La Cristología de un colportor
El ítalo-uruguayo Francisco Penzotti (1851-1925) recorrió las Américas distribuyendo la Biblia y luego atendiendo pastoralmente a algunas comunidades metodistas que se habían ido formando. La prensa evangélica en inglés de fines del siglo diecinueve y comienzos del veinte daba cuenta de sus viajes de manera que se hizo famoso, especialmente cuando entre julio de 1890 y marzo de 1891 estuvo preso en la cárcel Casas Matas del Callao, puerto de Lima, por acusaciones instigadas por el clero católico limeño. Las memorias de algunos de sus viajes se publicaron en forma de libro9 y nos ofrecen un interesante cuadro de costumbres sobre las condiciones de vida del pueblo latinoamericano en las décadas finales del siglo diecinueve. Se expone también en ellas las prácticas piadosas propias de la espiritualidad evangélica del colportor, la lectura que hace de la realidad espiritual de las personas y algunas de las notas del mensaje con que acompañaba su distribución de la Biblia.
Penzotti había emigrado de Italia a Uruguay a los trece años de edad en 1864 y el trabajo duro y el ahorro le habían dado una medida de éxito.10 Traía del hogar materno las prácticas piadosas de un catolicismo popular sencillo, pero algunas decepciones por la conducta de un sacerdote lo llevaron a una actitud de rechazo de la religiosidad formal y de rebeldía ante lo religioso. Mientras estaba en una fiesta recibió de un colportor un ejemplar del Evangelio de Juan, cuya lectura empezó a inquietarlo a él y a su esposa Josefa en una búsqueda espiritual. En 1875, en el templo de la calle Treinta y Tres en Montevideo escuchó la predicación del elocuente pastor Juan F. Thomson, ya famoso en Argentina, lo cual lo llevó a una experiencia de conversión y seguimiento de Cristo. Inmediatamente se convirtió en un propagador entusiasta de la recién hallada fe, y el contacto con los misioneros Andrés Milne y Tomás Wood lo llevó finalmente a dejar su trabajo para entregarse por entero a la propagación del Evangelio, emprendiendo largos y penosos viajes de distribución de la Biblia y predicación, primero por la Argentina, Bolivia, Chile y Perú y más adelante por América Central.
Al narrar sus viajes por Bolivia y su llegada a la ciudad de Sucre, Penzotti describe sus encuentros con dos niños indios a quienes tiene oportunidad de explicar su mensaje de salvación personal por fe en Cristo. Los niños empiezan a hacerse propagandistas de las Biblias a su manera y Penzotti cuenta que cierta noche se arrodilló a orar por el resultado de su trabajo de ese día:
Estaba por terminar cuando repentinamente la puerta fue abierta desde afuera, sin ceremonia alguna y una mujer bañada en lágrimas, penetró gritando –«¿Hay salvación para mí?». Era la madre de los dos indiecitos. La hice sentar al tiempo que le decía –«Sí, doña Carmen, hay salvación para usted.» Pero ella insistió: «Ah, pero es que usted no me conoce. ¡Yo soy una gran pecadora!» Con paciencia y dulzura le expliqué que Cristo vino al mundo justamente para «salvar a los pecadores» y que los que no se salvan son únicamente los que no quieren reconocerse pecadores o los que reconociéndose como tales, buscan salvación en alguna otra persona o cosa que en Cristo. El resultado fue que aquel hogar, si tal nombre pudiera darse a la miserable chocita en que vivían los tres indios, se convirtió en algo que hacía alegrar a los ángeles. Allí Cristo se hizo dueño y Señor de cada uno de aquellos sencillos corazones, y por consiguiente resplandeció la luz y reinó la paz que Dios da a la conciencia del perdonado, y el testimonio que el Espíritu Santo da al alma salvada. Aquel rancho fue desde entonces un foco de luz. No digo que eran teólogos que podían enseñar las profundidades de las Escrituras a sus vecinos, pero sí podían darles testimonio del poder que Cristo tiene para salvar al que le acepta y para transformar por completo sus vidas.11
Cristología de un misionero independiente
Representante típico de los misioneros protestantes de juntas «independientes»12 fue Juan Ritchie (1878-1952). Empezó sus labores en el Perú bajo los auspicios de la Misión al Perú Interior13 y más tarde con la Unión Evangélica de Sudamérica. Sus esfuerzos de evangelización personal de casa en casa, de pueblo en pueblo, y por medio de la literatura se unieron a los de pequeños núcleos de evangélicos que ya existían, culminando en la formación de la Iglesia Evangélica Peruana, una de las más extendidas en el Perú actual. Más tarde trabajó con la Sociedad Bíblica Americana en el área andina y del Pacífico, y dedicó tiempo a las actividades ecuménicas a nivel continental y a la reflexión sobre metodologías misioneras. Sus prácticas y énfasis en la labor misionera siguieron principios que han quedado plasmados en dos de sus libros.14 Ritchie fue una de las voces más articuladas de su tiempo, especialmente en centenares de artículos y editoriales que preparó para las dos revistas que fundó y difundió ampliamente: El Heraldo y Renacimiento. Del examen de este caudal de periodismo evangélico podemos colegir los rasgos más destacados de su cristología.
