23 Más yo os digo, 1964, p. 10.
24 Ibid., p. 12.
25 Ibid., p. 15.
26 Ibid., p.14
27 Ibid., pp. 17-18
28 Ibid., 21
29 Ibid., p.23
30 Ibid., p.27
31 Ibid., p. 28.
32 Ibid., p. 55.
33 Ibid., p. 78.
34 Ibid., p. 112.
35 Ibid., p. 55.
36 Ibid., pp. 123-124.
37 Ibid., p. 55.
38 Ibid., pp. 190-191.
39 Citado por Wilton M. Nelson,»En busca de un protestantismo latinoamericano. De Montevideo 1925 a La Habana 1929», en CLAI, Oaxtepec 1978. Unidad y misión en América Latina, CLAI, San José, 1980, p. 37.
40 Alberto Rembao, Discurso a la nación evangélica, La Aurora, Buenos Aires, 1949, p.15.
41 Gonzalo Báez-Camargo, Hacia la renovación religiosa en Hispanoamérica, Casa Unida de Publicaciones, México, 1930, p. 9.
42 Ibid.
43 Ibid., p. 10.
44 Ibid., p. 11.
45 Ibid., p. 14.
46 Ibid., p. 140.
47 Ibid.
48 Ibid.
49 Ibid., p.141.
50 Ibid., p.142.
5
Inicios de una Cristología evangélica latinoamericana
En Cristo se nos revela un Dios trabajador. Viejas religiones y filosofías concibieron un Dios inmóvil e indiferente, o una especie de sátrapa oriental divinizado, que se recostara muellemente en sus cielos altísimos, en dulce y eterna holganza, sin más quehacer que recibir las alabanzas de su corte celestial y deleitarse con la música de las esferas. Y es como si Cristo descorriera en Su persona la cortina de los cielos, y nos mostrara –¡sea dicho con toda reverencia!– a un Dios «en mangas de camisa», a un Dios ocupado en los arduos quehaceres de guiar a su destino un mundo en que la voluntad pecaminosa e insurrecta de los hombres, le crea infinitos problemas y dificultades. «Mi Padre –decía una vez Jesús– hasta hoy trabaja, y yo también trabajo». Estas manos fuertes y encallecidas del Cristo obrero, son un llamado, en primer lugar, a cooperar con él (Gonzalo Báez-Camargo, Las manos de Cristo, 1950).
El vigor de la experiencia inicial del encuentro con el Cristo de los Evangelios inspira en las primeras generaciones de evangélicos latinoamericanos una riqueza de formas literarias dirigidas a la proclamación. La reflexión teológica sistematizada vendrá más adelante cuando el pueblo evangélico vaya entrando en su mayoría de edad. Es así como las primeras expresiones evangélicas latinoamericanas van a encontrarse en el periodismo, la himnología, la poesía, y sobre todo la predicación. Son esas las manifestaciones que tenemos que explorar, ya que para la reflexión sistemática estas primeras generaciones se nutren más bien de traducciones de clásicos evangélicos del mundo anglosajón. Sin embargo, si prestamos atención a sus escritos notaremos también un uso creativo de las Escrituras, un procedimiento hermenéutico y contextual que todavía no se ha apreciado en todo lo que vale.
No se debe descartar el valor de las fuentes mencionadas para una elaboración cristológica. Si tomamos por ejemplo el caso del periodismo, estamos frente a un esfuerzo por alcanzar a un gran público con aspectos específicos del mensaje evangélico referidos a Jesucristo. Si tomamos la himnología y la poesía estamos frente a manifestaciones que resultan especialmente importantes en la formación de los creyentes evangélicos mediante la liturgia y la educación cristiana. En los ejemplos que vamos a usar estamos limitados por los materiales de que disponemos, pero creemos que se trata de figuras y textos representativos.
La lectura pública de la Biblia y el canto ocupan un lugar central en la experiencia evangélica, que en las primeras décadas de la presencia protestante tanto en España como en Iberoamérica contrastaba con la forma de culto tradicional y la liturgia católica. Ambas costumbres típicas de la cultura evangélica se cultivaban aun en las congregaciones rurales más alejadas, donde a veces no había instrumentos musicales. En ambas prácticas la memorización jugaba un papel importante. La traducción de la Biblia más usada por los evangélicos era la de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, una de las joyas de la literatura del siglo de oro por la belleza y claridad de expresión. Además el pequeño Protestantismo español del siglo XIX y comienzos del XX, perseguido y hostilizado por la intolerancia, pese a ello había contribuido a los países de habla hispana con la riqueza de una himnología de gran calidad literaria, a veces original y a veces traducida del inglés.
Los evangélicos de las primeras décadas del siglo XX leíamos la Biblia y cantábamos en buen castellano. Nuestro vocabulario se había enriquecido con la lectura y el aprendizaje de aquella traducción de Reina y Valera y de los himnos. Cuando yo era niño en la década de 1930, en mi Arequipa natal en el sur del Perú, los chicos de la iglesia evangélica cantábamos de Cristo. Aún recuerdo aquel himno cristológico que en el estribillo se hacía más agudo:
Cantaré a Cristo quien en humildad obró siempre
la divina voluntad
Los enfermos el sanó, a los muertos levantó,
A los pobres el colmó con su bondad
Es sin igual en su infinito amor, pues en la cruz allí su vida dio por mí
Ensalzaré su dulce nombre sí, ¡Oh Salvador eterno, loores doy a ti!
Las imágenes verbales, al igual que las láminas de colores, iban formando