Por eso, estas páginas pretenden atravesar parte del flujo cultural global en un camino que une las ideas, expresadas con una tendencia hacia un tono narrativo y literario, sin perder el interés por la fundamentación de lo dicho por citas y fuentes. Este es un ensayo que no está destinado ni a fanáticos ni a especialistas sólo interesados en los últimos adelantos tecnológicos. Mundo virtual es una reflexión fundada en conexiones múltiples, y una interpretación por la que la era virtual no puede hacernos olvidar la realidad más básica de las cosas en el espacio real.
Vivimos en la era virtual, cada vez le damos más realidad a lo que existe en el ciberespacio, qué duda cabe; cada vez volcamos más atención y energía mental, e incluso afectiva, a lo que transcurre on line, paralelamente a la atracción que sigue dimanando de los mundos-pantalla televisivos. La era virtual es inconcebible sin el mundo digital e internet como la avenida por la que circulan millones de datos, archivos, imágenes, consultas e interacciones de internautas. El estado virtual de la historia es, a su vez, indisociable del capitalismo algorítmico, que ya casi todo lo regula por algoritmos, inteligencia artificial, los sistemas informáticos y los millones de ordenadores en red.
El progreso de la vida informatizada es incalculable. El humano accede y accederá a mejor conocimiento, servicios, oportunidad de negocios, creación de nueva vida por la biología sintética y el mejoramiento de la salud por la biogenética y la nanomedicina; nuevas y promisorias start-ups de diverso tipo. No hay lugar para ninguna marcha hacia atrás. Está vedada la nostalgia por tiempos analógicos y mecánicos, o por las épocas de tecnologías mínimas no invasivas que no separaban todavía tanto al homo sapiens de la naturaleza y su inmensidad. La tecnología expande el poder cerebral. Es la construcción de un nuevo cerebro global en pos de mejores soluciones. Sí, pero…
Somos en una tecnorrealidad porque ya casi nada queda fuera de la realidad suturada por hilos de alta tecnología inalámbrica, y los tejidos que siguen funcionando de engranajes, mecanismos y cables. Tecnorrealidad es la vida ya inseparable de los dispositivos interconectados; vivimos dentro del magnetismo de las pantallas o entre ellas, alrededor de datos, archivos, aplicaciones, flujos de noticias y entretenimientos, o los magníficos logros de disciplinas científicas emergentes. Era virtual es también, entonces, una denominación genérica para el imperio de la tecnorrealidad. Sí.
Pero hoy la ficción de la cultura popular es abundante en visiones posapocalípticas y distópicas. Para estas visiones, el futuro no es un vergel de progreso insistente sino el punto crítico de una gran destrucción. Lo posapocalíptico sobreviene luego del colapso de la civilización, y la supervivencia entre escombros de máquinas, edificios. Supervivencia en mares de fragmentos desconectados…
Casi con toda seguridad nunca habrá ninguna gran catástrofe como las que imaginan muchas series, películas o novelas. No. Pero lo posapocalíptico es al menos una buena gimnasia para cuestionar los sueños utópicos de los transhumanistas de Silicon Valley1. El miedo posapocalíptico es el puñal de la desconfianza hundido en el pecho del futuro; es la creencia en la distopía posmoderna: el mañana no será el jadeo de lo mejor entre máquinas radiantes, sino un sistema cada vez más sombrío para lo humano. Pero lo que vendrá seguramente no sea ni el progreso absoluto ni la destrucción explosiva (a no ser que una catástrofe climática acabe o diezme a nuestra conflictiva especie).
No es posible ya vivir al pie de las montañas, cerca de bosques o rodeados por llanuras. Claro que muchos viven y seguirán viviendo al pie de las montañas, cerca de los bosques o rodeados por llanuras, pero en una deteriorada interacción con los ambientes ecosistémicos, donde la naturaleza no es ya un rico sistema de símbolos como en las civilizaciones míticas, sino un espacio cuyo valor de civilización depende de estar integrado a la comunicación satelital global y la geolocalización.