Se trata en primer lugar de una Cristología que se define en relación con la salvación. Es una nota que el pietismo y los avivamientos evangélicos tomaron de la herencia protestante destacando la significación de la experiencia personal en la apropiación de la verdad para la vida: «Creemos que Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo de Dios, que Él es el único Salvador de los pecadores y el único Mediador entre Dios y los hombres; y que por su muerte expiatoria en el Calvario el perdón perfecto y la vida eterna se ofrecen gratuitamente a todos los que confían en Cristo y obedecen sus mandatos».15
Una convicción evangélica predominante que se encuentra en toda la literatura misionera de la época era que en América Latina había un gran desconocimiento de Cristo. El primer editorial de El Heraldo, al trazar su programa de acción decía:
Emprendemos esta obra porque creemos que las doctrinas de Jesucristo y sus apóstoles son muy poco conocidas en el país. Y esto no quiere decir que lo que no es conocida es nuestra doctrina, ni aun nuestra interpretación de la cristiana. Sabemos que son muy pocas las personas que han leído siquiera uno de los cuatro Evangelios que conservan la enseñanza de Jesucristo. Y no sólo esto sino que los mismos sacerdotes de la Iglesia Romana no los han estudiado. De allí que entre los sermones que se predican en los templos romanos rarísismo es él (sic) en que se ocupa seriamente de explicar la enseñanza de Cristo.16
Para estos misioneros, la dimensión social del mensaje cristiano, encarnado en la persona misma de Jesús, adquiría pertinencia en la crítica a la realidad socio religiosa. En el mismo editorial mencionado Ritchie explicaba por qué su revista iba a utilizar el término «romanista» y pedía por adelantado perdón a quienes se sintiesen ofendidos. Creía que ese término era el más adecuado para describir el Catolicismo Romano. Puede percibirse un dato cristológico favorito dentro de la ironía del siguiente comentario:
En verdad el calificativo correcto sería «Papista» desde que la autoridad papal es la distintiva. Pero por razones que cada uno puede proveer sin que las señalemos no les gusta el nombre. Cristo vivió pobre y sin eclat, sin embargo somos orgullosos de llamarnos cristianos, mientras que el Papa vive en esplendor, con ejército, séquito y palacio, y nadie quiere que se le llame «papista».17
Del trasfondo evangélico y pietista de su formación misionera Ritchie tenía una perspectiva conversionista del evangelio como llamado al arrepentimiento y la fe personal en Cristo y también una esperanza transformadora acerca del impacto que podría causar el Evangelio en la sociedad. De esa esperanza se alimentaba la militancia y el afán evangelizador llevado hasta el sacrificio. Así lo expresa en otro editorial de su revista en ocasión del año nuevo de 1912. Habiendo dedicado unas líneas a describir la situación nacional en el Perú, Ritchie expresaba luego:
En nuestro concepto la bendición más grande que puede venir al país sería un aumento poderoso de la influencia de Jesucristo, su ejemplo y su enseñanza entre todas las clases de la república...He aquí la mejor obra que puede emprender el patriota cristiano, llevar a sus compatriotas a Jesucristo. Al lado de ésta desciende a la insignificancia la fortuna, la posición social, la comodidad de la vida, y todo lo que queda a este lado de la tumba.18
El relato de Penzotti al igual que los escritos de Ritchie, ilustran bien lo que podemos llamar la teología del movimiento misionero inicial