También en La Serena la vida cultural estuvo dirigida fundamentalmente hacia la música, y mantuvo salas ocasionales hasta enero de 1851, cuando los vecinos José Monreal y Félix Marín inauguraron un defectuoso y estrecho teatro, ampliado años después por el arquitecto alemán Guillermo Schemberg. Allí se desarrollaba una activa vida musical, que se reproducía en las casas de las familias de la elite por numerosos grupos de aficionados, muchos de ellos discípulos del profesor de piano Enrique Manfredi418. En 1886 el municipio autorizó al intendente Emilio Gana para levantar un empréstito de 60 mil pesos a fin de construir uno nuevo en el lugar entonces ocupado por el cuartel de policía419. Ese mismo año la Municipalidad de Quillota contrató un préstamo para adquirir y arreglar un teatro alzado allí en 1852 por una sociedad anónima420. Talca tenía un teatro hacia 1850; en 1860 se construyó otro que, demolido en 1872, fue reemplazado por uno de gran calidad421.
Los teatros, aunque en general eran de proporciones reducidas, contaban con las comodidades propias de esos locales, y facilitaron complejos procesos de diferenciación social vinculados al vestuario femenino y masculino y, en especial, al costo de los asientos preferentes y de los palcos422. Desde este punto de vista, el Teatro Municipal de Santiago construido en 1857 sobre el solar en que había estado la Universidad de San Felipe, destruido por un incendio en 1870, y reconstruido en el mismo lugar y entregado al público en 1873, se convirtió para la elite en un indicador de la importancia relativa de sus integrantes.
Es interesante destacar la situación de Valdivia, ciudad en la que según el pintor Simon le subrayó a su cónyuge, “ante todo se ama la música”423. Esto fue, sin duda, consecuencia de la influencia de los colonos alemanes, que si bien no alzaron un teatro como en otras ciudades chilenas, fueron capaces de organizar conjuntos vocales e instrumentales de calidad. Así, el mismo Simon, obligado por sus vecinos, debía cantar lieder acompañado de una guitarra. La interpretación de música vocal o instrumental en las casas o en las asociaciones musicales, en que, al contrario que en el resto del país, no imperaba la ópera italiana sino los conciertos y la música de cámara, fue, sin duda, un elemento fundamental de la sociabilidad valdiviana. Pero no se satisfacía con eso la vertiente melómana de sus habitantes. Llama la atención, en efecto, la sostenida actividad creadora de obras para piano, canto y orquesta. Así, por ejemplo, del polifacético Guillermo Frick se cuentan más de 150 composiciones, desde lieder hasta una opereta424.
El predominio de la ópera, que supuso la actuación de cantantes extranjeros y el tránsito de los gustos musicales desde Rossini a Bellini y Donizzeti y de estos a Verdi, dio origen a otra actividad, la crítica musical, tempranamente ejercida desde la prensa. En el Teatro de la Victoria las funciones de ópera constituían el gran atractivo de Valparaíso, con representaciones ofrecidas dos veces por semana en la temporada que iba de octubre a marzo. Pero los viajeros coincidían en que no era el gusto por la música el principal atractivo de la temporada. Refiriéndose a las mujeres, un extranjero estimaba que “a ellas les gusta ver y ser vistas, pues a nadie le agrada más la multitud que a mis bellas amigas chilenas”425.
También la música instrumental tuvo entusiastas adherentes, y a su difusión contribuyó poderosamente la gira que en 1866 hizo al país el pianista y compositor norteamericano Louis Moreau Gottschalk, quien incluso dirigió una orquesta de 350 músicos en el Teatro Municipal santiaguino426.
LA SOCIABILIDAD POPULAR
Los sectores populares tenían, como lugares muy propios de sociabilidad, las chinganas, especies de fondas establecidas en las áreas marginales de las ciudades, y, en el caso de Santiago, en el sector sur, donde los días festivos se reunían más de 10 mil individuos a cantar, bailar y beber427. Con ser espacios aparentemente públicos, tenían ciertos códigos de conducta que impedían la participación de grupos diferentes. Al alcohol, al canto, al baile y a la violencia se unían también el juego de cartas, la comida y el sexo428. Andrés Bello hacía en 1832 una tenebrosa descripción de las chinganas, en la que tenían especial fuerza los problemas de carácter moral que ellas originaban, lo que le ayudaba a reforzar sus argumentos en favor del teatro:
Se ha restablecido con tal entusiasmo el gusto por las chinganas, o más propiamente, burdeles autorizados, que parece que se intentase reducir la capital de Chile a una grande aldea. No se crea que pretendemos criticar el justo desahogo a que naturalmente se entrega el hombre para aliviar las fatigas del trabajo; nos dirigimos contra ese frenesí que se va difundiendo a gran prisa por placeres nada decentes. Cada cual sabe la clase de espectáculos que se ofrecen al público en esas reuniones nocturnas, en donde las sombras y la confusión de todo género de personas, estimulando la licencia, van poco a poco aflojando los vínculos de la moral, hasta que el hábito de presenciarlos abre la puerta a la insensibilidad y sucesivamente a la corrupción. Allí los movimientos voluptuosos, las canciones lascivas y los dicharachos insolentes hieren con vehemencia los sentidos de la tierna joven, a quien los escrúpulos de sus padres o las amonestaciones del confesor han prohibido el teatro429.
Sobre el funcionamiento de las chinganas y sus consecuencias se escribía en un periódico de Copiapó, que llamaba a prohibirlas:
En ellas se baila, se canta en un tablado por tres o cuatro personas a lo más, que son las que forman el espectáculo, estando el resto, que nunca baja de 200 personas, de espectadores, bebiendo, aplaudiendo a los que bailan y poniéndose cufifos, como vulgarmente se dice…430
El Ferrocarril calculaba en 1857 en 40 el número de chinganas existentes en la capital, que abrían los domingos y lunes de cada semana431. Muy próxima a Ovalle, la Chimba era una aldea a la que los mineros iban a divertirse, pues “cada casita es una chingana”432. Las chinganas no fueron solo lugares de esparcimiento popular urbanos, pues también existieron en las haciendas, a menudo vinculadas a ciertas faenas como la trilla, el rodeo o la matanza433.
Pero lo más interesante de estas críticas contra las chinganas radicó en el alcance político que le asignaron los liberales. Asombrado Rafael Valdés de los desórdenes en unas chinganas en Renca, adonde la gente decente iba a comer fresas y la plebe a divertirse —“noviembre: mes de las frutillas y de las jaranas de Renca”, según Vicuña Mackenna—, preguntó por qué razón el gobierno no abolía aquella costumbre, “germen de vicios, enfermedades, desmoralización y asesinatos”.
Y quedé aún más sorprendido cuando se me dijo que, lejos de eso, la Administración actual la fomentaba con el objeto, según se decía, de tener a la masa divertida y que no pensase en política; que aquellas chinganas eran una costumbre nacional, pero que en tiempos en que mandó el General Pinto había empezado a extinguirse por los esfuerzos del gobierno […],