Y aquí mi tesis es que hacia 1916 el protestantismo misionero latinoamericano es básicamente «evangélico» según el modelo del evangelicalismo estadounidense del «segundo despertar»: individualista, cristológico-soteriológico en clave básicamente subjetiva, con énfasis en la santificación. Tiene un interés social genuino, que se expresa en la caridad y la ayuda mutua pero que carece de perspectiva estructural y política excepto en lo que toca a la defensa de su libertad y la lucha contra las discriminaciones; por lo tanto tiende a ser políticamente democrático y liberal pero sin sustentar tal opción en su fe ni hacerla parte integrante de su piedad.19
Esta Cristología del Protestantismo inicial se definía básicamente en los términos de la polémica contra el catolicismo, pero la observación de Mackay acerca del docetismo de la cultura ibérica llevaba el debate más atrás, al proceso de definición cristológica de los primeros siglos de la historia cristiana. Un elemento importante a tomar en cuenta es que esta Cristología se construía fundamentalmente sobre el dato bíblico y se comunicaba muchas veces como comentario al texto de los Evangelios y las Epístolas.
Cristología de la proclamación misionera a las élites
En contraste con Penzotti y Ritchie que se mueven, por así decirlo, a ras del suelo entre el pueblo latinoamericano, Juan A. Mackay concentra su atención en las élites. Crea un colegio en Lima al que trae como profesores a los jóvenes inquietos que había conocido en la Universidad de San Marcos, en la cual obtuvo su segundo doctorado y actuó luego como profesor. Ya se ha señalado el valioso análisis de la religiosidad latinoamericana ofrecido por Mackay en El otro Cristo español. En las últimas páginas de esa obra el filósofo misionero escocés trazaba un programa para la evangelización del continente, con una nota cristológica bien definida: «La suprema tarea religiosa que espera ser realizada en América Latina, es la de reinterpretar a Jesucristo ante pueblos que nunca lo han considerado en forma alguna significativa para el pensamiento o para la vida.»20 Mackay especifica bien algunos aspectos fundamentales del programa que le parece necesario y urgente:
El movimiento religioso que tenga porvenir en Sudamérica necesita saber discernir la significación de Jesús como «Cristo» y de Cristo como «Jesús» en relación con la vida y el pensamiento en su totalidad. Debe basarse en un mito que sea más que mito, la realidad histórica de la aproximación de Dios al hombre en Cristo Jesús, no sólo bajo la forma de la verdad para iluminación del ideal humano y del significado del universo, sino en forma de gracia para la redención y para equipar a los hombres para la realización del plan divino de las edades.21
Con estas palabras queda planteado lo que ha de ser un punto de tensión de la Cristología protestante en nuestro continente, y que no ha sido adecuadamente tratado todavía. Por un lado el anuncio de Jesús como modelo de humanidad y ejemplo de vida, como Maestro cuyas enseñanzas revelan el amor de Dios y el designio divino para la vida, es decir: «forma de la verdad para iluminación del ideal humano y del significado del universo». En Europa y Estados Unidos esta dimensión de la predicación acerca de Jesús era recalcada por el Protestantismo liberal y resultaba atractiva a los latinoamericanos inquietos de los medios intelectuales y estudiantiles. Pero por otro lado, como Mackay bien señala, los seres humanos necesitan «gracia para la redención y para equipar a los hombres para la realización del plan divino». Esta dimensión redentora, que recalca el poder de Dios disponible para el ser humano en el nombre de Jesucristo, es la nota distintiva de los misioneros evangélicos que anunciaban también la regeneración y demandaban la conversión.
