Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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probable, sí. Cortisona. ¿Por qué? —Lo dedujo al ver su reacción, que era la de cerrar los ojos, mascullar una maldición y pegar la espalda a la pared—. ¿Le dan miedo las agujas?

      —No me dan miedo. Las respeto, que es distinto.

      Aiko esbozó una sonrisa tierna y se acercó a él. Marc alargó el brazo para alejarla.

      —No te acerques, vaya a ser que te contagie o algo así. —Ella se rio—. ¿Qué pasa? ¿No se contagia? No tengo ni la más mínima idea de estas cosas, pero por lo que sé, a los leprosos los tenían encerrados.

      —Tú no tienes la lepra. —Se descojonó.

      —Pues se le parece bastante —comentó entre dientes, mirándose en el espejo. Se rascó la mejilla, y luego el cuello, y después las manos... Y volvió a repetirlo—. ¿Todo esto va a propagarse por el cuerpo? ¿Va a dolerme? ¿Quedarán cicatrices?

      —Depende de la persona. A algunos se les propaga y a otros no. No duele, pero escuece y pica, y si no se cuida... Lo de las cicatrices no lo sé, yo no soy alérgica a nada.

      —Dios... —mascullaba, examinándose con desprecio. Volvió a rascarse—. ¿De esto se muere la gente?

      —¡No! Es decir... Sí, pero tú no te vas a morir. Es un ataque bastante leve, los he visto peores.

      —Mierda, entonces tengo que llamar a Nick... Ni siquiera me acuerdo de qué ponía en mi testamento.

      —Señor Miranda, no le va a pasar nada.

      La campanita del ascensor anunció la llegada al recibidor del edificio. Marc salió apresuradamente, frotándose la cara. Aiko lo siguió de cerca. Le puso una mano sobre el brazo, tirando de este para que no se destrozara la piel.

      —Si se rasca es cuando le quedarán cicatrices —avisó.

      Fue suficiente eso y llegar al coche, un magnífico Mercedes con chófer incluido, para que se estuviera quieto.

      Marc entró a trompicones y gruñó un saludo. Ella hizo amago de cerrar, pero la sorprendió cogiéndola de la muñeca con la mezcla perfecta de suavidad y determinación. Era ridículo que incluso con la cara llena de ronchas tuviese ese efecto sobre ella.

      —Ven conmigo.

      Lo pedía, pero sonaba a orden. Y le gustaba así.

      —Tengo trabajo y ya cuenta con la ayuda de su chófer.

      —Por favor. Otra regla a la mierda: los Miranda no ruegan.

      —¿Y qué hacen cuando quieren algo?

      —Lo consiguen sin obstáculos. —Sus dedos resbalaron con pereza hasta soltar la muñeca y tirar de los de ella, casi llegando a entrelazarlos—. Te aseguro que con esta cara no se me ocurriría intentar

      algo contigo.

      «Accedería igual».

      —No soy nadie para dejar a un pobre enfermo en la estacada

      —resolvió al final. Entró y cerró la puerta, sintiendo la mirada de Marc sobre ella—. Ahora sí, póngase el cinturón...

      Lo pilló esbozando una sonrisa agradecida que fue pronto llenada de matices más complejos, menos humanos, y que hicieron de su expresión algo irreal.

      —No es necesario —repuso con serenidad—. Ya me siento protegido.

      Aiko sonrió, a caballo entre la conmoción y el enternecimiento. Había sonado casi, casi vulnerable, como si la necesitara para moverse por el mundo. Y eso era una ridiculez. Si le decían que Marc Miranda había salido del vientre de su madre hablando tres idiomas y ligando con la enfermera, lo creería. Lo último que necesitaba era apoyo moral o de cualquier tipo, motivo sobrado para estrecharle la mano profesionalmente y marcharse. Pero Aiko sabía muy bien lo triste que era ir solo al hospital, aunque solo fuese para recibir un pinchazo, y sabía mejor aún lo duro que podía hacerse enfrentar una aguja sin alguien a quien aferrarse... Así que se acomodó a su lado, se puso el cinturón y envió un rápido mensaje a Caleb para avisar de que estaría fuera. No especificó con quién para no cabrearlo. No se lo imaginaba mandándole un emoticono furioso, pero sus «OK.» eran arpones nada sutiles.

