La conclusión de la leyenda tiene como protagonista al abad y a Zulema, quien «quando vio al abad don Juan, no lo conosció, por las armas que llevaba demudadas; y pensó que era Bermudo Martínez». El abad, aprovechando la confusión, golpeó con la espada a Zulema, provocándole una gran herida, «en manera que la cabeça y el braço derecho le cortó». Después, contó con la ayuda de otros religiosos: «sepáis por cierto que no hubo monge que no matasse diez moros»[31]. Aquí es donde se cumple el final al que Zulema estaba destinado en virtud de su incestuosa concepción.
Tras la batalla, al abad le llegan noticias acerca de los que habían muerto para evitar la esclavitud, «haziéndole saber que todos los hombres y mugeres, quantos eran muertos, eran bivos y sanos, y que estavan en cuerpos y en ánimas». Un episodio análogo nos lo narra fray Juan de Marieta en el siglo XVII. El capitán García Ramírez, ante la preocupación de que la invasión musulmana llegase a la ermita de Nuestra Señora la Antigua, cerca de Madrid, y la profanasen, decide edificar una pequeña capilla que protegiese la imagen. Los musulmanes entendieron que el capitán pretendía erigir una fortaleza en su contra, por lo que entraron en guerra. Temiendo que su mujer y sus tres hijas cayesen en manos invasoras, prefirió matarlas él mismo antes de que cayesen en manos de infieles, y así «degollò a su muger e hijas, y dexando los cuerpos por enterrar en la santa ermita, encomendados a nuestra Señora, para que si acaso entrasen, aunque muertos no los ultraxasen»[32]. Finalmente García Ramírez logró la victoria y, al regresar a la ermita, halló los cuerpos resucitados, puestos de rodillas y alabando a la señora de Atocha con las señales de la espada en las gargantas.
Concluye de ese modo una leyenda que podría carecer de fundamento real. Es así, entre otras razones, porque Montemayor fue conquistado por Almanzor en el 990 y recobrado por Gonzalo Trastámara en 1034. Como dijo el gran filólogo español, «no es, pues, otra cosa que una desenfadada fantasía poética»[33]. Sin embargo, esta narración resultaba útil porque, entre otras cuestiones, justificaba el triunfo sobre los enemigos de la religión a través del milagro, apoyado en una inquebrantable fe cristiana, y todo ello no venía mal, como ha indicado Infantes, dentro de los paradigmas de la propaganda monárquica posterior a la conquista granadina[34].
LA LEYENDA DE LA CONDESA TRAIDORA
Pertenece la leyenda de la condesa traidora al conjunto de obras épicas conocidas bajo el nombre de «ciclo de los condes de Castilla». En este relato, como en la mayoría de los textos relacionados con el ciclo de los condes, las mujeres van a desempeñar un papel que en principio no sería el que tradicionalmente se les había ido asignando durante la época medieval. Aspectos como la condición de la mujer y su relación con el hombre, que implicaban claramente la total subordinación, la castidad o la falta de ambición, se verán modificados en este esquema narrativo. Conviene apuntar que esto no quiere decir que dicho esquema haya sido rígido o que no hubiese excepciones, sino que nos estamos refiriendo a una visión general y, de hecho, en este tipo de relatos los roles incluso se llegan a intercambiar, en una trama en la que ideas como traición, lujuria o adulterio estarán muy presentes.