El Maestro Jesús de Galilea
Durante seis años (1926-1932) Mackay residió en Montevideo y luego en México, y desde esas bases recorrió el continente como evangelista auspiciado por la Asociación Cristiana de Jóvenes. Había comenzado esa tarea años antes, cuando todavía trabajaba en Lima como director de su célebre «Colegio AngloPeruano». Sus informes misioneros demuestran que la apertura que encontró en la juventud y entre intelectuales inquietos lo convenció de la urgente necesidad de una renovación espiritual profunda que alcanzara a las élites latinoamericanas, y decidió dejar su tarea educativa y dedicarse por completo a viajar predicando y escribiendo. El libro Mas yo os digo… resume la cristología del mensaje que su autor había proclamado a cientos de auditorios juveniles por los caminos de América.22 El libro se concentraba en la personalidad de Jesús como Maestro y el autor decía en su prólogo:
A las personas sinceras y libres que deseen unirse a la búsqueda de Jesús y sus palabras, que nuestra generación ha intensificado, dedico esta obra modesta. No pretendo en ella hacer un retrato completo de la imponente figura del Galileo, ni ofrecer un estudio completo de sus enseñanzas. La tarea que me he propuesto es mucho más humilde. Quisiera dibujar aquel aspecto de su personalidad en que resalta el maestro por excelencia, introduciendo en seguida a mis lectores a algunas de aquellas parábolas maravillosas en que Aquél consignara algunos de sus más bellos y profundos pensamientos.23
La personalidad docente de Jesús
El primer capítulo del libro traza la personalidad docente del Maestro, y de esa manera nos aproximamos a esa «humanidad» de Jesús desconocida en América Latina. Al ir describiendo el estilo y el método pedagógico del Maestro, Mackay va trazando los rasgos de una persona concreta que se nos presenta como modelo de humanidad. En primer lugar destaca su autoridad moral: «Algo había en el porte del Maestro que imponía el respeto y obligaba la atención...La sensación de autoridad que Jesús comunicaba a sus oyentes se debía en parte indudablemente a esa cualidad tan misteriosa y difícil de analizar que llamamos personalidad».24
Aquí Mackay pone énfasis en la correspondencia perfecta entre las ideas y la persona del Maestro: «Lo que Él era iba ejerciendo paulatinamente tal influjo sobre los que le conocían que les resultaba lo más natural acatar sus enseñanzas». 25 La personalidad y las palabras de Jesús no eran sólo información frente a la cual se podía permanecer neutral sino que enfrentaba a las personas consigo mismas: «La reacción que el encuentro produzca marca siempre la hora decisiva en la historia del individuo, pues, ante la luz de la verdad desnuda no hay neutralidad posible».26
La cualidad que luego se destaca en Jesús es la de una simpatía imaginativa: «amaba las cosas y los hombres sintiéndose ligado por tiernos lazos a unas y otros».27 Mackay destaca esta simpatía de Jesús por lo concreto, por los pequeños, por la creación: «El Maestro leía constantemente el libro de las cosas, y el terruño palestino ha quedado inmortalizado en sus palabras. Él no pensaba abstracciones sino cosas. Era más bien el artista que sentía y retrataba la realidad, que no el filósofo que la analizaba y razonaba sobre ella»:28
De Jesús con mayor razón que de cualquiera podría decirse que «nada humano le era ajeno». Quizás sería más exacto decir de Él que «ningún humano le era ajeno», puesto que no pensaba en términos de rasgos humanos sino de almas humanas. Sin dejar de preocuparse por las muchedumbres en masa, se preocupaba especialmente por los individuos.29
Era evidente la sensibilidad de Jesús hacia los pobres y marginados, pero también hacia los ricos y poderosos, esclavizados por su riqueza o su apego al poder.
El método pedagógico de Jesús es analizado luego como revelador de su personalidad. La universalidad de su atractivo se relaciona con la sencillez de su enseñanza:
Como era su propósito que el alcance de sus enseñanzas fuese tan universal como la idea que la inspirara, hablaba en tal forma que no hubiera hombre, por humilde que fuese, que no la escuchara con agrado y con entendimiento. De allí que los Evangelios no han perdido nada de su fuerza ni encanto en los ochocientos idiomas aproximadamente a que se han traducido.30
Mackay asignaba importancia al hecho de que Jesús no hubiese sistematizado sus ideas, «dejándolas verdes y lozanas en el seno del tiempo como la naturaleza reposa en perpetua juventud en el seno del espacio, para que cada generación las ordenara para sí con igual entusiasmo y emoción».31 La capacidad de Jesús de adaptar sus ideas a las circunstancias de sus oyentes y de aunar la máxima claridad con la mayor brevedad era otra evidencia