Los extranjeros calificaban de “agradabilísima” la vida social en Santiago, en especial por el hecho de que apenas presentado, el individuo pasaba a ser miembro de las tertulias de la casa. El sueco Carlos Eduardo Bladh, en Chile entre 1821 y 1828, dejó unos perspicaces cuadros de la sociabilidad en Santiago y Valparaíso. Al referirse a la tertulia anotó que era bastante austera: dulces servidos en una bandeja con un vaso de agua. No podía ser de otra manera, pues la esencia de la reunión era la ausencia de formalidades. Las señoras, sentadas en un sofá, eran rodeadas por las señoritas formando un semicírculo. Detrás de las damas los caballeros formaban otro semicírculo. Después de un momento de charla, breve por la manifiesta impericia de los varones para mantener una conversación de algún interés, como subrayaban todos los viajeros, los concurrentes persuadían a una de las hijas de la casa a que se sentara ante el piano y ejecutara algunas piezas. Pronto, a petición de la dueña de la casa, se iniciaba el baile con una contradanza —ya en la capital se bailaba de preferencia la cuadrilla francesa, recién introducida y en general mal ejecutada—, a la que seguían valses, gavotas y minués. Algunas de las señoritas y señoras asistentes cantaban acompañadas de guitarras, y no se olvidaban los bailes nacionales: el cuándo, una de las danzas preferidas, la zamacueca, que se bailaba en todas las casas, tanto acomodadas como modestas, y la refalosa. No pudo dejar de referirse Bladh a “una costumbre extraña y desagradable”: la llegada de conocidos y desconocidos a observar el baile, hasta “señoras decentes tapadas”, a las que se alude a continuación367. La fácil entrada de los extranjeros a los hogares pudientes de las ciudades chilenas, en especial en Valparaíso, les permitía a estos conocer a las muchachas de la familia, lo que facilitaba la iniciación de relaciones que podía concluir en matrimonios368. Y es interesante anotar que en la concertación de esos matrimonios, tanto con extranjeros como con nacionales, no parece haber influido de manera decisiva la situación económica del novio369. En cuanto a la religión de los extranjeros, el hecho de no profesar el catolicismo no constituyó obstáculo para su integración a la vida social chilena.
Domeyko dejó agudos bocetos acerca de la sociabilidad en La Serena, en que precisamente se advierten las “contradicciones bruscas” en las costumbres a que aludía Poeppig. Muy ilustrativa es la descripción de una recepción dada por el intendente Francisco de Borja Irarrázaval Solar con motivo del onomástico de su esposa Mercedes Undurraga Gallardo. Después de cruzar con dificultad el portal de la casa y de atravesar el patio “repleto por el populacho”, logró Domeyko entrar al salón, cuyo tercio o cuarto estaba ocupado por un público que no formaba parte del baile.
La concurrencia danzante de las elegantes damas y de los bailarines se rozaba, por decirlo así, con la presión de hombres y mujeres de diversa condición social, que a través de las puertas y ventanas y aun […] en una parte del salón, eran solo espectadores y constituían la parte exterior del baile. Esta parte de la sociedad se compone, según me enteré pronto, de los llamados tapados. Había entre estos, señoras y caballeros de la clase elevada; había también burgueses, mozos y negros. Cada tapada llevaba un velo, un pañuelo u otro chal rodeándole la cabeza en forma tal que solo los ojos, y a veces un solo ojo, negro y grande, quedaba visible. Y los hombres llevaban sus redondas capas españolas echadas sobre los hombres hasta los ojos, y los sombreros también metidos hasta los ojos, porque estos tapados caballeros tienen el derecho a permanecer cubiertos hasta en el interior del salón, junto a la puerta. Entre estos, como pares inter pares, hay también gente de condición obrera, con ponchos blancos o de colores chillones, y con sombreros de paja, e incluso criados al lado de señoras de buena posición, escondiendo su cara tras pañuelos multicolores, contemplan con calma el tono superior de la velada370.
