La segunda serie examina la manifestación del Reino en la historia, la idea de crecimiento del Reino a partir de lo pequeño o aparentemente insignificante, como el grano de mostaza que va germinando. La tercera serie examina la idea de «fermentos», especialmente el fermento moral con sus posibilidades de transformación del mundo:
Así que llegamos a la conclusión de que la fermentación moral en su más alta potencia se produce por el afecto inspirado por un amigo superior. Ernesto Renán dijo que fue el Cristo de San Lucas el que conquistó al mundo. Lucas es el escritor que supo presentar al Cristo amigo de los publicanos y pecadores. Y el cristianismo ha alcanzado grandes triunfos morales a lo largo de los siglos en la proporción en que Cristo mismo se ha presentado como el eterno amante de las almas.34
El segundo gran tema es el del amor de Dios, es decir que Jesús tenía un concepto «del amor sin límites como expresión de lo que Dios es y de lo que el hombre debe ser».35 Este tema también es examinado en tres series de parábolas a cada una de las cuales se dedica un capítulo.
Para Jesús el amor de Dios no se reduce a la benignidad general; es una cualidad que individualiza. Dios no se limita a amar al hombre, en el sentido de la raza; ama a hombres, y a éstos no los ama a causa de sus buenas cualidades, sino a pesar de sus malas cualidades. Tal amor es mucho más que sentimiento; es un principio activo, que se preocupa, que busca, que redime, que salva, que restaura, sea lo que fuere la palabra que se emplee para designar la verdad suprema que, tras de la tenue cortina de las apariencias, hay Uno cuya actividad amorosa se siente de modo efectivo en la experiencia de los hombres.36
El tercer tema que Mackay encara en otras tres series de parábolas es el que apunta al meollo ético de la enseñanza de Jesús: «Su concepto de los principios de justicia que constituyen la economía moral del universo».37 Recordemos que la falta de relación entre religiosidad y ética era una preocupación fundamental de la crítica protestante al catolicismo latinoamericano. Lo notable de la cristología de Mackay es que no entra en la cuestión ética sin haber examinado primero el campo teológico más amplio, en los dos temas que señalábamos en los párrafos anteriores. Con ello sienta un principio que la cristología evangélica de hoy nunca debiera olvidar, porque no se puede demandar una ética cristiana a un pueblo que desconoce el poder redentor de Jesucristo. Por ello los evangélicos no parten a priori de la afirmación de que América Latina sea ya un continente cristiano. En este punto expresan un contraste abierto con los teólogos católicorromanos. Comentando la parábola del Buen Samaritano, Mackay concluía:
Hace falta algo más para que se traduzca el espíritu del Buen Samaritano en la filantropía que requiere una época que tiene a su zaga cerca de veinte siglos de cristianismo. No basta la caridad esporádica, ni aun la caridad sistemática, para el alivio del sufrimiento; corresponde ante todo a los buenos samaritanos de hoy manifestar su pasión humana en forma que contribuya a que desaparezcan las causas evitables del sufrimiento. He aquí una caridad mucho más difícil, más complicada y prosaica que el auxilio directo a favor de los necesitados. Muy necesario será siempre disponer de aceite y vino que cicatricen heridas y de brazos que carguen con infortunados caminantes, pero más necesaria aun es la caridad que estudie el problema que ofrecen las crueles manos que hieren y la insensibilidad de aquellos capaces de presenciar el dolor humano sin sentir responsabilidad alguna.38
Al igual que otros misioneros evangélicos, Mackay traía una visión pietista, atenta a la conversión personal y al cultivo de la relación con Dios en una vida de piedad disciplinada. Pero el trasfondo reformado de Mackay lo llevaba más allá, a formular la necesidad de una ética social de manera que los discípulos del maestro no se limitaran a servir a las víctimas de la injusticia sino a corregir las estructuras injustas. Ese era el Cristo Salvador y Señor que Mackay proclamaba a las juventudes universitarias allá por la tercera década del siglo veinte, cuarenta años antes de que empezara a avizorarse la posibilidad de un redescubrimiento del Cristo de las Escrituras y una teología de la liberación. Años más tarde en su comentario a la Epístola a los Efesios, Mackay desarrolló su Cristología con las notas escatológicas de la visión paulina que enriquecían toda una visión de la historia en la que se advertía «el orden de Dios y el desorden humano».
Así la Cristología del Protestantismo inicial representa una corriente de agua fresca en medio del desierto que reinaba en la vida religiosa y espiritual del continente a comienzos del siglo veinte. Todos los aportes posteriores que consideraremos no hubiesen sido posibles sin esta labor pionera de los fundadores de iglesias que se expresaron en un lenguaje pastoral sencillo como Penzotti y Ritchie, o los teólogos evangelistas que como Mackay hicieron resonar el Evangelio de Jesucristo en el mundo estudiantil y en los círculos culturales de iberoamericanos.
El Congreso Evangélico Hispanoamericano de la Habana
Un indicador del avance evangélico en Iberoamérica fue el Congreso que se realizó en La Habana del 20 al 30 de junio de 1929. Era la tercera reunión continental luego de la primera que se había celebrado en Panamá en 1916, y la segunda que se había realizado en Montevideo en 1925. En la secuencia de estas reuniones se había dado una progresiva latinoamericanización del Protestantismo. En los tres casos el Comité de Cooperación en América Latina fue auspiciador pero mientras en Panamá la iniciativa era de las agencias misioneras de habla inglesa y las reuniones fueron en inglés, en Montevideo el encuentro fue bilingüe y en La Habana se realizó en castellano. En La Habana hubo 169 delegados que representaban a 13 países; 86 eran latinoamericanos, 44 eran misioneros y hubo 39 representantes de juntas y especialistas. Como lo dice Gonzalo Báez-Camargo, el cronista del evento: «El de la Habana fue un congreso organizado y dirigido por latinoamericanos. Desde el comienzo de los trabajos de organización, durante las sesiones y hasta su clausura los evangélicos de Estados Unidos dejaron la responsabilidad de la dirección en hombros de los latinoamericanos».39 Era una señal de que ya había un protestantismo latinoamericano vigoroso de modo que Alberto Rembao podía decir unos años más tarde: «Hay ya un protestantismo criollo por contraste con el protestantismo ‘exótico’ congregado en torno a misioneros de afuera como hace cincuenta años… el hecho cultural religioso, palpable y tangible es que ya se es protestante en español. El mensaje ya brota del suelo…»40
De entrada el Congreso ofreció un «Panorama religioso de Hispanoamérica» que tiene notas polémicas vigorosas y se construye en diálogo con intelectuales destacados como el argentino Ricardo Rojas, la chilena Gabriela Mistral, el peruano Manuel González Prada, entre otros. Así la generación protestante que participa en el Congreso va alcanzando también madurez teológica al estar en condiciones de entender las corrientes renovadoras de su propia cultura latinoamericana. Si bien Hispanoamérica puede parecer a los ojos de un observador distraído como profunda y totalmente católica, «una mirada atenta descubre, a poco ahondar, la complejidad del fenómeno religioso». Dice el informe, «Las masas practican una religión extraña que quiere ser católica del tipo tradicional, pero en la que realmente se involucran con brumosas ideas cristianas, conceptos paganos y prácticas fetichistas».41 Por otra parte, «Por lo que toca a la aristocracia y a los ‘católicos ilustrados’, profesan la religión por conveniencia social, como timbre de distinción, como algo indispensable para dar mayor suntuosidad y notoriedad a las grandes ocasiones de la vida: bautizo, primera comunión, matrimonio, defunción…»42
Hay también referencia a las dimensiones