Shakey. Jimmy McDonough. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jimmy McDonough
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9788418282195
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Dee (alias Ray Delatinsky —«nadie era capaz de pronunciar Delatinsky en antena»—) era un disc-jockey ruso-ucraniano de diecinueve años que trabajaba en la emisora CJLX por ciento ochenta y cinco dólares al mes cuando entró en el Fourth Dimension y se fijó por primera vez en Neil Young y los Squires.

      «Había un grupo en el escenario, tres tíos aporreando los instrumentos», recuerda Dee. «Neil medía poco menos que tres metros, era todo piernas y cuello, parecía Ichabod Crane. Ya entonces hacía cosas con la guitarra que me parecieron diferentes; no se limitaba a rascar las cuerdas, a veces le daba guantazos a la guitarra, es la única manera que se me ocurre de describirlo. Arremetía contra aquel puñetero cacharro como diciendo: “Hijo de puta, te voy a ganar, voy a acabar contigo”. Cuando Neil salió de Winnipeg, se trajo consigo a Thunder Bay un sonido diferente que nadie había escuchado ni vislumbrado hasta entonces; enseguida pensé: “Esto es interesante”.» El resto del grupo no causó tan buena impresión al irritable disc-jockey. «El batería de los huevos me ponía nervioso, siempre demasiado ocupado repasando a las tías, así que me decía para mis adentros: “Si nos deshacemos del batería, puede que aún haya esperanza”.»

      «Neil iba a triunfar, lloviera o cayeran chuzos de punta. Eso fue lo primero que me llamó la atención de este tío: el hecho de que tuviera un objetivo.» Ray Dee se convirtió en el principal contacto de los Squires en Fort William; se encargó de producir su siguiente disco, además de conseguirles actuaciones. Por ciento veinte pavos, tenías a los Squires con el aliciente de su disc-jockey/mánager. «Íbamos a North Shore a tocar en algún colegio y volvíamos convencidos de que éramos los Rolling Stones», recuerda Dee. «Nunca se me olvidará lo que era recorrer más de trescientos kilómetros hasta llegar al bolo en aquel estúpido coche fúnebre; yo iba tumbado en la parte trasera con un bajo enorme a un lado y Ken Koblun al otro, estirado junto a mí como si fuera un muerto, porque no te podías sentar.»

      Nada más llegar a la ciudad, los Squires consiguieron un bolo, que les reportaría trescientos veinticinco dólares por tocar cinco días en el Flamingo Club. La banda tuvo tanto éxito que Scott Shields —el propietario de aquel club venido a menos, un tipo que fumaba puros y llevaba una pata de palo— les pidió que volvieran al instante. «¡Menudo antro!», recuerda Edmunsen. «Era la primera vez que tocábamos en un bar donde se servía alcohol. Éramos menores de edad; de repente empezaron a llegar mogollón de titis, peluqueras, mogollón de tías… Yo triunfé muchísimo, porque había mucha mercancía. A Neil aquello no le interesaba demasiado.»

      Lo único que le interesaba a Neil era la música, y cuando los Squires no actuaban, se dedicaban a ensayar en sus raídas habitaciones de hotel. Edmunsen comentaba que, para entonces, los temas instrumentales ya habían quedado reducidos a poco más de una tercera parte del repertorio, y recuerda que Neil estaba particularmente obsesionado con las armonías vocales. Kenny y Bill utilizaban dos micros conectados a un ampli Fender Tremolux para hacer los coros y, según Edmunsen, las voces nunca sonaban lo suficientemente bien.

      «Es duro trabajar con Neil», decía. «Si te equivocabas durante el concierto, te fulminaba con la mirada. Era capaz de herir tus sentimientos, de partirte los putos huesos si hacía falta, y luego se daba la vuelta para irse y te soltaba: “Lo siento”.» La determinación de Neil no dejaba indiferente a nadie. «Es uno de los tíos más trabajadores que he conocido», comentaba Edmunsen con admiración. «Es como un tanque; imparable.»

      Tras regresar brevemente a Winnipeg para hacerse con los carnés del sindicato, que necesitaban urgentemente, la banda volvió a Fort William para otras dos semanas de conciertos en el Flamingo, que comenzaron el 2 de noviembre. Lejos de su hogar, a punto de cumplir diecinueve años, enclaustrado en el Hotel Victoria, Young escribiría «Sugar Mountain», una oda a la inocencia perdida que se convertiría en parte imprescindible de su repertorio acústico en solitario. Young y los Squires también empezaron a tocar a cambio de comer gratis en las sesiones de folk de sobremesa que se celebraban en la sucursal local del Fourth Dimension.

