Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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bien y me gustan los labios de los que sale.

      —Menos mal que no estudió filología, porque habría destrozado la lengua.

      Marc la miró con un brillo perverso en los ojos, como queriendo decirle que lo que quería destrozar no tenía nada que ver con el lenguaje. Otra razón por la que era una estupidez convencerlo de portarse bien. El problema no estaba en su forma de hablar, algo que sin duda era inspirador por otra parte, sino en él en sí mismo. Tendría que desaparecer, no verlo ni poner a prueba su ingenio para verse a salvo de su magnetismo.

      —Por favor, tomen asiento en la sala de espera —interrumpió la chica de la recepción—. Aquí de pie no pueden estar.

      Marc asintió y se dirigió al punto que la mujer había señalado. Esa vez fue Aiko la que murmuró una palabra malsonante. En cinco minutos, habían llegado casi diez personas más... O tal vez volvían de desayunar.

      —Las erupciones alérgicas tienen prioridad, especialmente si hay obstrucción pulmonar. Seguro que le llaman rápido.

      —Lo dudo bastante. Me encuentro bien, salvo por el picor y la leve hinchazón. A ese de allí le está sangrando el brazo... Y no puedo esperar más. Tengo una agenda muy apretada esta mañana, bastante tiempo estoy perdiendo.

      —Pues no se me ocurre qué podría... ¿Qué hace? —preguntó al ver que Marc se sacaba la cartera del bolsillo de la americana y empezaba a investigar entre los billetes—. ¿Tanto dinero lleva encima?

      —Me gusta pagar al contado.

      —Lo que parece es que se preocupa de darle el gusto al que decida atracarle.

      —No diré que no lo hayan intentado, pero también me encanta hacer alarde de mi talento como boxeador —replicó. Se volvió

      enseguida hacia la primera mujer de la fila, a la que le tendió un billete de cincuenta dólares—. Veo que tiene un número anterior al mío.

      Se lo cambio.

      La chica, que no debía tener más de veinte años, lo miró con los ojos muy abiertos.

      —Eso no se puede hacer, Marc. Llaman por megafonía por nombre y apellidos, no hay números.

      —En ese caso... —Sacó otro billete por el mismo valor y se lo dio—. Cien dólares si se queda ahí donde está cuando la llamen y me deja pasar.

      La desconocida salió de su ensimismamiento con el ceño fruncido.

      —¿En serio te crees que voy a aceptar cien pavos cuando llevo aquí esperando desde las seis de la madrugada? —le espetó con el ceño fruncido—. Ya puede venir el rey Midas y hacerme los pezones de oro con una caricia atrevida, que no me pienso mover. Es una cuestión de principios y de desprecio al hospital, no nada personal.

      —¿Qué tal ciento cincuenta? No me puedo permitir esperar.

      —Claro, llevas traje, eso suele significar que tienes privilegios. Pues te vas a tener que joder. Me importa mucho más la migraña que llevo cargando desde anoche. Así que gracias, pero no.

      —Tengo quinientos.

      La chica pareció algo más interesada entonces, mientras que Aiko se quedaba de una pieza. ¿Estaba sobornando a una adolescente para que le cediese su orden de entrada a urgencias...? Y la otra se lo estaba pensando. Tampoco le sorprendía, era una de esas ofertas que no se podían rechazar y tenían lugar una vez en la vida.

      —Me lo puedo pensar si cambiamos el efectivo por una transferencia y subes un poco la cifra. Hace tiempo que quiero comprarme unas cuantas skins de League of Legends.

      —¿Tú no tenías principios, o algo así? —intervino Aiko.

      La chica la miró con una ceja arqueada.

      —El poder corrompe al hombre. ¿Qué me dices? ¿Hay transferencia, o no?

      —¿Cuánto?

      —Mil. No me digas que no lo vale, tienes cara de estar bueno cuando no pareces la vista aérea de los cráteres de Marte.

      —Quinientos —regateó.

      —¿En serio? —masculló Aiko.

      —Seiscientos.

      —Quinientos cincuenta.

      —Seiscientos... y entretienes a la sala de espera bailando una canción de Britney Spears.

      Marc parpadeó una vez antes de devolver la vista a su móvil.

      —De acuerdo, serán mil.

      —No, no, no, he cambiado de opinión. Los seiscientos y la canción o dejaremos que corran las horas... Y tus ronchas se quedarán ahí para siempre. —Se cruzó de brazos—. ¿Qué pasa? ¿No te gusta Britney Spears?

      —Desde luego, pero tengo la nariz taponada, dolor abdominal y la garganta ardiendo. No voy a dar ningún espectáculo memorable como para que merezca la pena que renuncies al dinero por él.

      —Va a ser memorable por el simple hecho de poner a bailar a mi son a un engreído con dinero. ¿Quién te has creído que eres para comprarme cuando ni sabes lo que tengo o si estoy peor que tú? Te voy a salir bastante carita por hacerte el chulo, guapo.

      Aiko tuvo que contener una risotada. Entre la incredulidad y el shock por la tremenda estupidez que se estaba armando, unida a la expectación que la conversación había levantado alrededor, le hizo gracia que la chica hubiese cogido el guante con tanta originalidad. Ella en sí lo era. Llevaba el pelo tan o más corto que el propio Marc, teñido de un negro azulado artificial, y era tan menuda que apenas le llegaban los pies al suelo estando sentada. Sintió simpatía hacia la chica automáticamente por igualar a su prima Otto en descaro y pasión por el tinte.

      —Muy bien, todo sea por no pasar aquí tres horas —acató Marc—. Dime tu número de cuenta y elige una canción.

      La chica le dijo su nombre completo y el número que le pedía.

      —A lo mejor tu novia escoge mejor el tema que yo —añadió a continuación—. Te conoce más.

      —Ah, no es mi novia —respondió él, tecleando tranquilamente—. Es mi mejor amiga.

      —¿Y eso desde cuándo?

      —Desde hoy. —Encogió un hombro y miró a Aiko—. ¿Qué tal Womanizer? ¿Diría que me define?

      —Supongo que es una pregunta retórica.

      Marc ladeó la cabeza, guiada por una sonrisa maligna.

      —Espero que a ti también te guste cantar y bailar.

      —¿Perdón?

      —Somos amigos, Sandoval. En lo bueno y en lo malo. Hay que contentar a la señorita.

      —¿Qué...? No irás a hacerlo en serio, ¿no? En un hospital no se puede cantar o bailar, puede molestar a los pacientes, y... ¡Marc!

      —gritó, viendo que la agarraba de la mano y tiraba de ella. No fue solo la brusquedad del movimiento lo que llamó su atención, sino la temperatura—. Marc... —repitió. Lo tuvo que decir de alguna forma no inventada hasta el momento, porque él se giró extrañado—. Estás ardiendo.

      Se acercó algo más con el ceño fruncido y le puso la mano en la frente. No era solo fuego porque el sarpullido tuviese fiebre. Él mismo la tenía como síntoma.

      —¿Y de quién podría ser la culpa? —jugo él.

      —No estás en condiciones de...

      —Piensa que, si no bailo, me pasaré aquí tres horas poniéndome peor.

      Marc la soltó y evaluó las posibilidades de un vistazo. No podía creerse que lo estuviese pensando siquiera. Aquella chica estaba de mal humor y le había soltado lo primero que se le ocurrió porque le había parecido estúpido, no era como para hacerle algún caso... Al final los iban a echar antes de que pudieran