Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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unisex durante quince minutos por el rechazo, si es que ese fue el precio para manosearla cuanto quiso. No se le iba a olvidar jamás la cara que puso cuando admitió que necesitaba follársela… Ni tampoco la que se le quedó a él cuando asumió que le costaría un poco más.

      —Ha aclarado que necesita una conexión espiritual para acostarse con un hombre. Evidentemente, no me lo he tragado.

      Nick rodó los ojos.

      —No todas las mujeres mienten.

      —Lo sé, pero ella sí. La primera vez que fui a Leighton Abogados, coincidí con su hermana. Esta debió confundirme con uno de sus novios, porque me avisó de que me rompería el corazón, entre otras cosas. La chica la puso como una mujer fatal..., y me lo creo.

      —A mí no me pareció una mujer fatal cuando le contaba a su secretaria el miedo que le daba quedar con tíos por Internet.

      —Tener miedo a quedar con alguien por Internet no es mojigatería, sino sentido común. Y no hace falta acostarse con desconocidos en bares para ser una rompecorazones. Ninguna actitud llama más la atención de un hombre que la de pobre cachorrita deseosa de que la corrompan. Debe ser su forma de atraerlos, dar esa imagen.

      —También se me ocurre que los tipos podrían enamorarse de ella sin que tuviera que bajarse las bragas —comentó Nick, con su tonito de «mira-que-eres-tonto»—. Yo no veo contradictorias la versión de Sandoval y la de su hermana.

      Marc le dedicó una mirada irónica.

      —Nena, ningún hombre sobre la tierra se enamora de una mujer sin habérsela follado antes. Tampoco suele hacerlo después, solo se lo cree o lo finge porque le conviene.

      —No tienes que venir a hablarme de lo que hacen o no hacen los hombres, estoy mucho más puesta en eso que tú —respondió sin victimismo ni vergüenza—. ¿Qué pasó con exactitud?

      ¿Que qué pasó...? La persiguió, la acorraló y confirmó que no era inmune a él. Pasó que ella se derritió como nadie lo había hecho antes. Y pasó que estuvo a punto de hacerse una paja en el coche de Yasin para calmarse a la vuelta.

      Menos mal que tenía una reputación que mantener.

      —Fui directo. Y luego ella dijo que «soy esa clase de hombre». ¿A qué se supone que se refería?

      —A la peor calaña de hombre que existe.

      Marc sonrió por el cumplido.

      —Y si lo soy, ¿por qué tengo tanta fama entre mujeres?

      —Justo por eso. ¿Nunca te he hablado de mi teoría sobre el hombre malo? Lo buscamos de manera desesperada porque creemos que los podemos volver buenos con nuestro amor puro y entregado.

      —No creo que ella se haya dado cuenta de que soy esa clase de malo. Me tiene como lo que me he presentado, el básico donjuán de manual que aparece en la vida de toda mujer al menos una vez... Pero dudo que haya pasado por su cabeza la idea de presentarme el lado luminoso de la vida.

      —Entonces debe ser muy especial al trato, porque se ha saltado la parte en la que te ve como un hijo de perra sin escrúpulos para ir directamente a lo que eres de verdad. Como yo. ¿Recuerdas la metáfora de las capas de las cebollas?

      —¿La que sacaste después de ver Shrek? —se burló.

      —Esa misma. En dos o tres días, ella se ha comido tres o cuatro capas de las cincuenta que tienes.

      A Marc se le ocurrían otras cosas que podría comerse, y que también harían que se le saltaran las lágrimas. Solo de pensarlo volvía a apretarle el pantalón. No pensaba compartir ese detalle con Nick por si se le ocurría sacar su lado bromista, pero le urgía como pocas cosas tranquilizar ese nervio que Aiko le había sacado a relucir.

      Él se liaba con quien fuese, dependiendo de su estado de ánimo. A veces mojigatas, a veces fáciles, a veces complicadas... Qué importaba. Sus números de teléfono iban al mismo sitio a final de mes, sin importar sus cualidades o lo bien que lo hubiera pasado tras unas cuantas citas.

