Como ya vimos, en el Congreso se consideró un panorama de la situación espiritual y religiosa de América Latina. Luego de describir la religiosidad muerta y formal predominante, Báez-Camargo decía que no todo en el panorama latinoamericano era sombrío. «Corrientes espirituales de vario matiz luchan desesperadamente por inyectar en la sangre de este continente enfermo, la fe en las funciones más altas de nuestro espíritu, la confianza en las Fuerzas invisibles que crearon y sostienen el cosmos, y la posibilidad de la comunión con ellas».7 En medio de estas corrientes que buscaban una moral sin dogmas, la religiosidad oriental, el cristianismo social o el espiritualismo místico, Báez-Camargo se refiere también a otra corriente: «Pero no pocos miran a Jesús. No siempre lo perciben en toda su significación. Pero se esfuerzan en conocerlo e interpretarlo».8 A él mismo le tocó pronunciar el mensaje de clausura, y cita de dicho mensaje:
No al Cristo literario de Renán, no al Cristo socialista de Barbusse, no al Cristo nimio de las leyendas católicas, bellos Cristos a medias, sino al Cristo único, el de los Evangelios, el Hijo de Dios, redentor del Mundo, Espíritu Eterno cuya obra ayer, hoy y por todos los siglos, es la transformación de los corazones.9
Podría decirse que la agenda cristológica que el Congreso de La Habana propuso, la transformó Báez-Camargo en su propia agenda teológica y literaria. Veamos algunos aspectos de la misma.
El redescubrimiento de la humanidad de Jesús
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