Comprendiendo la sorpresa de Domeyko, el intendente le expresó que en Europa seguramente se ordenaría a los lacayos dispersar a la plebe o bien poner policías para impedir el paso al portal. Un invitado recién llegado de Santiago opinó que, en efecto, aquello no se avenía con el “buen tono”. Domeyko, a su turno, confirmó que en su país se pondría una guardia ante el portal.
¡Ay! —dijo [el intendente]—, porque entre ustedes hay un gran afán de libertad y de igualdad. También entre nosotros en nuestra capital, Santiago —dijo volviéndose al santiaguino—, nos tienen a los viejos por aristócratas, creyéndose ellos mismo liberales e introduciendo novedades de los ingleses y franceses, a quienes estiman muy liberales. Aquí, en otros tiempos, poco se hablaba de liberalismo, pero vivíamos siempre cerca de la gente de toda condición social, nos relacionábamos con el pueblo, sin merma alguna para la debida sumisión. Mi padre, el marqués [...], daba bailes y grandes recepciones en la capital, pero siempre con puertas y ventanas abiertas. El paso libre para todos: tanto para los invitados como para los tapados. Y cuidado con que a alguien se le ocurriera por orgullo o por capricho cerrar las puertas y ventanas, como ya comienza a ser la moda en nuestra nueva sociedad; el pueblo haría saltar los vidrios de las ventanas y quebraría las puertas en pedazos371.
Un decenio después tapados y tapadas habían desaparecido de bailes y recepciones. Solo en los matrimonios de los miembros de las elites se mantuvo la presencia de los sectores populares en el interior de las iglesias en que se celebraba la ceremonia. Sin embargo, el manto negro con el cual las mujeres de todas las condiciones sociales se cubrían la cabeza se usó hasta el primer decenio del siglo XX, con seguridad por su asociación a las prácticas religiosas372.
En las tertulias de más importancia se servía el “ponche en leche” —leche, ron y azúcar— y en los grandes bailes abundaban la comida y el lujo. Para estas ocasiones, y para asegurar el brillo de la recepción, las familias distinguidas prestaban espejos, cuadros, lámparas, alfombras, muebles, cuchillería, cristalería y porcelanas. Los grandes bailes eran ofrecidos, en general, por grupos y corporaciones: ingleses, franceses o los municipios. En ellos se ofrecía también comida, y Bladh anotó que existía la “bulliciosa manera inglesa” de acompañar los brindis, propuestos en largos discursos, con el “hip, hurra” de los asistentes y haciendo ruido con los platos373.
En los años iniciales del siglo XIX, recuerda un contemporáneo, Santiago brindaba todos los placeres que buscaba un hombre educado a la española: “muchas tertulias en varias casas respetables para pasar una noche alegre entre el canto, música, baile, juegos de prendas”374. Era habitual el paso de la conversación y de los juegos al baile. Así, en una tertulia en casa de José Antonio Pérez-Cotapos, en Santiago, cuando se pudo reunir un número suficiente de personas se inició el baile con un minué, al que le siguieron alemandas, cuadrillas y danzas españolas375. También había veladas musicales en las casas, recordándose en especial las de José Manuel Astorga y de Isidora Zegers Montenegro. A las de esta última acudían los pintores Rugendas y Monvoisin, e intelectuales y escritores como Andrés Bello, Ignacio Domeyko y José Joaquín Vallejo, entre otros. La señora Zegers, notable cantante, pianista y compositora, cuya acción fue fundamental en el desarrollo de la cultura musical chilena, conducía sus reuniones con gran refinamiento y llegaron a contarse entre las más importantes de Santiago376. Las casas de Juan Agustín Alcalde y Bascuñán, José Joaquín Pérez, Domingo Matte Messía y José Manuel Guzmán acogieron activas tertulias sociales y políticas377. En el salón de doña Mercedes