      Pero Aiko no era un prototipo, sino todos. Sabía suspirarle su nombre al oído con voz erótica, ruborizarse de vergüenza y rechazarle tajantemente en el mismo minuto. Concentraba todas las personalidades sin dejar de ser dulce y natural. Y su polla se había cansado de relaciones amargas y revolcones picantes: ahora quería un azúcar hasta que le diagnosticaran diabetes.

      —Las capas de las que nos tenemos que librar no son las mías, sino las suyas —murmuró pensativo—. Ya te he dicho que está fingiendo para ponerse por encima de mí.

      —No dudo que quiera ponerse encima de ti...

      Marc tardó un segundo en responder por culpa de la imagen que invadió su pensamiento. No se la podía imaginar encima con la actitud que había tenido, y por el momento no tenía espacio para otra fantasía que no fuese la de aplastarla bajo su cuerpo. La quería a su merced... No a ella, sino a su máscara. Su personaje tierno. No le entraba en la cabeza que esa pudiera ser la Aiko real. Ninguna mujer con su cara, su culo y su inteligencia podía ser así. Y se zampaba libros eróticos de diez en diez, por Dios, debía pasarse los malditos fines de semanas follando con uno de sus nueve novios. De pensar que tuviera solo uno y mientras estuviese jugando con él a hacerse la virginal, se ponía enfermo. Y no porque le diese pena su compatriota. Se daría pena él mismo por no ocupar su lugar en la cama de la princesa de Japón.

      —Acabará encima de mí en ese sentido, te lo puedo asegurar, pero antes tengo que pillarla por alguna parte. Es una de esas mentirosas compulsivas que finge tener puntos débiles cuando no existen. Y aunque lo tuviese, no me sobra tiempo para buscárselo. Me convertiré en el primero, y de ahí, que sea lo que deba ser.

      La canción terminó con el último «de quién es usted» que dejó a Marc pensando. Era evidente que Aiko Sandoval no era como le estaba mostrando. No tendría sentido. Pero entonces, ¿quién era ella? ¿De quién era ella? ¿De quién había sido en el pasado? Probablemente fuese una de esas mujeres superficiales, seguras de su belleza y muy orgullosas de sus triunfos, que se permitían ir por ahí pisoteando a los demás. Una convenida y embustera.

      Como Sabina.

      Y no, no era uno de esos gilipollas que generalizaban porque alguien le hubiese hecho la púa cuando era joven e inexperto. Era una persona precavida y muy intuitiva que jamás se había equivocado enjuiciando. Todo el mundo respondía a un patrón; por eso podían crearse personajes, horóscopos, test de personalidad e hipótesis y tratamientos psicológicos, porque encajaban con una mayoría. Y Aiko, si no era una Sabina, al menos se parecía muchísimo. Lo que estaba claro era que ningún hombre, mujer o niño, podía ser solo bueno, generoso, inteligente y atractivo. Nadie podía no tener defectos. Y los que parecía que no los poseían, al final resultaban siendo los más averiados.

      —¿Cómo piensas hacerlo? Ya te ha dicho que no va a caer fácil.

      Marc miró a Nick sin saber si responder. Su secretaria parecía una mujer dura de pelar, una frívola y taimada de tomo y lomo, pero había tanto detrás de esa fachada que no siempre se atrevía a decirle la verdad. Conociendo ciertas cosas que sabía, no podía soltar sin más sus pretensiones, cuando la tocarían de cerca.

      Esa vez no pudo hacer una excepción y se sinceró, a sabiendas de que lo censuraría.

      —Crearé ese vínculo.

      —No te va a resultar difícil —respondió ella. Marc la miró a los ojos, buscando un reproche—. ¿Qué? ¿Piensas que te voy a decir que te estás pasando?

      —Por eso estás donde estás, porque me pones freno.

      —Y deberías poner el freno aquí —apostilló dirigiéndose a la puerta—, pero llevo años oyéndote hablar de lo que Campbell os hizo a tu madre y a ti, y... sé que el fin no justifica los medios. Sé que son los sentimientos de una persona inocente con lo que vas a jugar. Y sé que debería mostrar más empatía cuando me consta mejor que a nadie todo lo que va a sufrir, como debería odiarte por sugerir