Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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Desde luego que es peligroso. Y no niego que sea un bellaco cuando se le presenta la oportunidad. Pero ninguna de las dos cosas te hace un cabrón despreciable.

      »Igualmente, me remito a lo principal. He dicho que me gusta, no que pretenda hacer algo para que sea correspondido —puntualizó. Abrió la puerta y le lanzó una mirada elocuente—. Tú debes saber mejor que nadie lo que significa eso.

      Cerró tras de sí, dándole tiempo a ver la cara que se le quedaba a Caleb. No pensaba retener esa imagen por mucho rato. No se consideraba rencorosa; ninguna Sandoval lo era, en general, y no se regodearía en su mandíbula apretada porque hubiera tocado un punto que le dolía. De hecho, al cruzar el pasillo para conseguirse algo de la máquina expendedora, se sintió incluso mal por recordárselo. No debía olvidar que Caleb tenía un bloqueo emocional desde los diez años que le impedía demostrar afecto, además de realizar actividades de alto riesgo como declararse a la persona amada sin saber si le correspondería. De todos modos, él ya sabía cuál habría sido la respuesta. La propia Aiko avaló su suposición después de enterarse de sus sentimientos.

      En cualquier caso, la dejó hecha polvo la discusión. Podían llamarla sensible o imbécil, pero nunca se peleaba con Caleb y que la hubiese intentado convencer porque creía tener la razón, le hacía daño. Estaba cansada de que esa sobreprotección que todo el mundo proyectaba sobre ella, de que la trataran como si fuera estúpida y fuese un hecho que iban a partirle el corazón en mil pedazos. Solo porque no iba por ahí desconfiando de todo el que se le pusiera por delante, y porque estaba enferma.

      Había demostrado que, pese a sus limitaciones físicas y su personalidad, nadie le pasaba por encima. Llevaba casi los mismos años en el mundo que Cal, y había sufrido menos decepciones que los que sí dudaban de todo. Entonces, ¿por qué esa dichosa superioridad? ¿Qué sabían ellos que ella no hubiera aprendido ya?

      Pasó por la recepción del bufete, encontrándose con su secretaria y su fiel amiga, una administrativa llamada Kara que le caía bien. Era otra de esas que supuestamente debía rechazar por tener mal fondo; Caleb no dejaba de decir que era una terrible persona, solo por lucir con orgullo una personalidad excéntrica que se vanagloriaba de sus propios defectos. Aiko pensaba que era auténtica y muy valiente.

      —¿Cómo ha ido? —fue lo primero que preguntó Ivonne.

      Kara, a su lado, las observó con una ceja alzada, como queriendo enterarse de qué iba el tema. Llevaba en la mano una jaula donde un pequeño minino maullaba sin cesar. Aquello llamó la atención de Aiko.

      —Vaya, ¿qué tenemos aquí? —Y sonrió por primera vez en el día, agachándose para asomarse. Un gatito gris la miró de vuelta—. Qué ojos más bonitos... ¿Son azules?

      Se rio por lo bajinis al ver que el animal dejaba de lloriquear y presionaba la entrada de la jaula con la cabecita, queriendo salir a saludar. Estuvo a punto de abrirla. El cierre no veía sus mejores tiempos

      y él parecía con muchas ganas de jugar.

      —Sí, entre azules y verdes, depende de la luz. Espero que no le importe que lo trajera, tiene cita con el veterinario en tres cuartos de hora y vivo en la otra punta de la ciudad. Era o venir con él o faltar al trabajo todo el día.

      —Claro, no hay problema, aunque por si acaso intenta que no esté muy a la vista. Si hace mucho ruido, pídele a algún júnior que se haga cargo —apostilló, volviendo a incorporarse—. ¿Qué le pasa?

      —No lo sé. Últimamente no come casi nada y se pasa el día dando vueltas, con lo vago que es —contestó Kara, haciendo una mueca—. Espero que no sea nada grave. No soportaría la soltería sin gato con el que consolarme. ¿Qué ha pasado ahí dentro? —continuó. Esa mujer enganchaba una con otra—. ¿Tiene algo que ver con los aspersores esquizofrénicos del otro día?

