Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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pies. Valoro mucho mi tiempo para perderlo aleccionándote a ser buen ciudadano. Eso es todo. ¿Me dejas añadir un consejo?

      Marc hizo un gesto con la mano.

      —Be my guest.

      —No le digas que la quieres. Si no se lo dices le dolerá menos enterarse de que todo fue mentira.

      Asintió en silencio.

      —Lo tendré en cuenta.

      —¿De veras?

      —Por supuesto.

      Nick sonrió.

      —Vaya, ¿quién me iba a decir que un abogado corporativo millonario acabaría aceptando mis consejos? —Le guiñó un ojo y añadió, antes de salir—. En unos minutos estarán entrando tus universitarios.

      Marc volvió a mover la cabeza afirmativamente, se sentía abstraído. Desde luego, él tampoco se había imaginado recibiendo consejos de una cajera de modesto mercado de barrio. Pero aunque Nick pronunciara peor que un camionero sureño después de tres copas, seguía siendo más inteligente que él.

      Verónica era el genio engañador de los prejuicios. En los últimos tiempos había aprendido a caminar con elegancia, a expresarse con un acento algo más suave; juraba menos, sonreía más... Pero seguía siendo el ejemplo de ordinaria, con las uñas largas y brillantes, las faldas demasiado cortas y el vocabulario reducido palabras malsonantes. Nadie diría que debajo de todo eso había una persona brillante que llevaba siendo subestimada toda su vida. Él fue el único que se dio cuenta sobre quién era Verónica Duval en realidad. El complemento perfecto. Su mano derecha. Una versión de sí mismo mejorada en muchos sentidos, y desconocida para los aspectos desagradables de su personalidad.

      Quizá por eso la gente se esforzaba tanto en emparejarlos, porque juntos parecían atractivos, sagaces, maliciosos... Cuando en el fondo solo eran dos personas que se odiaban tanto a sí mismas que se realizaban en personalidades inventadas, opuestas a las reales. Esas que les condujeron al sufrimiento que trataban de evitar en la actualidad.

      Marc tenía la esperanza de Aiko fuera como ellos. Aún no le importaba lo suficiente para guardar remordimientos por el plan que estaba trazando: dar la imagen de hombre en el que se podía confiar, mostrar una faceta sensible, ser romántico y paciente... Pero temía el desarrollo de sus emociones. Podría echarle atrás su pretendida dulzura. Necesitaba convencerse de que ella era otra jugadora, un peón disfrazado que se convertiría al final en reina: así sentiría que todo lo que debía hacer para devolvérsela a Campbell no dejó ningún cabo suelto. Por lo pronto tenía sentido su defensa. Solo esperaba que Aiko no terminase haciéndole creer en los ángeles. Incluso esos estaban manchados.

      El inicio de la jornada le distrajo de esa silenciada preocupación. Se arropó de la leyenda que todo el mundo creía sobre él y recibió a los aspirantes, que le miraban como si fuese una criatura de otro mundo. Esos ojos brillantes le sacaban de quicio a veces, otras le crispaban los nervios, y cuando le pillaba en un buen día, le daban ganas de reírse como un loco. Era increíble que la gente se hubiera creído que podía existir una persona sin debilidades, sin fallas, y sobre todo, que pensaran que ese era él. Que no ocultaba nada. Que pretendía ser un

      ejemplo a seguir.

      Marc no valoraba su trabajo. Sabía que era un chanchullero y un mafioso, y que todo lo conseguía por labia y contactos. Usaba su físico para quitarse a la gente del medio, como ya estaba demostrando que iba a hacer, y procuraba que nadie asociara ninguna historia de héroes a su figura. Era lo contrario a un tipo respetable o al que admirar, podía reconocerlo: en toda su vida se había vanagloriado de una sola cosa, y era de su capacidad para sobreponerse a la adversidad. Nada más. Ni se consideraba superior como le exigía mostrar su personaje, ni era tan narcisista como para no verse los defectos. Al contrario. Se los veía tanto que solían ser su impulso. Si hubiera tenido la suerte de creerse el mejor, no se sentiría amenazado por una geisha de metro sesenta y agendas con pegatinas, ni estaría pensando en cómo destruir su vida personal.