La primera versión cronística de la historia de la condesa nos la ofrece la Najerense hacia la segunda mitad del siglo XII. Un hispanista francés, Georges Cirot, había publicado la primera edición paleográfica a comienzos del siglo XX en el Bulletin Hispanique, aunque bajo el nombre de Chronique léonaise, puesto que creía que su autor pertenecía a dicho lugar[35]. Menéndez Pidal opinó después que ese texto de ninguna forma podía ser leonés, sino más bien castellano, ya que la mayoría de adiciones versaban acerca de noticias o leyendas castellanas. Muchas de ellas se referían a los cuatro últimos condes de Castilla, a los dos primeros reyes del condado hecho reino y al Cid, elementos todos ellos que serían, a juicio de Pidal, responsabilidad de un clérigo castellano asociado al monasterio de Santa María de Nájera. Esto lo lleva a denominarla Najerense y datarla hacia 1160[36]. Lo que el anónimo cronista relata es que Almanzor, por medio de un mensajero, dirige «engañosas palabras de amor a la condesa», esposa del conde García Fernández, y astutamente le pregunta si quiere ser condesa o si quiere ser elevada a reina. Entonces se detiene, narrando la forma en que, seducida por estas palabras, intenta provocar la muerte de su marido. En primer lugar le quita la cebada al caballo de García, suministrándole salvado para que le fallara en el momento adecuado, y después persuade al conde para que permitiese a sus hombres pasar la festividad de Navidad con sus mujeres e hijos. Tras anunciarle a Almanzor que lo había hecho, este envió a la élite de sus tropas, que arrasaron la región en la que García se encontraba con pocos soldados. A pesar de que intentó salir al encuentro, el caballo le falló, por lo que, siendo «capturado y lanceado por los sarracenos en la ribera del Duero, entre Alcózar y Langa, expiró al quinto día, era 1033, el 19 de diciembre». Esto es lo que refiere la Najerense con respecto a la relación entre el conde y su mujer.
Una vez muerto García Fernández, la ambición y el desenfreno de la condesa no se verían satisfechos. El siguiente obstáculo que impedía la elevación de su dignidad era su propio hijo, Sancho García. Si leemos un poco más esta crónica veremos que ambicionaba «asesinar con una poción a su hijo, de quien dependía la salvación de Hispania entera». Pretendía hacerlo simplemente para «así satisfacer su deseo de vana gloria y entregarse más libremente a la lujuria». Aparece entonces el Señor como freno al comportamiento malicioso de la condesa. Es gracias a su intercesión que el conde logra salvar la vida, «pues una morita (…) a la que Dios hizo que se encontrara con él, le relató al conde (…) la muerte que se le preparaba en una bebida (…) para que se abstuviera totalmente de tal copa». Es paradójico que sea precisamente una mora la que impida que la condesa se convierta al islam al advertir a Sancho de lo que iba a suceder. Así, cuando el conde pide algo de beber, se lo acercan en un vaso de plata «y él se lo ofreció a su madre casi por deferencia y la invitó a que bebiera ella primero (…) finalmente ella, obligada, exhaló el alma al primer sorbo, cayendo en la trampa que tendió».
Como acabamos de ver, Dios impidió la muerte del joven conde al advertirlo mediante una mora del futuro que le esperaba. Él es, a su vez, misericordioso e inclemente con las malas actuaciones de los hombres. La Najerense así lo pone de manifiesto al describir la devastación perpetrada por Almanzor contra el pueblo cristiano. Las campañas militares se habían extendido por un periodo de «doce años seguidos, porque así lo permitió Dios y lo exigían los pecados de los cristianos». Esos pecados los personificaba, además del pueblo, el príncipe Vermudo, verdadero responsable de que Almanzor, «junto con su hijo Abdalmech y con los condes cristianos exiliados (…) decidió invadir y aniquilar, devastar la tierra de los cristianos». En realidad la fórmula de la que echa mano el cronista es muy habitual en la Edad Media. Nos encontramos ante un iudicium Dei, al que tanto se recurría para explicar los grandes desastres y las derrotas cristianas a manos de los musulmanes. No se trata de ningún tipo de casualidad, sino que es obra de la divina Providencia, que se encarga de castigar a aquellos monarcas, nobles o eclesiásticos pecadores que llevan sus reinos hacia la perdición. Existen sobrados ejemplos, entre los que podemos destacar la célebre «pérdida de España», que se entendió, en parte, gracias a la libidinosa conducta que monarcas como Witiza o Rodrigo habían tenido, favoreciendo de ese modo la ira de Dios y, en consecuencia, la entrada de los enemigos sarracenos en el 711 como castigo[37].
De las dos figuras elementales que dominan el panorama historiográfico