Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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y me distraigo con facilidad.

      —¿Se distrae con facilidad? ¿Se refiere a déficit de atención, o algo del estilo?

      —No —contestó sin mirarla. No parecía con muchas ganas de profundizar en ello, y lo entendía. Lo último que querría hacer era conversar cuando tenía la cara hecha un Cristo—. Cualquier estímulo externo capta mi atención sin importar lo que esté haciendo: es como si tuviese activadas la visión directa y la periférica al mismo nivel de importancia. Y aunque soy capaz de hacer muchas cosas a la vez, cuando estás conduciendo no es lo más recomendable. Parecería bajo los efectos de la cocaína. Por eso preferí conseguirme un chófer. No tiene nada que ver con que me quisiera hacer el importante… —Frenó de golpe—. Joder.

      Aiko entendió a qué venía el juramento cuando entró en el hospital. Debajo del letrero de urgencias, iluminado en color rojo, había una sala de espera donde al menos quince personas aguardaban a que llegara su turno. Los ojos de todos viraron al cierre de las puertas dobles, quedándose un segundo en la cara de Marc, y volviendo enseguida a sus propias dolencias.

      —No se preocupe por la gente —se apresuró a decir Aiko, pasándole un brazo por la espalda—. Normalmente, va por orden de gravedad, no de llegada. Venga, vamos a recepción a que le hagan el informe.

      Tuvo que tirar de su brazo para acercarlo a entrada. Allí, una chica joven e inexperta se tiró casi diez minutos tecleando en el ordenador para imprimir el número y más o menos la hora aproximada en la que lo atenderían.

      —¿Qué está haciendo ahí? —masculló Marc, apoyando contra la pared y tirándose de la corbata—. ¿Pulir la tesis doctoral?

      Aiko disimuló una sonrisa.

      —No sea desagradable, señor Miranda, o perderá su cualidad más llamativa.

      —Y yo que pensaba que la había perdido hace media hora. ¿Qué me falla esta vez, aparte de la cara?

      —El encanto.

      —¿Me encuentra encantador?

      —¿Es una especie de pregunta trampa? Porque no quiero retomar la conversación del coche, ni seguir senderos parecidos.

      Él negó, y no solo eso, sino que pareció interesado en conocer su opinión. Aiko suspiró y se encogió de hombros, en un intento por quitarle la importancia que tenía. No se le daba bien expresar sus percepciones, y lo que su cuerpo percibía era un maromo de tomo y lomo «más guapo que un tractor pintao», como diría su abuelo jienense.

      —Sin duda tiene encanto, aunque hay muchas maneras de ser encantador. La suya se relaciona con la educación, moderación...

      —En ese caso celebro que me rechazase hace unos días, o habría descubierto que en determinadas situaciones puedo ser lo contrario a educado... o moderado.

      Aiko se rio intentando disimular el histerismo.

      —Por décima vez, hoy... creía que había prometido no volver a insinuarse.

      —No me estaba insinuando porque no lo hago adrede. Es algo presente en mi composición genética.

      —¿Es otra máxima de los Miranda? ¿Algo así como... «No serás políticamente correcto jamás»?

      —Nada de eso. Pero sí que tenemos una norma respecto al noble arte de ligar: prohibido utilizar frases hechas con desconocidas.

      —¿Frases hechas?

      Marc apoyó el codo en el alféizar de la ventana a la que se había pegado. Agachó un poco la cabeza, poniéndose a la altura de Aiko, y la ladeó a la vez que la sonrisa juguetona.

      —¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? ¿Tan solita y sin novio? ¿Crees en el amor a primera vista, o tengo que volver a pasar? ¿Cómo? ¿Que tienes pareja? Da igual, yo no soy celoso. Ah, ¿que eres lesbiana? Eso es porque no lo has probado conmigo...

      Aiko se echó a reír.

