Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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se había desmadrado tanto?—. No me... O sea, sí... No te voy a mentir, hubo tocamientos por su p-parte, y... lo de la intimidación... si lo describes como en el Código Penal, pues... no sentí miedo como tal, solo...

      —Lo voy a matar.

      —¿Qué? —balbuceó—. A ver, no, no, no, nos estamos yendo de la cuestión. Fue muy agresivo a su manera...

      —¿Agresivo? ¿Encima se puso violento? Voy a...

      —¡No! A ver, me sentí violenta, eso es verdad, pero no empleó la fuerza. Sabe imponerse de otras formas, ya sabes...

      —¿Cómo que «de otras formas»? ¿Te chantajeó? —Empezaba a palpitarle una vena en el cuello—. ¿Amenazas?

      —No, no. Cal, escúchame...

      —Voy a ponerle una denuncia ahora mismo.

      —¡Que no!

      Aiko lo detuvo abrazándolo por detrás. Caleb se puso tenso al instante, como le pasaba siempre que lo tocaba. Lo soltó enseguida para evitar problemas y se aclaró la garganta.

      —Cal, él no hizo nada que pueda considerarse delito. Es posible que actuara en contra de mi voluntad verbal, me sintiese atacada y pasara miedo en algún momento, pero es porque me asustaba cómo me estaba sintiendo yo... Y mi voluntad era otra muy distinta a la que reflejaba al hablar. Te lo repito: nada denunciable. Ni despreciable, en realidad.

      Caleb no se dio la vuelta, sino que se quedó inmóvil. Aprovechó que no tenía que mirarlo a la cara para inspirar hondo y ser honesta.

      —La verdad es que me gusta. Gustar en el sentido sano y simpático del término. Me siento atraída hacia él. Pero sabes que mis nervios de chica torpe son comparables a los de las protagonistas de Scream cuando las amenazan con un cuchillo. Me entró el histerismo e hice el ridículo. Lo siento muchísimo, Cal. Si algo se rompió por culpa del agua, descuéntamelo del sueldo.

      Se quedaron en silencio durante unos segundos, en los que Caleb no hizo ademán de moverse ni un solo centímetro, y ella no supo a dónde dirigirse.

      ¿Se quedaba allí hasta que dijese algo? ¿Daba la vuelta e iba a la máquina a sacar una chocolatina...? Cuando Cal estaba en sus momentos de meditación, forzosa o voluntaria, Aiko le hacía compañía en silencio. Era la única persona en el mundo con la que se sentía cómoda sin mediar palabra, y era mutuo. Pero en ese caso era distinto, porque no sabía qué estaba pasando por su cabeza, y generalmente no le costaba averiguarlo.

      —Caleb.

      Alargó un brazo para tocarle el hombro.

      —No se rompió nada. El sistema está hecho así para saltar en pasillos y salas sin equipamiento tecnológico —respondió con voz robótica. Se giró, mirándola por fin a los ojos. No sabría decir si parecía triste, o incómodo, o ultrajado... O solo vulnerable—. ¿En serio? ¿Marc Miranda?

      —Oye, yo no elijo quién pasea por mi cabeza —se defendió en tono moderado. Lo último que quería era enfadarlo más.

      —Ni tú ni nadie —farfulló volviendo a protegerse de todo y todos detrás de su escritorio. Añadió, en voz baja—: Si se pudiera cambiar, la vida sería menos desagradable.

      —Ya te he dicho que lo siento. Fue una niñería y una estupidez, lo admito.

      —Y como niñería o travesura, ¿qué procede ahora? ¿Castigarte sin recreo? ¿No dirigirte la palabra en las próximas veinticuatro horas?

      Aiko suspiró. Lo que ese hombre tenía que soportar siempre por parte de todos sus empleados, compañeros y amigos no era ni siquiera razonable. Ganaba mucho dinero, y sin embargo, a nadie le parecía suficiente comparado con las gilipolleces que debía tolerar. Sobre todo en casa. Aiko no era la que se metía en los peores líos: si se comparaba con la que armaban sus padres, Aiko I —por diferenciar, y porque estuvo antes— y Raúl Sandoval, o las escenitas que improvisaba su hermana —con las que él también debía lidiar—, era una santa. Quizá por eso lo pasaba tan mal cuando le decepcionaba. Porque era la única persona en la que podía confiar para no llevarse disgustos.

