. Le hablamos de las disposiciones habituales para esos festines y fue entonces cuando nos hechizó y se fue, no sabemos a dónde. Apenas hace un rato conseguimos romper el hechizo y regresar.

      La Reina del Cielo fue en el acto con el Emperador de Jade y, mientras le contaba lo sucedido, una multitud de fabricantes de vino y otros funcionarios celestiales entraron en tropel para anunciar que alguien había estropeado los arreglos para el banquete, se había robado el vino y dado cuenta de las exquisiteces. En ese momento se anunció al Supremo Patriarca del Tao. El emperador y su consorte salieron a recibirlo.

      —Lamento tener que informarles a sus majestades —dijo Lao Tsé— que alguien me robó el elíxir que preparaba para el siguiente banquete de cinabrio.

      Se presentó entonces un miembro del séquito celestial de Mono e informó que el Gran Sabio había desaparecido desde el día anterior y nadie sabía qué había sido de él. Se confirmaron así las sospechas del Emperador de Jade. En ese instante el Inmortal Patirrojo apareció ante el trono.

      —Iba yo camino al banquete, en respuesta a la invitación de su majestad, cuando encontré al Gran Sabio Igual a los Cielos, quien me dijo que se le había pedido informar a todos los invitados que primero debían ir al salón de la Luz Penetrante a ensayar las ceremonias del banquete. Hice lo que él dijo, pero cuando llegué ahí no vi ninguna señal de que sus majestades hubieran llegado y pensé que sería mejor venir enseguida a la corte.

      El Emperador de Jade estaba más indignado y estupefacto que nunca.

      —¡Así que el muy bribón falsifica las órdenes imperiales y engaña a mis ministros! —exclamó—. Díganle al detective celestial que le sigan la pista de inmediato.

      Después de una investigación exhaustiva, el detective informó que los disturbios del cielo habían sido causados por el Gran Sabio.

      Entonces el Emperador de Jade ordenó a los reyes de las cuatro direcciones, a Vaiśravana y su hijo que reunieran a las veintiocho mansiones lunares, los nueve planetas, las doce horas y todas las estrellas, además de cien mil soldados celestiales, y que acordonaran la montaña de Flores y Fruta para que Mono no tuviera escapatoria.

      Cuando eso se hubo hecho, se convocó a los planetas para que ellos le comunicaran el desafío. Mono y sus generales estaban bebiendo vino celestial, y cuando se le informó que los planetas estaban en la puerta se negó a tomarse la molestia. Citó:

      Si hoy tienes vino, embriágate hoy;

      no hagas caso de lo que esté en la puerta, sea bueno o malo.

      En ese momento un diablillo llegó disparado a decir que esas nueve fieras deidades estaban rabiando en la puerta, lanzando gritos de guerra. Mono nada más se rio.

      —No les hagan caso —dijo.

      La poesía y el vino bastan para alegrar este día;

      las grandes acciones deben aguardar su turno: la gloria puede

      [darse el lujo de esperar.

      Pero mientras él hablaba otro diablillo entró a toda prisa.

      —¡Padre! —gritó—. Esas nueve fieras deidades ya rompieron la puerta y están avanzando para atacar.

      —¿Qué no tienen modales esos sinvergüenzas? —gritó Mono—. Yo nunca me he entrometido en sus asuntos. ¿Por qué tienen que venir aquí a acosarme?

      Y ordenó al ogro de un cuerno que condujera a los reyes de las setenta y dos cuevas a la batalla, mientras que él y sus cuatro generales irían en la retaguardia. El ogro y sus vasallos no pudieron avanzar más allá del puente de Hierro. Ahí los planetas les obstaculizaron el camino.

      —¡Abran paso! —gritó Mono, y caminó entre ellos a grandes zancadas blandiendo su garrote.

      Los planetas no se le opusieron y se batieron en retirada. Tras volver a formar filas un poco más allá, su líder gritó:

      —¡Mozo insensato! ¿Hay algún crimen que no hayas cometido? Robaste duraznos y robaste vino, afectaste el gran banquete, sustrajiste el elíxir de Lao Tsé y luego te llevaste más vino para tu propio banquete. Has acumulado un pecado tras otro. ¿No te das cuenta de lo que has hecho?

      —Cierto, todo muy cierto —dijo Mono—. ¿Y qué van a hacer al respecto?

      —Nos mandó el Emperador de Jade a recibir tu sumisión. Si te rindes de inmediato, serás perdonado; si no, patearemos el suelo de tu montaña hasta que quede plana y despedazaremos tu cueva.

      —¿Y de dónde sacarán la fuerza para hacer eso? —preguntó Mono—. ¿Cómo se atreven a decir esos disparates? No se muevan y prepárense para recibir el garrote de este viejo mono.

      Los planetas se abalanzaron sobre Mono, pero no se asustó en lo más mínimo. Blandió su garrote, rechazó unos golpes por aquí, dio unas estocadas por allá, hasta que los planetas quedaron exhaustos y uno por uno se escabulleron arrastrando sus armas para refugiarse en sus tiendas de campaña.

      —Ese Rey Mono sí que es un luchador valiente —le dijeron a Vaiśravana—. No pudimos vencerlo y tuvimos que rendirnos en la pelea.

      Entonces se ordenó a los reyes de las cuatro direcciones y a las veintiocho mansiones lunares que avanzaran. Pero Mono no temblaba y les pidió al ogro de un cuerno, a los reyes de las setenta y dos cuevas y a sus cuatro valientes generales que tomaran sus posiciones afuera de la cueva.

      El combate empezó al amanecer y duró hasta que el sol se ocultó tras las colinas del oeste. Al ogro de un cuerno y a todos los reyes de las setenta y dos cuevas los capturaron y se los llevaron. Sólo los cuatro generales y los monos escaparon y se escondieron en los lejanos recovecos de la cueva. Pero Mono, completamente solo, garrote en mano, contuvo a los reyes de las cuatro direcciones, a Vaiśravana y a Natha, enfrentándolos entre la Tierra y el cielo. Al final, al ver que se acercaba la noche, se arrancó un puñado de pelos, se los echó en la boca, los masticó hasta reducirlos de tamaño, los escupió y gritó:

      —¡Cambien! —con lo que se transformaron en miles de monos