      —Vale, vale, he captado el concepto. Muy buena norma, aunque me sorprende que solo haya una sobre el ligoteo. Imaginaba que había seis de diez, o siete de diez, referidas a eso... Es lo que tiene más perfeccionado, señor Miranda.

      —Cada uno se especializa en lo que más le gusta. Uno prefiere darle bombo al humor, y otro a la responsabilidad. Como ve, mis hermanos no sienten la misma necesidad que yo de darle a la cama otras funciones.

      —De acuerdo... Se me ocurre que debería utilizar una palabra que actuase como código rojo para bloquear cada comentario de ese estilo, visto que no va a moderarse —señaló Aiko, divertida—. Si sigue así no va a ganarse ni mi respeto, ni mi simpatía, ni mucho menos mi amistad... en el remoto caso de que sea capaz de tener una amiga.

      Marc fingió consternación con una mueca teatral.

      —¿No me ve siendo amigo de una mujer?

      —Está demostrando que se le hace cuesta arriba.

      —No es mi culpa que se sienta tan atraída hacia mí que se lleve a lo personal cada comentario que sale de mi boca, Sandoval.

      —Y tampoco es mi culpa que sea tan engreído que ninguna mujer le quiera cerca si no es para hacer chirriar al somier.

      Marc aspiró entre dientes y sacudió la mano.

      —Ese ha sido un muy buen golpe. Empieza a aflorar la abogada cruel y mujer fatal de la que me han hablado... Debo hacerla cambiar de opinión. —Se estiró y la miró a los ojos—. Elija una palabra para bloquear mis comentarios, digamos... comprometidos. Y después prepárese para convertirse en mi muy mejor amiga.

      Lo pronunció de forma que quedó patente en el acto que ni por asomo pretendía convertirla en su amiga. Y eso, lejos de irritarla por avanzar hacia ella con doble rasero, la alivió inexplicablemente...

      Vale, sí que había una explicación. Ninguna mujer en su sano juicio querría ser la confidente de un macho de esa talla. Nada personal aquí, solo sería irónico y surrealista. Y a ella, dentro de su involuntario overreacting, disfrutaba aquellos intercambios.

      —Yo ya tengo un mejor amigo, pero puede ser el segundo.

      —Entonces olvídese —atajó. Sus ojos brillaron como topacios—. Quiero el oro o nada.

      —Intente ser mi amigo y veremos si consigue desbancarlo. Eso se le da bien, ¿no? Ganar. No le gusta lo que se le pone en bandeja.

      —Me gusta todo lo que tiene valor. Si llega antes o después, si cede rápido o se hace de rogar, es lo de menos. Pero estoy de acuerdo.

      Aiko sonrió y estrechó su mano. El sello del reto fue un ejemplo de por qué aquello era un chiste y no un desafío real. Solo entrando en contacto con él le tembló todo el cuerpo. La fusión de su mirada decidida y su apretón firme le produjo un escalofrío erótico.

      Ah, no... Aiko no quería ser su amiga. Quería que la dejase en paz y se mostrara frío o distante o todo lo contrario: fuera el príncipe azul. Nada de medias tintas que la sacaran de quicio. Aunque una parte de ella estaba intrigada. Le hacía gracia pensar en cómo pudiera montárselo.

      —Pensaré en la palabra para pararle los pies cuando quiera correr hacia mí.

      —No será necesaria, tengo un gran autocontrol..., pero si insiste, adelante, ilumíneme. Aunque lo hará parecer un pacto sexual de esos que lee en sus libros porno.

      —No son porno, es literatura erótica.

      —Como sea. ¿Allí no se pactan palabras para cuando el juego es demasiado... intenso?

      —¿Me va a decir que la comparativa no es apropiada? ¿Acaso no es usted intenso?

      Marc sonrió de lado.

      —Touché.

      —Esa sería una buena palabra —confesó Aiko.

      —No estoy de acuerdo. Significa «tocada», y más que como un bloqueo,