[96] J. C. Bermejo Barrera, ¿Qué es la historia teórica?, p. 59.
[97] R. López Facal, «La nación ocultada», en J. S. Pérez Garzón et al., La gestión de la memoria. La historia de España al servicio del poder, Barcelona, Crítica, 2000, p. 112.
[98] F. Nietzsche, Sobre la utilidad y los perjuicios, p. 49.
[99] B. Pellistrandi, «Reflexiones sobre la escritura de la historia de la nación española. Los discursos preliminares de las Historias generales de España desde Modesto Lafuente (1850) hasta Ramón Menéndez Pidal (1947)», en O. Gorsse y F. Serralta (eds.), El Siglo de Oro en escena. Homenaje a Marc Vitse, Toulousse, Presses Universitaires du Mirail, 2006, p. 752.
[100] C. P. Boyd, Historia patria. Véase, de la misma autora, «El pasado escindido: la enseñanza de la historia en las escuelas españolas, 1875-1900», Hispania 209 (2001), p. 861.
[101] C. P. Boyd, «El pasado escindido», pp. 869-870.
[102] R. Altamira, La enseñanza de la historia, p. 272.
[103] R. Altamira, Valor social del conocimiento histórico, Madrid, Editorial Reus, 1922, p. 32.
[104] R. Altamira, Epítome de Historia de España (Libro para los Profesores y Maestros), Madrid, Ediciones de la Lectura, 1927, pp. 8-9.
[105] I. Kant, Pedagogía, Madrid, Akal, 1991.
[106] P. Maestro González, «El modelo de las historias generales y la enseñanza de la historia», Didáctica de las ciencias experimentales y sociales 16 (2002), pp. 5-6.
[107] R. Menéndez Pidal, La España del Cid, vol. 1, p. 35.
[108] R. Dozy, Recherches, vol. 2, pp. 220-221.
[109] Mariana expresaba que «el pueblo no cessaua de engrandecer al Cid, y subir sus hazañas hasta las nuues. Llamauanle libertador de la patria, terror y espanto de los Moros, defensor y amparador de la Christiandad», Historia, vol. 1, p. 437.
[110] Colmeiro insistía en el Cid como «terror y espanto de los Moros, a quien el pueblo aclamaba libertador de la patria», Reyes cristianos desde Alonso VI, vol. 4, p. 10.
[111] J. F. Masdeu, Historia crítica, vol. 20, p. 348.
[112] R. Menéndez Pidal, La España del Cid, vol, 1, p. 35. En otro libro Menéndez Pidal recordó el genio militar del Campeador, siempre al servicio de la causa cristiana: «El Cid fué un talento militar y organizador insuperable que con sus mesnadas allegadizas, sin contar con el apoyo de ninguna entidad estatal, venció a los ejércitos del emperador almorávide, invencibles para el rey de León y Castilla, invencibles para los mejores capitanes, Álvar Fáñez y Enrique de Borgoña; Fernán González, aunque asistido por el gran condado de Castilla, no pudo sobreponerse a los ejércitos cordobeses» y, a continuación, decía que «tanto Fernán González como el Cid fueron irreconciliables enemigos del Islam», Castilla, la tradición, pp. 35-36.
[113] M. Lafuente, Historia, vol. 2, p. 500.
[114] M. Lafuente, Historia general de España, vol. 5, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Mellado, 1851, p. 21.
[115] R. Altamira, Historia, vol. 1, p. 368.
[116] Ibid., p. 369.
[117] D. Wasserstein, The Rise and Fall of the Party-Kings. Politics and Society in Islamic Spain, 1002-1086, Princeton, Princeton University Press, 1985, pp. 262-263. Diego Catalán sostuvo que la mitificación del Cid partió de Alfonso X y sus historiadores, quienes elaboraron los textos sujetos «ya no sólo a los contenidos narrativos de esas fuentes cidianas latinas y árabes, sino al prejuicio, universalmente asentado, de que ese personaje de rango secundario era un héroe nacional, el héroe nacional por excelencia», El Cid en la historia y sus inventores, Madrid, Fundación Ramón Menéndez Pidal, 2002, p. 257.
[118] F. J. Peña Pérez, «El Cid, un personaje transfronterizo», Studia historica. Hisoria Medieval 23 (2005), pp. 207-217.
[119] J. de Mariana, Historia, vol. 1, p. 470.
[120] M. Lafuente, Historia, vol. 2, p. 494.
[121] M. Morayta, Historia, vol. 2, p. 155.
[122] M. Colmeiro, Reyes cristianos desde Alonso VI, vol. 4, p. 17.
[123] Mariana refiere, a este respecto: «En el mismo tiempo que se dio principio a la conquista de Toledo, el Cid continuaua la guerra en Aragon, con mucha prosperidad: ganó de los Moros diuersos castillos y pueblos por toda aquella tierra, solo para ser colmada su felicidad, le faltaua la gracia de su rey, la qual el mucho deseaua», Historia, vol. 1, p. 443.
[124] R. Menéndez Pidal, La España del Cid, vol. 1, p. 304.
[125] Ibid., p. 37.
[126] Estas virtudes entusiasmaban a los musulmanes incluso tras tomar el Cid sus ciudades. Así, dice Morayta: «Desde lo más alto de la más alta torre saludó el Cid á la heróica ciudad. Sus primeras disposiciones fueron tan justicieras y tan respetuosas para los moros, que éstos se hacían lenguas de el diciendo, que jamás habían conocido un hombre más honrado (…) Maravillados quedaron los islamitas de aquellas excelentes razones del Cid», Historia, vol. 2, pp 164-165.