      Regentado por el empresario Gordie «Dinty» Crompton, el 4-D era un antro mucho más molón que el Flamingo. Según recuerda Ray Dee, era un «club nocturno reconvertido en café, el primero y el único que hubo en Thunder Bay. Crompton lo compró por cuatro duros, cogió un bote de pintura y lo pintó todo de negro: las paredes, el techo, todo». Había un escenario minúsculo y, según Dee, «un montón de gente sentada por todas partes tomando café y fumando la última remesa de marihuana que acababa de llegar a Canadá».

      Fue en el 4-D de Fort William donde, al interpretar «Farmer John», un temazo de rock garajero, Young se dejó llevar por la guitarra por vez primera. «No es que fuera una gran canción, pero nos quedó bastante decente», comentaba Edmunsen. «Seguimos dándole durante diez minutos, porque el público no quería que se acabara nunca.» Por primera vez, Neil se fundió con su guitarra de una manera que resultó trascendental. «Se nos fue la olla, a Kenny, a Bill y a mí», le contó Young a John Einarson. «Ahí fue cuando empecé a darme cuenta de que tenía la habilidad de perder la cabeza al tocar, más allá de limitarme a tocar la canción sin más y a ir de guay.»

      Creo que la primera vez que conecté realmente con el público fue en Fort William… Hasta entonces, a veces metíamos caña, pero comenzó a suceder más a menudo cuando me fui de Winnipeg. Empezamos a volver loco al público de verdad. Lo que pasa es que al ser unos desconocidos, al venir de fuera, la gente tiene una mayor apertura de miras; se fija en ti, no va con ideas preconcebidas. Prácticamente tienes carta blanca para hacer lo que te dé la gana; mientras que si todo el mundo sabe quién eres cuando sales a escena, eso te limita de algún modo, porque la peña ya va con unas expectativas y con ideas preconcebidas. Ya tienen una opinión formada.

       —Edmunsen comentaba que Fort William era una pasada: «Podemos beber, podemos follar».

       —A Bill le molaba especialmente el tema de follar.

       —¿Era distinto al resto de los Squires?

       —Vaya que sí, porque él estaba muy obsesionado con lo de follar; a los demás aquello todavía no nos había llamado la atención… Fue allí cuando empezó a hacerlo, cuando nos marchamos de nuestra ciudad.

       En Fort William había varios grupos, como Donny and the Bonnviles, que eran bastante buenos, pero nosotros éramos la novedad y estábamos muy de moda. Chick Roberts, de los Cryin’ Shames, me dijo un día: «Esa es una de las mejores canciones que he oído en mi vida». Eso ocurrió justo cuando acababa de componer «Sugar Mountain». Era la primera vez que alguien me decía algo así.

      La primera vez que realmente se me fue la olla con la guitarra, desbarré muchísimo. Estábamos tocando «Farmer John» y no sé qué pasó, pero se me fue la pelota por completo, me dejé llevar totalmente. Y luego, al bajar del escenario, la peña me miraba de manera distinta. Je, je. Había otro tío que tocaba la guitarra de putísima madre. Estaba en la Rubber Band y era buenísimo con la Telecaster, muchísimo mejor guitarrista que yo. Me miró atónito y me dijo: «¡No tenía ni idea de que fueras capaz de tocar así! ¿De dónde ha salido eso? ¿Cómo lo has hecho?». Y yo le solté: «Pues, no sé, simplemente me he dejado llevar y ya está». Aquello causó sensación.

       Probablemente era bastante cañero para un chaval de dieciocho o diecinueve años. Estaba empezando a conocerme a mí mismo.

      La acción se sitúa en el 409 de Victoria Avenue, el 23 de noviembre de 1964, en un antiguo cine, reconvertido en los estudios de la CJLX, en la parte trasera del segundo piso, con Ray Dee a los controles. La canción se titulaba «I’ll Love You Forever», una balada dedicada, según reconocería Neil, a su ex de Winnipeg, Pam Smith (Dee grabaría también una magnífica versión de «I Wonder», aderezada con unos ligeros toques country de la Gretsch de Neil). Era un estudio diminuto con un equipo rudimentario: una mesa McCurdy, dos pletinas Ampex, un ampli Bogen a modo de mezclador y un micrófono a válvulas Telefunken excepcional. Dee dejó a Koblun apartado en el pasillo con su bajo y metió a Neil y a su guitarra en otra sala. Edmunsen, el batería, se quedó en la cabina de noticias.

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