Shakey. Jimmy McDonough. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jimmy McDonough
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9788418282195
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extraños sonidos con los que Young estaba experimentando en Fort William llamaron la atención de otro músico que pasaba por allí aquel abril. Nacido en Dallas el 3 de enero de 1945, Stephen Stills era un chaval sureño con un desparpajo tremendo. Talitha, su madre, era una fuerza omnipresente no muy distinta a Rassy; William, el padre, trabajaba en la construcción, en la industria maderera, en la de la melaza y también en la industria inmobiliaria. Según Dave Zimmer, biógrafo de Crosby, Stills and Nash, «cambiaba de trabajo continuamente; amasaba una fortuna y la perdía, para luego volverla a recuperar».

      Stephen se crió básicamente entre Florida y América Latina, formándose en una academia militar y escuchando blues, ritmos latinos y rock and roll de la primera época, aunque pensaba que Elvis había perdido todo su encanto después de «Blue Moon of Kentucky», «porque no paraban de decirle lo que tenía que hacer». Una cosa está clara: no ha habido nunca nadie capaz de decirle a Stephen Stills lo que tiene que hacer.

      Stills aprendió a tocar la batería, la guitarra y el piano, y tocó en bandas de rock universitario de Florida, como los Radars y los Continentals; luego siguió con el folk, como parte de un dúo en Nueva Orleans antes de aterrizar en Nueva York en 1964, en plena efervescencia de la escena folk del Greenwich Village. Después pasó a formar parte de una formación vocal de nueve miembros del estilo de New Christy Minstrels llamada los Au Go-Go Singers, con los que grabó un insulso disco para el sello Roulette. Una mutación de aquella formación, la Company, acabó tocando en Fort William.

      «Ellos eran más folk-rock; nosotros, más rock-folk», comentaba Koblun. Stills y Young hicieron muy buenas migas; cada uno tenía algo que le faltaba al otro. Stills tenía una «gran» voz, muy accesible, y Young ya componía sus propios temas. Compartían, entre otras cosas, unas complicadas relaciones familiares con padres ausentes y madres imposibles de complacer, y una determinación por llegar lejos que rozaba la obsesión. Pero había una diferencia importante entre ellos: Young era un as de la supervivencia y Stills, del autosabotaje; y mientras que Young aprovechaba sus escapadas a universos ajenos a la música para recargarse las pilas periódicamente (puede que a veces llegando a distraerse), Stephen rara vez soltaba la guitarra.

      Pero todo aquello aún les quedaba muy lejano. En aquel momento, no eran más que un par de mocosos hambrientos que se dedicaba a matar el tiempo dando garbeos con Mort, bebiendo cerveza y compartiendo sueños. Koblun pensaba que ver tocar a Stills tuvo un efecto considerable en los Squires. «Escuchamos a Stephen cantar “Oh Susannah” con unos arreglos nuevos, y digamos que inspiró a Neil para meter arreglos en otros temas como “Clementine”.»

       No. Eso es falso. Stephen y la Company tocaron «High-Flyin’ Bird». Fueron los Thorns quienes sirvieron de inspiración para «Clementine»; ellos fueron los que tocaron «Oh Susannah». Los Thorns acabaron tocando en los clubs donde tocábamos por las tardes. Fueron la primera banda de folk-rock, ¿vale? Tim Rose y dos tíos más; no llevaban batería, pero sí un bajo y dos guitarras, creo que era. Era una pasada lo que hacían, y cantaban muy bien. Una de mis canciones preferidas era «Oh Susannah»; la tocaban con un arreglo extraño. Era en clave menor, que hacía que sonara totalmente distinta, rock and roll puro. Así que eso me dio la idea de meterles arreglos a un montón de canciones. Hice versiones de todas en clave menor. Le cogimos el gusto al tema. Esa fue una etapa de los Squires que no quedó inmortalizada. Ojalá hubiera grabaciones de aquellos conciertos. Probábamos mogollón de cosas distintas, nos metimos mucho en el rollo folk-rock. Cogíamos viejos temas populares de folk, como «Clementine», «She’ll Be Comin’ ’Round the Mountain» o «Tom Dooley», y los tocábamos todos en clave menor basándonos en los arreglos del «Oh Susannah» de Tim Rose.

       Me gustaría conseguir alguna grabación de los Thorns; y una de Two Guys from Boston interpretando «C’mon Betty Home». Los conocí en el 4-D de Fort William. Entonces eran una especie de dúo de ragtime, iban con trajes y tal. Eran la hostia de marcianos. Pero luego nos llegó el disco y pensé que sonaba de putísima madre. Lo estábamos escuchando allí por primera vez. Estaban esperando a que les llegara algo de ganja de Nueva York y estaban ansiosos, expectantes. Yo ni siquiera sabía qué era eso. Pregunté: «¿Qué es una “ganja”? Y empezaron a reírse.