      Cinco rubias, tres sabelotodo, diez niñatos enchufados por su padre y una chica extraordinaria después, le tocó el turno al número... había perdido la cuenta, tan desconectado que estaba. Pero le llamó la atención cuando entró, porque no tenía nada que ver con lo que había aparecido antes. Todos, sin excepción, se habían acicalado para la ocasión, perfumado de más, incluso algunas habían calculado el escote perfecto para no parecer desesperadas..., pero sí dispuestas a cualquier cosa por una acreditación.

      El tipo que entró a su llamada, en cambio, vestía unos vaqueros sencillos y un jersey con una mancha de kétchup que le puso nervioso a simple vista.

      Estuvo a punto de echarlo, pero Verónica le dedicó una mirada desde su escritorio. Si algo odiaba Marc era perder el tiempo, así que estuvieron midiéndose en la distancia durante casi un minuto hasta que cedió a darle la oportunidad.

      —¿Tu nombre?

      El chaval no dio muestras de preocuparse por la opinión que se estaba formando de él, aunque fuese de las peores. Se dejó caer sin ganas sobre el asiento y apoyó los antebrazos sobre los muslos al responder, dirigiéndole enseguida una mirada decidida.

      —Hugo Salamanca.

      Era un nombre con personalidad. Nombre de abogado importante. Lástima que lo llevara un chaval que no había pasado la adolescencia. Tenía la cara llena de granos, unas gafas penosas, y su corte de pelo era una de las cosas más horrorosas que había visto en su vida. La ropa tampoco le favorecía, estando, como mínimo, quince kilos por encima de su peso ideal. En un lugar de prestigio como Miranda & Moore, no servía solo ser inteligente y constante. También había que dar una imagen favorable.

      Si no lo corrió en el acto fue porque tenía una mirada penetrante llena de potencial, y porque se la sudaban los criterios de belleza en los que insistía Moore para acosar sexualmente a las nuevas.

      —¿De dónde vienes?

      —Del bar.

      Marc levantó la mirada de sus calificaciones.

      —Supongo que es la respuesta que cabía esperar en alguien que aprobó muy por los pelos su último año. ¿Estabas también en el bar la semana anterior a los exámenes finales?

      —No, estaba más cómodo bebiendo en el sofá.

      Marc parpadeó una sola vez. Habría pensado que estaba de coña, o que como mínimo había una cámara oculta insertada en aquel horroroso jersey, si el tipo no le estuviera mirando con toda la seriedad del mundo.

      Le molestó que estuviera haciéndole perder el tiempo, así que apartó el expediente académico y lo miró a la cara.

      —Es evidente que no te mueves mucho de ahí, Hugo.

      Sus ojos claros brillaron.

      —Ya me habían comentado que te encanta humillar a los júniores en las entrevistas, pero la verdad es que te esperaba algo más original.

      —Cuando el chiste se presenta solo no hace falta ponerse a pensar. ¿Puedo hacer algo por ti, o has venido para comprobar si soy así de guapo en persona?

      —La verdad es que te esperaba un poco más alto, y menos protagonista de novela romántica —admitió con tranquilidad—. Cualquiera diría que te has leído toda la temática jefe-secretaria para convertirte en la fantasía morbosa de tus inferiores. Apuesto a que te has tirado aquí a tu secretaria.

      —En realidad valoro mucho mi intimidad y con cristaleras sería difícil mantenerla. Veo que no paras de decir gilipolleces. ¿Te ha mandado un programa de cámara oculta?

      —Qué va, mi hermano mayor me ha obligado a venir.

      —Y yo que pensaba que mi hermano mayor era un hijo de puta

      —ironizó—. ¿Por qué te ha hecho eso, Hugo?

      —Para ver si me animaba ver a la leyenda del Derecho en directo. A lo mejor así recuperaba la ilusión por lo que he estudiado, pero no me estás