La cárcel más importante, después de la Penitenciaría de Santiago, fue la penitenciaría de Talca, establecimiento creado en 1860, que recibía a los reos provenientes de todas las provincias desde San Fernando al sur. Esto le significaba a la corporación municipal de aquella ciudad gastar más de 10 mil pesos mensuales para la mantención de 250 presos en promedio358.
Abundaron al concluir el periodo los acuerdos para reformar esos servicios, expresados, paradójicamente, en la reducción del personal. Así, en 1886 se acordó disminuir a 804 individuos el número de componentes de la Guardia Municipal de Seguridad, de los cuales 99 formaron una compañía especial denominada Guardia Civil359. Los testimonio que se recogen sobre su falta de suficiencia son reiterativos: “Defectuosa constitución de plana mayor […], deficiencia de su número y exigüidad de sus remuneraciones; está muy lejos de ser una fuerza bien organizada y apta para el desempeño de sus funciones”, se diría de la Guardia Municipal de La Serena, juicio aplicable a cualquier otra ciudad de Chile360.
FORMAS DE SOCIABILIDAD
El proceso emancipador, concluido en el decenio de 1820, trajo evidentes cambios en la sociedad, que parecen haber sido más bien exteriores. La sustitución del régimen monárquico por otro republicano supuso la desaparición de los signos que representaban las diferencias en una sociedad dotada de ciertos rasgos estamentales y que contaba con grupos privilegiados. A la eliminación de los títulos de nobleza y de los escudos de armas de las casas, llevados a cabo durante el gobierno de O’Higgins, siguió la abolición de los mayorazgos. Parece necesario tener en cuenta la mantención de las antiguas elites, lo que facilitó la recomposición de los patrimonios de sus integrantes. Este proceso es muy visible en Santiago, pero algo similar ocurrió en las restantes ciudades chilenas. En efecto, en el norte la independencia tuvo un tono menor, pues en ella prácticamente no hubo recurso a las armas; en el sur, en cambio, la guerra, extremadamente cruenta, ocasionó un empobrecimiento generalizado de la elite. Con todo, la economía regional no demoró demasiado en adquirir un nuevo ritmo, y fueron las mismas familias anteriores a la emancipación las que continuaron ocupando las situaciones de preeminencia en la sociedad local, sin perjuicio de la incorporación de nuevos integrantes. En 1828 Poeppig encontró en la semidestruida Concepción solo “unas pocas familias caracterizadas por su viejo abolengo o su riqueza”361. Después del reajuste político, proceso que durante 15 años constituyó un verdadero campo de experimentación, las viejas estructuras administrativas de la monarquía se adaptaron, con cambio menores, a los requerimientos de la república.
Si durante la monarquía el sector superior, la nobleza, distaba de ser homogéneo, durante la república, el mismo sector o grupo alto, denominado la “gente decente” en la terminología de la época, tampoco lo fue. No obstante la continuidad que se advierte en los integrantes de la elite, hubo cambios en ella, cuya velocidad y extensión estuvo marcado por el enriquecimiento generalizado de las personas, por la difusión de modas provenientes del extranjero, muy decisiva en la adopción de mecanismos de diferenciación social e, incluso, por la coyuntura política.
En sus líneas generales, la consolidación de la república no cambió sino lentamente la estructura de la sociedad. Y las elites fueron modificando también con lentitud sus formas de vida características. Ellas eran congruentes con la modestia, más bien pobreza, que exhibían —que en los casos de Concepción y Valdivia se manifestó en una abierta miseria como consecuencia de la guerra y de los secuestros de que fueron víctimas las familias realistas—, y que se reflejaba en la sencillez de las casas principales, a las cuales hacia 1826 comenzaron a llegar, de la mano de los extranjeros, los papeles murales pintados, los suelos enmaderados y las alfombras362. Hacía notar por entonces el alemán Poeppig la influencia que estaba ejerciendo en la vida social de las clases altas chilenas la “civilización europea” y llamaba la atención hacia las “contradicciones bruscas e inconexas” en las costumbres y en el menaje de las casas, resultado, según el viajero, “de la penetración rápida y sin preparación previa de la cultura europea”. Pero concluía que esas disparidades estaban desapareciendo y que “en pocos años la clase superior de Chile no se distinguirá en nada de la europea que ocupa igual nivel”363. Una percepción similar tuvo el polaco Ignacio Domeyko en La Serena, en 1838:
Llegué en los primeros tiempos de la independencia chilena; no habían pasado ni veinte años desde la dominación de los españoles, quienes durante los tres siglos de su gobierno y presencia echaron raíces tan profundas en la población y en el estado social, que pese a la guerra y a la sacudida revolucionaria, pese a la afluencia de extranjeros, a la apertura del comercio y relaciones con todo el mundo encontré aquí intactas aún las leyes, hábitos y costumbres de este pueblo, particularmente en la vida interior y familiar. Este estado de la sociedad, violentamente remecido en sus fundamentos y expuesto a la influencia foránea, hostil al pasado y a las tradiciones coloniales, está cambiando tan rápidamente que dentro de veinte años los jóvenes chilenos no tendrán una idea de lo que son ahora sus padres364.
La mantención de ciertas formas de sociabilidad al concluir el decenio de 1820, como las desarrolladas en los cafés, en las que participaban miembros de las elites y de los sectores medios —repletos, según Poeppig, de “bebedores de las clases superiores”—, así como extranjeros, se entiende con facilidad si se considera que en general eran actividades en que participaban hombres solos, y en que, además de beber café, licores y la “preciosa sustancia llamada gaseosa”—conocida en Chile por 1843—, comer y jugar a las cartas o al billar, se conversaba y se discutía de política365. Recordaba José Joaquín Vallejo que en Copiapó el café era el lugar en que “la tertulia argentina se ha declarado en sesión permanente” para hablar en contra de Rosas y de sus seguidores. Todavía hacia 1840 predominaban en los cafés los hombres solos, sin perjuicio de que tanto en Santiago y Valparaíso existieran locales con “salas para señoras”, que ofrecían refrescos y “helados del mejor gusto”366.