      Ivonne la miró, pidiéndole permiso para contárselo. Aiko hubiese preferido que no se hablara de que la mandó a pulsar botones, pero sabiendo que Kara y ella eran confidentes y vivían por y para los cotilleos del bufete, no se lo impidió. Mejor que lo hicieran bajo su supervisión y no a sus espaldas, así por lo menos podría contar su versión esperando que valiera.

      Explicó a grandes rasgos que no había castigo para ella, que se haría cargo de lo que Leighton decidiese, y que nadie tenía de qué preocuparse. Después, se dirigió por fin a su querida máquina expendedora y metió unas cuantas monedas para sacar un snack de nachos. El diablo puso allí esa tentación para que no pudiera bajar de peso. Y para que se manchara la camisa día sí y día también. Menos mal que en su bolso, mejor equipado que el bolsillo de Doraemon, llevaba un disolvente de manchas casi mágico.

      Pero ese día todo estaba destinado a salir mal, porque en lugar de caer donde debía, la bolsita se había quedado enganchada.

      —¿En serio? —bufó. Empujó el cristal con las dos manos una vez. Nada. Otra. Tampoco. Y una tercera... Ni de lejos. El snack se reía de ella—. Oh, vamos. ¿Tiene que ser hoy? ¿Podrías...? —Pegó todo el cuerpo al cristal y le metió un viaje con la cadera—, ¿hacer... el... favor...?

      —Solo si se aparta.

      Aiko se puso automáticamente en tensión. Dio la vuelta, sin despegarse de la máquina, y enfrentó a Marc como si le hubiese mordido la oreja. Enseguida se imaginó a sí misma teniendo una actitud estúpida y se recompuso, respirando hondo y ofreciendo una sonrisa amable que no tardó en desaparecer.

      Dios santo. Nunca dejaba de sorprenderle lo guapo que era.

      —Es que se ha quedado atrapado —balbució ella, apartándose—. Seguro que por mi culpa.

      —Comprendo al pobre snack —creyó oír de su parte—. Esto es como todo, solo hay que estudiarlo con perspectiva y tomárselo con calma, no ponerse a violar la máquina.

      —¿Violar la máquina? La he empujado una vez. Será que estoy muy desinformada de cómo funciona el sexo.

      Le vio sonreír antes de agarrar la máquina por los extremos y, de un empuje certero, hacer que el paquete cayera en su lugar. Se giró hacia ella. Sus ojos chispearon.

      —¿Está segura de que quiere llevar la conversación por ahí? Mire que yo había venido en son de paz.

      Aiko sacó los preciados nachos con el ceño algo fruncido y las mejillas coloradas. Algo en la voz o en la mirada de ese hombre conectaba directamente lo que quisiera que ocasionara el rubor en las mujeres. Ya se había olvidado de las advertencias de Caleb. Solo pensaba en que él estaba allí, y no recordaba que tuviesen cita. Menos mal que siempre se vestía bien, por si acaso.

      —¿En son de paz? —repitió.

      —Sí. Pensé en enviarle un mensaje, pero creo que habría sido paradójico teniendo en cuenta lo que pretendo.

      Aiko parpadeó una vez.

      —¿Y qué pretende? Espere, no sé si quiero que lo diga aquí.

      —Tranquila, no es nada desagradable. Pretendía disculparme por haber hecho un infierno de la primera reunión. No era mi intención violentarla, solo... ponerme en situación respecto a usted. Por eso agradezco su sinceridad.

      Aiko se quedó de una pieza, y de eso él se percató. Metió las manos en los bolsillos del pantalón de traje y lanzó una mirada llena de humor a sus zapatos.

      —Es lógico que no se lo trague. Una regla de los Miranda que se va al garete, por primera vez en mi historia.

      —¿Regla de los Miranda?

      —Sí, ya sabe. Todos los hermanos reunidos y borrachos en una casa rural por Navidad, buscando formas de entretenimiento para no sacarse los ojos... Elaborando al final una lista de reglas. Una de ellas es no disculparse nunca por algo que se hace deliberadamente. Desde luego que mi intención era sacarla de sus casillas —admitió cabeceando—, pero parece que se nos fue un poco de las manos, ¿no cree?

      «Está claro que a ti se te fueron mucho las manos, sí. Pero ¿acaso me he quejado...?»

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