       Aprendí muchísimo de todos aquellos músicos que pasaban por la ciudad. Sonny Terry y Brownie McGhee; aprendí más de Sonny Terry a la hora de tocar la armónica que de Jimmy Reed, porque a Sonny podía verlo noche tras noche. Los vi en Fort Willian, en Winnipeg y también en Toronto, en el New Gate of Cleve. Iba a verlos donde hiciera falta, cuando fuera… Tío, Brownie era el más auténtico.

       Stephen era genial. Llevaba una vieja Guild roja de las baratas y cantaba el tema ese, «High-Flyin’ Bird». Nunca antes había oído a un blanco tan poca cosa sonar como un negro. Tenía ese rollo soul sureño tan auténtico. Su voz… Me encantaba cómo sonaba. Pensaba que era un vocalista cojonudo; también tenía mucho oído para la armonía. Le había dado clases el director musical de los Au Go-Go Singers. Fue una gran influencia para Stephen, que aprendió mucho de él. Stephen sabía un huevo de estructura armónica y aquella información era muy valiosa.

       Además, Stephen era todo un roquero; mucho más que el resto, sin duda.

      Al verse convertidos en peces demasiado gordos para un estanque tan pequeño como Fort William, Young y su banda empezaron a sentirse estancados. Para completar la miseria que cobraban en el 4-D, añadieron un bolo de tres días en el bar del Smitty’s Pancake House por ciento cincuenta dólares, además de algún que otro concierto suelto. Pero la banda, que ahora se alojaba en el YMCA de turno, pasaba hambre. Tras el encuentro con Stills, probaron con un nuevo nombre: los High-Flying Birds, en homenaje a la canción de Billy Wheeler que le habían birlado al músico sureño. El nuevo nombre no duraría más de diez minutos, debido a un rocambolesco giro de los acontecimientos en el que se vio involucrado Terry Erikson, un músico que a veces tocaba con el grupo.

      «Neil conoció a un guitarra, Terry Erikson, que lo dejó medio encandilado», comentaba Koblun. «Terry dijo que tenía algunas acciones o bonos que pensaba vender. El plan era que él y Neil se fueran a Liverpool, al Cavern Club, pero se quedó en nada.» El siguiente plan de Erikson, casi igual de inverosímil, sí que prosperó. Una noche de junio, Erikson estaba de cháchara en el YMCA con Young, Ray Dee y un par de los Bonvilles y les comentó que había conseguido un bolo en Sudbury, a cientos de kilómetros de allí, y convenció a Young para conducir su destartalado coche fúnebre por la peligrosa autopista que bordeaba el lago Superior.

      «El día que se marchó, Neil iba a pasar a ver a su padre y a recoger el dinero necesario para poder ir a Los Ángeles, pero pensaba regresar», recuerda Dee, que le prestó a Young treinta dólares para el viaje. «Teníamos una actuación programada en el Circle Inn el fin de semana siguiente. Vino y me dijo: “Mira, me voy fuera, a ver a mi padre. Necesito algo de pasta, ya nos veremos a la vuelta”. Tuve el extraño presentimiento de que aquella podía ser la última vez que lo viera, que fue lo que acabó sucediendo.» Koblun también se barruntaba algo raro, puede que temiendo que Erikson y Young se las piraran a Liverpool, y le pidió a Young prestada la guitarra a modo de prenda. «Solo quería asegurarme de que Neil iba a volver», dijo. No fue así.

      Aquella misión estaba destinada al fracaso. Los compañeros de viaje de Young y Erikson eran Bob Clark y dos miembros de los Bonnvilles: Tom Horricks y Donny Brown. Cinco músicos de lo más variopintos, todos con el pelo más o menos largo —uno iba con un casco nazi; otro, con una capa— y sin un duro en los bolsillos, embutidos, con los amplis y las guitarras, en un decrépito coche fúnebre con diecisiete años a sus espaldas. Para Mort, aquel viaje sería el último.

      Justo al salir de Ironbridge (Ontario), a Mort se le descolgó la transmisión, literalmente, y se quedó en la autopista. Este episodio tan surrealista suscitó las carcajadas de la intrépida pandilla. «No sé por qué, pero nos empezamos a partir el culo», le contó Young a John Einarson. «Ahí estaba mi coche, que era toda mi vida, cayéndose a pedazos por la carretera, y nosotros descojonándonos sin poder parar.» A Mort se lo llevaría la grúa hasta Blind River, al garaje Bill’s, donde, pese a los repetidos intentos por reanimarlo, se declaró su defunción.