Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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trabajo.

      Aiko no cabía en su asombro. O sea, que el tío la acorralaba en un ascensor y se ponía a leerle pasajes de una novela erótica, luego se pasaba la tarde con indirectas sexuales, después la manoseaba en un baño como si fuera a encontrar oro... ¿Y ahora se echaba atrás?

      Eh, que esto no era ninguna queja por su parte, sino un recopilatorio de los hechos y lo extraño que resultaba que hubiese cambiado

      de opinión.

      Bueno, extraño como tal, a lo mejor no. No debía sorprenderle que, al darse cuenta de que no iba a catar su cuerpo serrano sin esforzarse, hubiese decidido batirse en retirada. Ni que fuese la primera vez. Le había pasado tantas veces con ligues de una noche, aprovechados de discoteca y otros tantos que ya debía estar acostumbrada. Él era uno de esos, lo supo desde que lo vio. Nada le hacía diferente, salvo la labia y ser más guapo que la media.

      Y que ella, en el fondo de su corazón, de su estómago, o de su entrepierna, creyó que la ambición le impediría cambiar de opinión antes de intentarlo. No sabía por qué lo imaginó como un hombre que se esforzaba por obtener lo que quería, que disfrutaba más escalando que admirando las vistas. Quizás porque le habría gustado que así fuera... Que esperase a que concluyese el divorcio, y con ello sus contrariedades, para luego volver a avasallarla.

      En fin. No iba a decir que estuviera decepcionada, porque no lo estaba. Estaba tremendamente decepcionada. Eran cosas muy distintas.

      Ese hombre había despertado en ella tantos sentimientos desconocidos que incluso se dormía asustada. Y sí, eso podía resultar desagradable hasta cierto punto. Pero era lo que siempre había querido. Sentir pasión hacia alguien y aprender a regularla, a vivirla, no apagarla porque fuese demasiado para ella.

      Como siempre, se había venido arriba. No pasaba nada. Habría tardado tres días en darse cuenta de que en realidad no le gustaba tanto, igual que los demás. Ese era su destino, ¿no? Igual que el de Marc Miranda era enamorarse una vez al día. O ni siquiera. Mejor follar una vez al día.

      —Claro —asintió ella, sonriendo sin muchas ganas—. Gracias por respetar mis... sentimientos. Y por compartir mi visión.

      Un maullido interrumpió el que habría sido un escueto discurso. Aiko miró hacia abajo y observó que el gato gris de Kara se había enroscado en los pies de Marc, tratando de llamar su atención. No supo qué reacción esperaba por parte de él, solo que le sorprendió que levantara las cejas y sonriera sin enseñar los dientes, a caballo entre la incredulidad y la sorpresa.

      —¿Qué hace un gato... en un bufete de abogados?

      —Qué pregunta tan sencilla y sin significados ocultos para tratarse de usted.

      Marc la miró con complicidad.

      —Estoy a tiempo de reformular, aunque creo que nos convendría prescindir de las indirectas. La incomodan, ¿no es verdad?

      —Tampoco debe perder su esencia por mi culpa.

      El hombre se agachó y cogió al gatito, acercándolo a su cara para examinarlo de cerca. Lo acomodó entre sus brazos, con tal naturalidad que pareció suyo.

      —Mi esencia debe ponerse a salvo de usted. Mejor será no provocarla mucho.

      A Aiko se le escapó una minúscula sonrisa que casi pareció aliviada. ¿Significaba eso que estaba renunciando a su flirteo animal para no incomodarla, y no porque hubiese perdido interés?

      —¿Ha venido hasta aquí solo para decirme eso?

      —Repito que pensé en un mensaje informal, pero tal vez hubiera invadido su privacidad.

      —No me lo habría tomado a pecho.

      Marc le sostuvo la mirada, acariciando el lomo del gato.

      —Lo sé. Pero soy de los que prefieren zanjar las cosas importantes en persona, mirando a los ojos a mi interlocutor. Creo que se pierden muchos detalles detrás de una pantalla. Y vivo de esos detalles...

      —añadió con voz lánguida. Se acercó un poco a ella y le pasó el pulgar por la barbilla—. Parece que le gusta mancharse al comer.

      Aiko ni se había dado cuenta de que abrió el snack y se puso a tragar como si estuviera en plena crisis ansiosa. Miró el interior de la bolsa con el ceño fruncido, diciéndole traidor entre líneas. Cualquier cosa menos afrontar con madurez que había vuelto a tocarla.

      —Eso dicen. La verdad es que soy una guarra cuando me pongo a tragar. —Al ver la carcajada que aguantaba Marc, carraspeó—. O sea, quiero decir... Siempre que me meto algo en la boca acabo con toda la cara manchada. Mierda, eso ha sonado peor. —Marc se mordió el labio—. Usted me entiende...

      —Desde luego que sí la comprendo. Yo también soy un guarro cuando me pongo a tragar.

      —Espero que esa frase no me persiga toda mi vida. Es culpa de su pésima influencia.

      —Yo diría que es culpa de su subconsciente.

      Aiko negó con la cabeza, con los ojos clavados en el gatito. ¿Cómo era posible que nadie se hubiese dado cuenta de que se había escapado? Era monísimo, con los ojos tan azules como el hombre que lo sostenía. Azul celeste, cristalinos... A saber dónde veía Kara el verde. No debía haberse fijado mucho. Y ella tampoco, a decir verdad, estaba más pendiente de los dedos masculinos que se confundían con su pelaje. Esos dedos habían estado antes en...

      Un momento.

      —¿Por qué tiene las manos...? —Aiko se acercó y le cogió de la muñeca para examinar las rojeces—. ¿Ha salido de casa con este sarpullido?

      —¿Qué sarpullido?

      —Pues este que tiene a... Dios mío —jadeó al levantar la barbilla en su dirección. Los mismos preciosos ojos, la misma cara perfecta... Solo que en una piel surcada por manchas de urticaria.

      —¿Qué pasa?

      Aiko dejó la bolsa de nachos en el suelo y bajó al gato de los brazos de Marc, que fruncía el ceño sin entender nada de lo que estaba pasando.

      —Cuando ha llegado no estaba así, ha debido ser que... ¿Es alérgico a los gatos? Mi padre lo es y se pone así cuando hay uno cerca. Bueno, eso es lo de menos, lo importante es si le duele algo, si puede respirar bien...

      —No me consta ser alérgico a los gatos, ni entiendo nada de lo que está diciendo.

      Aiko lo calló metiendo una mano en el bolso y sacando, entre los mil y un artilugios «porsiacaso», un pequeño espejo que usaba para maquillarse. Se lo tendió y esperó a que diera su veredicto. Se habría reído si no le hubiese preocupado la rapidez con la que se extendía.

      —Joder —masculló perplejo—. Me parezco a mi adjunto.

      —Debería ir al hospital.

      Aiko lo miró sorprendida.

      —¿Se ha leído Mujercitas?

      —Incluso me las he tirado —replicó observando con horror a su reflejo—. Será mejor que vaya a urgencias.

      —Le acompaño —decidió sobre la marcha—. Puede que tenga problemas respiratorios en un rato, si se complica la alergia. Debe haber un autobús en dos minutos dirección a...

      —Regla número uno de los Miranda: no tomar jamás el transporte público —interrumpió—. Iremos en mi coche. Joder —repitió, sin poder despegar los ojos de su cara surcada por las ronchas—. ¿Me voy a quedar así para siempre?

      —Claro que no, es una inflamación temporal... —respondió Aiko mientras llegaban al ascensor. Le quitó el espejo de las manos—. No se torture más.

      Fue curioso cómo Marc logró verse pálido