      —Le dejé claro que no voy a permitir que siga atosigándome con su labia —expresó. No era eso exactamente lo que le había soltado a Marc, pero bueno, eso no tenía por qué saberlo—. Nada parecido volverá a pasar. Mantendremos una relación profesional.

      —Como sea, no me importa. Pero si te molesta de cualquier forma, o insiste, dímelo y actuaré. No voy a permitir ni media gilipollez por parte de un flipado que piensa que puede tener todo lo que quiera, como y cuando quiera, incluyendo mujeres.

      —No creo que sea mala persona. Ni tampoco tan engreído. Solo...

      —Para ti todo el mundo es bueno y justo, algo bastante incoherente teniendo en cuenta en qué trabajas —espetó, de mal humor—. No me gusta ese hombre, Aiko. Me da muy mala espina. Que se haya metido en un ámbito del Derecho que no tiene nada que ver con él y pretenda... tener algo contigo, es bastante sospechoso. Sé de varios trapicheos suyos, lo suficiente para declarar que suele haber malas intenciones detrás de lo que hace.

      —Mira, no lo conozco lo suficiente para contratacar, pero tú tampoco eres su amigo del alma para hablar así de él. Cal, como abogado no puedes permitirte prejuzgar a nadie. Se supone que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, y a mí no me ha hecho ningún daño. A ti, que yo sepa, tampoco.

      —No todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario; la presunción de inocencia no se aplica en Estados Unidos y estamos en Miami.

      —No estoy hablando de la presunción de inocencia como derecho, sino como principio de mi personalidad.

      — ¿Y porque sea un principio de tu personalidad, también debería serlo de la mía? Te estoy diciendo que es basura. En su vida personal y en su vida laboral. En la segunda bastante peor. Me consta. Puede que solo me base en rumores, pero cuando el río suena es que agua lleva.

      Y no olvides que he coincidido con él varias veces. Sé cómo es el trato y cómo se maneja, y no es el prototipo de hombre honrado.

      Aiko no supo qué decir ni qué pensar. Solo que le molestaba lo que estaba diciendo. Era verdad que Caleb podía ser un ejemplo de buena persona, de hombre preocupado, honesto y leal... Cuando se le conocía. Sin embargo, antes de entrar en contacto con él, podía resultar desagradable y maleducado, así que no estaba como para hablar en esos términos del resto. Todo estaba sometido al relativismo de quien mirase. ¿Por qué para él todo debía que ser blanco o negro? No dudaba que Marc tuviese defectos, como ella los tenía, como Cal los tenía... Pero eso no le hacía un criminal.

      La pregunta real era, en realidad, por qué diablos le molestaba que Caleb se refiriese a él de esa forma. Por norma general, a Aiko no le gustaba estar delante cuando alguien despotricaba de un tercero no presente, ni le reía las gracias a los que ponían por los suelos a otros solo por humor. Pero en ese caso concreto, se irritó de veras. Y se vino abajo.

      Ni que Marc Miranda significase algo importante en su vida. Sin embargo, era bastante insultante, y no solo para él, que diera por hecho que fue seductor con ella por un objetivo oculto. Aiko sabía que no era ninguna belleza sobrenatural, y que en el ambiente en que él se movía, daría una patada y saldrían mil quinientas mujeres más atractivas. Pero dolía que insinuara que no era capaz de llamar la atención de alguien, y que si lo hacía, no era real.

      —Muy bien, ha quedado claro tu punto —murmuró Aiko—. Menos mal que nos limitaremos a zanjar un divorcio y no deberé tratarle mucho más. No quiero conocer ese lado tan terrible y detestable del que hablas.

      Caleb debió darse cuenta de que le había hecho daño, porque se puso en pie enseguida y la siguió hasta la puerta, diciendo su nombre varias veces.

      —Eh. —Se interpuso en la entrada cuando intentó pasar—. Si tú... Si se porta bien contigo, me alegro. No me sorprendería que domaras a un demonio y le acercases al paraíso. Solamente te decía que...