Amplios ámbitos de lo humano se beneficiarán cada vez más por el tren del desarrollo tecnológico que se desplaza sobre dorados rieles hacia el futuro. Sí, pero… Pero una celebración acrítica, rabiosa y entusiasta de la tecnorrealidad irreversible es la más absurda deserción del pensamiento, o más exactamente, es la renuncia al más elemental sentido común. Los beneficios de la alta tecnología no son puro altruismo benefactor ni un actuar en un limbo fuera de intereses políticos, económicos o militares globales. Negar el lado b, el lado peligroso de la evolución de la tecnorrealidad constituye un negacionismo funcional al Poder que avanza con su voluntad de dominio desde subsuelos ancestrales de la historia.
Las grandes empresas informáticas son protagonistas fundamentales de la era virtual. Su posición estratégica para controlar la información les da inaudito poder económico y capacidad de multiplicación del lenguaje publicitario que escribe el deseo del sujeto digitalizado. A su vez, la tecnología de vanguardia, con sus ingentes recursos de inversión en investigación, alienta el optimismo utópico de Silicon Valley. Un nuevo pensamiento mesiánico que augura que por la sola gestión tecnocrática de la vida es posible arreglarlo todo: más progreso, menos guerra, menos hambre, más longevidad o, incluso, en sus afiebrados sueños, la vida inmortal. El mundo virtual como tecnorrealidad y como cobijo de la utopía de Silicon Valley que promete resolverlo todo, a condición de castrar al pensamiento del poder crítico respecto al sistema, sus sombras e incertidumbres.
Como toda época de la historia, la era virtual y su complejo de tecnorrealidad exudan ambigüedad. Dado que el hombre y sus ambiciones están de por medio, no puede ser de otra manera: desarrollos maravillosos para la humanidad y, al mismo tiempo, nuevas armas para la construcción de un sistema de dominación cada vez más eficiente de las conciencias, los deseos y los cuerpos.
En la era virtual, los algoritmos regulan casi todo. En ese sistema, los individuos son datos: datos biométricos para el inmediato reconocimiento de los rostros por reconocedores faciales, al tiempo que se desvanecen los “viejos” poderes expresivos del rostro para el ojo sensible del arte; en la era virtual no es posible ignorar la ciberadicción con su arsenal de categorías descriptivas específicas: nomofobia, fobia a salir del departamento sin el celular; phubbing, ignorar a los otros en una reunión al escondernos en nuestros teléfonos inteligentes; o phone-fanáticos, los que no toleran que su celular esté apagado incluso en las noches; o la tendencia ya fuertemente instalada a mostrarnos no desde nuestro yo real sino desde un yo virtual que creamos en las redes convertidas en un gran teatro digital.
Cuando hablamos de la era virtual en este momento histórico de tecnorrealidad tenemos que especificar el alcance de “lo virtual”. Esto es algo más profundo que hablar sólo de sexo virtual, monedas virtuales, amistades virtuales, simulaciones virtuales. Lo virtual es, primero, un modo contemporáneo de construcción de realidad. Una hiperrealidad. Ya no sólo la realidad ambiental, tridimensional o física, sino un modo de ser real construido por los medios de la tecnología digital y sus pantallas y cascos virtuales.
Una cuestión esencial es pensar si la nueva realidad virtual debe ser vivida como “más real que lo real”, o sólo como una realidad simulada siempre en interacción con lo real como tal. El peligro es siempre que lo virtual pretenda desplazar a la realidad del espacio tridimensional y a la luz natural. Cuando domina esta tendencia, lo virtual se convierte en expresión de una “cultura del simulacro”, como ya había propuesto Baudrillard en los 70. En este libro propondremos que lo virtual es una simulación de realidad que no puede autoproducirse o existir apiñada en un programa, como la matrix de la célebre película homónima, sino que necesita siempre del espacio real y de las señales electromagnéticas que circulan por él. Lo virtual es una posibilidad de “otra realidad” mediante la representación o duplicación de lo real, pero no su reemplazo.
Y lo virtual no debiéramos entenderlo sólo como realidad virtual en los términos de la tecnología informática contemporánea. Lo virtual es, primero, un modo de presencia introducido por las imágenes o representaciones ya desde la prehistoria. Toda imagen de algo creada por el humano hizo de lo representado por esa imagen algo “virtual”. Por ejemplo: en las cavernas paleolíticas prehistóricas los cazadores-recolectores pintaban ciervos, bisontes, los animales