      —Pero bueno, jefe —exclamó una voz muy profunda con acento extraño—. ¿Qué te ha pasado en la cara? ¿Alguna niña bonita te ha hecho un cumplido?

      Aiko levantó la mirada del móvil y se topó con los ojos oscuros de un hombre con marcadas raíces orientales. Debía tener treinta y muchos, o cuarenta y pocos. Por la pronunciación, estaba claro que su lengua materna era el hindi.

      Por el rabillo del ojo apreció que la reacción de Marc ante la provocación era sonreír socarrón.

      —¿De veras me ves la clase de hombre alérgico a los cumplidos?

      —A los míos desde luego, jefe.

      —Nunca me has hecho ninguno —apostilló.

      —Por eso mismo: deseo lo mejor para usted.

      —Pensaba que ibas a especificar que se debe a que no eres una niña bonita.

      —¿Eso quién lo dice?

      Marc rodó los ojos y se giró hacia ella.

      —Este es Yasin, mi chófer. A veces también hace de bufón.

      —¡Yasin! —repitió Aiko—. Parece la fusión del dúo Wisin y Yandel. Ya... sin. Olvídelo. —Sacudió la cabeza y extendió la mano—. Aiko Sandoval, abogada civil... o Kiko. Lo que le venga mejor.

      El chófer estudió su brazo antes de saludarla con una sonrisa. Era un hombre bastante atractivo, pensó. Pelo tan negro que parecía azul marino, ojos color chocolate y mandíbula sombreada por la barba. Marc debía quererse tanto que solo se rodeaba de gente que compartía virtudes con él.

      —Es lo más original que han dicho sobre mi nombre. Encantado de conocerla.

      —¿Podríamos aparcar la educación por unos minutos? Estoy intentando sobrevivir —intervino Marc con retintín—. Por favor, llévame al hospital más cercano con servicio de urgencias.

      —Ah, que de verdad es tu chófer... ¿Has visto Suits y te han entrado ganas de ser Harvey Specter, copiándolo con la obsesión por la ropa y la gente a su servicio?

      Marc le dedicó una mirada lánguida a la par que irritada.

      —Yo ya tenía una secretaria pelirroja y un conductor oriental antes de que saliera esa serie, que, por cierto, no tiene ni pies ni cabeza. —Se rascó la mejilla enrojecida—. The Good Wife sí es fiel a...

      —No se toque —interrumpió. Marc la miró con una ceja arqueada.

      —¿En qué sentido? ¿Solo ahora, o nunca?

      Aiko ignoró la provocación, aunque se le hizo cuesta arriba. Muy, muy cuesta arriba. Como escalar el Himalaya sin el equipamiento adecuado.

      —Debo tener algo por aquí que sirva para aliviar la picazón.

      —Desde luego que lo tiene, pero no está en el bolso —murmuró. Aiko lo miró de reojo.

      —¿Ha dicho algo?

      —Que sí, que busque en el bolso.

      Yasin se rio por lo bajo al virar el volante, una carcajada sutil que Marc copió y acompañó de una mirada cómplice a través del retrovisor. Debían tener suficiente confianza y muchos años de amistad para tratarse con camaradería, lo que no dejaba de sorprenderla. No se había imaginado a un tipo como Miranda dirigiéndose a sus trabajadores con cercanía. De hecho, a estos los imaginaba odiando a su jefe por arrogante y soberbio.

      Apartó ese pensamiento. Y a ella qué le importaban las características de las relaciones de Miranda. Pues nada. Su trabajo allí era sacar el termo y un empaque de pañuelos de papel para salvar su carita de ángel caído... Otra cosa